viernes, mayo 14, 2010

POESÍA EN PARALELO CERO



II Encuentro Internacional de Poetas en Ecuador

El origen de los rostros


El origen de los rostros, tiene un origen que no está en su estructura. Es el origen del poeta sobre su fin: el poema. Yo estoy muy contento de ser el editor de David Sánchez Santillán, porque es la primera vez que edito a un escritor al que conozco desde niño.
David tenía 10 u 11 años, pero parecía de menos edad, cuando lo vi jugando con sus párpados, buscando las cosas y queriendo comerse al mundo. Era un pre adolescente con ganas de seguir siendo niño. Es decir, con la travesura en la punta de su corazón. Allí estaba, en el pretérito, David, riéndose, luego, cuando uno le quería tomar en serio, entonces él se hacía el serio y nos hablaba con unas frases y unas oraciones muy bien estructuradas, igual como lo hace ahora su hermano Francisco José, con esa voz segura de conocerse los zaguanes de la niñez, de saberse las travesuras y las chanzas de la vida infantil.
David era entonces lo que propiamente se podría decir, un “infanta terrible”.
Sin embargo se compuso, o de descompuso, mejor, pero nos pasa a todos. Cuando uno deja de ser niño, viene la educación, la moral y las buenas costumbres y eso nos comienza a quitar la sonrisa. La gente, en este tiempo, habla mucho de la libertad. Pero no entiendo porqué si la libertad no existe. Existe y se la siente, solo en la niñez, luego nosotros somos nuestro propio reo y creamos nuestro propio carcelero. Si no me creen, pregúntele al doctor Frankestein, que tuvo que crear un monstruo para verse a sí mismo.
Pero volvamos a David y a sus rostros: a los que conozco muchísimos.
Alguna, y nos olvidaremos ninguno de los testigos, fui a casa de mi amiga Elsy, de su madre y de David, el cual llegó enojadísimo. Me vio allí, invadiendo su espacio en plena edad del burro y no cedió. Ni me saludó. Entro furibundo, como toro de lidia. Se encerró en su ordenadísimo cuarto de la ordenadísima casa de Elsy donde el polvo, como diría César Vallejo, “se pone ya de pie”, cuando entran los dos, la limpieza tiene pies.
Fue entonces que David adolecía de adolescencia, que sin ser tautología, era una realidad. Nadie sufre tanto en la vida, como se sufre en la adolescencia, porque es donde uno descubre todo y descubrir es también renunciar, y renunciar es también aceptar, y aceptar es también olvidar y olvidar es también madurar y madurar es también empezar a morir.
Jamás creí que David iba a ser poeta, sino fuera porque conocía su casa, a su madre y su biblioteca. Y porque sabía que tenía un chispeante humor, que no es un humor ordenado, no es un humor de “te cuento un cacho”, es un humor vital. Y ese humor, y perdonen, pero no es ofensa, suele salir de una mente artística: de una mente desordenada, de una neurosis que afecta al resto. El humor convencional es como las matemáticas: perfecto, políticamente correcto, obvio. Luego de contar un chiste, el “chistoso” procede a reírse, conjuntamente con el público. El humor de David es de otro tipo. Es un humor que pende de la inteligencia sorpresiva. Es la chispa. Con ese mismo humor se escriben páginas negras. Así no más es la mente humana: disparada y disparante.
Pero fue en la adolescencia de David que convoqué hace ya muchos años, a unos talleres de lecturas dirigidas y de escritura. Muchos de los que fueron siguen escribiendo y los seguimos viendo por algunos lares. Otros se fueron por el túnel del anonimato. Y los más felices deben de estar esperándonos que salgamos del atolladero de la literatura. Pero ahí le damos.
David fue al taller y como era uno de los más pequeños, era uno de los más mimados. Además sus textos siempre asombraban. Las chicas se asustaban y le quedaban viendo con ojos golositos. Los muchachos más cáusticos le daban palmadas. Era una época muy bella, en donde la poesía era una anécdota para estar juntos. En lugar de ir a un grupo juvenil en la iglesia o a un campamento de líderes, nos reuníamos en el taller.
Allí supe que David estaba seriamente drogado por la poesía. Y luego pensé que claro, que el problema era hereditario, que eso de vivir con tanto libro, con tanto poeta alrededor, lo echo a perder al pobre. Luego entendí que si su abuela escribía, que si su madre, lo mismo, entonces había que afrontar las consecuencias. No se puede con el muchacho.
Pero el muchacho creció, aunque no tanto. Dejó listos unos poemas y se fue a vivir la vida. Quiso conocer, como diría Serrat “el fuego del licor, el brillo del dinero, el automóvil, el cine y la mujer”, como todos los jóvenes, que descubren el universo que les tocó.
Dejó reposar a sus poemas. Luego un concurso que gana, luego una frustración: que el premio no se consumó nunca porque nunca publicaron ni el poemario ganador ni nada. Luego le espera y luego la negación (esa frase contundente: “odio la poesía, odio los poetas – en ese momento los sicoanalistas estuvieses felices considerando que el rechazo en tercera persona es el rechazo a sí mismo y que la terapia de la fobia debe de curarse con lo mismo). Y, claro, como diría Hegel, luego: la negación de la negación: “Quiero publicar este libro”, quiero librarme de su fantasma, de su discurso, de su fuerza. Y aquí está. El libro y el poeta.
Soy muy feliz de ser tu amigo David. Un poco padre tuyo. Una suerte de padre legal: recuerda que cuando tu madre se iba a casar, Elsy me llevó a un juzgado o Notaría, que se yo, para que firme una carta de “curador”. Es decir que yo pasaba a ser tu cuidador, y tú mi “curado”. Vaya causales judiciales extraños. Luego fui tu hermano mayor. Y más tarde un enorme amigo. Pero hoy, justo hoy, somos todo ello y además colegas. Por lo visto, mi querido David, Tú que eres mi curado y yo que soy tu curador, no nos hemos curado nunca de esta neurosis de la poesía. Así que permite nomás que de tu brillante y doliente corazón salgan más poemas que solo pretender curar ese niño, ese adolescente que fuimos, que somos, que seremos. Ni más ni menos.

LUNAS EN EL ZÓCALO O LAS BIFURCACIONES DEL ESPEJO


En la portada izquierda del libro de poemas “Lunas en el zócalo” de Fanny Rodríguez Ojeda, publicado por el sello editorial CUATRONORTES 2010 está impresa una fotografía en color sepia en donde se refleja a la autora del libro en un espejo. El reflejo es la cara vista; la cara oculta está tapada por el cabello de la retratada. Lo interesante es que no sabemos cual es la parte real y la parte dimensionada por el espejo y eso nos produce un cierto grado de susto y encanto, a la vez.
Precisamente es la palabra “espejo” una de las formas conceptuales más reiteradas en los versos de este libro. Y lo entiendo y justifico porque creo que la voz poética de este libro quiere reconocerse en las otras vidas que pueblan la vida de cada uno de los hombres y mujeres que pueblan el planeta.
Creo que cada ser humano es el resultado de sus reflejos. Así mismo le pasó a Narciso que tanto tiempo se estuvo viendo reflejado en el estanque, hasta llegar a enamorarse de ese otro lado, de su otro yo inaccesible. Y así también lo vio alguna vez el extraordinario Lewis Caroll cuando encontró en su personaje vital, emblemático y famoso: Alicia, la otra realidad de sí mismo en “el otro lado del espejo”. Hermoso tratamiento de exploración. Saberse lleno de otros reflejos, que saldrán, tarde o temprano, como poemas o reflexiones o gestos, o sonidos a veces, muchas veces, de manera involuntaria. Hasta encontrarse con el montón de “otros Yo” que serán la realidad de ese yo único. Ya lo dijo Rimbaud: “Yo es otro”. A así parece decirnos, en esta ocasión, la voz poética y fortalecida de Fanny Rodríguez.
Fanny esperó a que el tiempo atraviese por sus textos, que pasara revista el polvo de los años transcurridos, que el verso madure, que la polución del ripio poético no deje secuela en su verso. Y parece haber tenido éxito. Encuentro que este libro está “bien fajado”, con buenas espuelas para iniciar el trabajo tesonero de buscar al complicado y sensible lector de poesía.

***

Una grata sorpresa fue leer a Fanny Rodríguez. Alguna vez la escuché en una lectura colectiva de poesía, allí la vi: seria, directa, inmersa en el verso como Alicia en el país de las maravillas.
También la escuché decir versos eróticos. Y yo, debo confesarlo, les tengo cierto recelo, cierto miedo, cierto susto al verso erótico de la mujer ecuatoriana en los años 90, porque muchos de esos trabajos dejaron de ser arte de un movimiento renovador y pasó a ser una moda. Todo poeta, en cierta época en nuestro país, le dio por cometer versos eróticos y luego salía con una clausula inconmensurable: era el nuevo inventor del erotismo, mientras que el pobre de Salomón se daba contra el monumento del “cantar de los cantares”. Si de ese grupo salió Margarita Laso, Natasha Salguero o Jennie Carrasco es porque ellas si son poetas de verdad y no buscan el escándalo, por sobre la sobriedad del amor en la intimidad.
Sin embargo, en este libro, encuentro versos eróticos de una madurez, de una dimensión distinta, con un trabajo sensorial y sin ese aspaventoso modo de gritarle al mundo que hacer el amor era o es la genitalización del lenguaje y la osadía de gritarlo escarceando los versos como pasó con muchas poetas mujeres del Ecuador. Fanny Rodríguez, dice, por ejemplo: “Te obsequié parte a parte/ el tercer pétalo de mi flor amada./ Otros se llevaron los primeros”.

***

Ya adentrándome en el libro, me encuentro con esa estrofa archi famosa de Pessoa, como epígrafe del poemario. Aquello de “El poeta es un fingidor”. En este libro entiendo muy bien el epígrafe. Reconozco que para la poeta el reflejo del espejo es una manera de fingir, de decirle al mundo: “mira como sonrío”, mientras por dentro me estoy partiendo en dos por “flama del corazón”.
Esto de escoger los epígrafes es algo realmente importante. O sirven para afectar al texto poético o solo sirven para dárselas de eruditos, pero en el caso de Fanny sirve para lo primero, para demostrar su teoría poética, para enseñar su trabajo literario.

Otro rasgo distintivo que encuentro en la poesía de Fanny en relación con la de sus coetáneos es la creación casi reiterante de versos conceptuales. Es decir que Fanny quiere decir algo con sus versos, quiere crear un diálogo con su lector, que, quién sabe, puede ser que se halle al otro lado del espejo, esperando que el discurso poético de principios de siglo XXI se reafirme y diga algo. “Decir” en poesía, no es lo mismo que “narrar” en la épica antigua o en el teatro en verso. “Decir” en poesía es ahondar en la expresión verbal, es decir reafirmar un concepto.
Ahora está de moda en los poetas jóvenes del Ecuador “la poética del silencio”, lo epigramático, lo minimalista, lo que tangencialmente dice menos de lo que quiere decir. Por eso creo que la mayoría de poetas de este país se deben sentir vacíos cuando terminan un libro “del silencio” porque no es un libro ligado a la contemplación japonesa, o al haiku debido a que el poeta latinoamericano piensa en español y el japonés en japonés.
Respecto a esto, y permítaseme la digresión, quisiera recordar a la concurrencia que estamos viviendo el año Hernandiano, como bien han titulado los españoles al 2010: el año del primer centenario del poeta de Orihuela, Don Miguel Hernández. ¡Qué grande ese poeta!, ¡Qué conceptual!, ¡Qué vivo!, ¡Qué comunicante su discurso! Y pensar que fue un pastor de cabras, y pensar que la guerra lo calló y que vivió el dolor a su máximo pulso. Y que de ello y por ello sacó, sin querer, el tono de una voz poética abrumadoramente brillante. Yo prefiero Hernández que cualquier poeta barroco. Y perdonen la sinceridad. Vivimos tiempos poéticos en los que el canon nos impone el hecho de que debemos obligatoriamente amar a Celán, a Valente, a Juarroz, al espeso barroco. Pero yo prefiero a don Miguel o a Federico o a Gil de Biedma. Tengo la libertad para decirlo y para expresarlo. Él mismo poeta Hernández nos lo dijo en ese poema poderoso: “Para la libertad siento más corazones/ que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,/ y entro en los hospitales, y entro en los algodones/ como en las azucenas”.

Regreso al libro. La poeta decidió dividir al libro en cinco partes. Otra vez el juego del espejo en esta división. “A los otros”, “A los míos”, “Develaciones”, “Lilith y las otras” y “Poemas de pan”.
Las primeras tres partes son muy intimistas. Las dos siguientes van de la mano del mito.
Todo el discurso poético estará espolvoreado por una constante suprema: la mujer. Lo dice la misma voz poética desde la bifurcación del espejo: “la criatura que nos habita/ es más sabia que la mujer que nos calma la sed”.

La poeta Jennie Carrasco Molina tiene toda la razón en su pequeño y lúcido texto de contratapa: “la fuerza del libro se centra en las mujeres”. Y es así, pero el discurso de Rodríguez no es fuerte desde una concepción feminista ortodoxa. De hecho, creo que si así fuera, esa sería su debilidad. Es fuerte porque es diferente. Así dicen sus versos en el poema “Anturio”, uno de sus piezas poéticas más bellas: “El lado hombre penetra en mí misma/desmantela la casa/ violenta la imagen reflejada”.

En la segunda parte del libro comienza la exploración de la voz poética. Aparecen textos dedicados a los hijos, a la madre, al padre. Ese génesis fortalecido con la más sutil figura plástica de un poema. Dice: “Serás la primera gota del río/ mientras yo sigo mi viaje al océano”. Es decir la voz poética es reflejo de otros y refleja a nuevas figuras. Así, como un laberinto borgeano.
En “Develaciones” aparece el “tú”. La voz poética maneja a la nueva persona. El hablante es femenino, el tú es un ser masculino que se pierde. Aquí está el punto de equilibrio entre las dos fuerzas. No solo la masculina y femenina, sino y el amor y la muerte, o el amor y el placer (“Nos amamos/ con los quejidos de los gatos/ que luego de entregarse se evaporan”), o el amor y la vida, o el amor y Dios (“Nadie removerá los escombros. / El oleaje destruyó también las manos de Dios”) pero siempre estará presente el amor. “Develaciones” es la parte más intensa del libro. Poemas duros y dolientes, pero fortalecidos por su belleza dan trama a este nudo.
Lilith, aquella emblemática figura de la mitología judía, a la que se la considera la primera esposa de Adán, anterior a Eva, la occidentalizada. Aquella mujer que abandonó a su hombre y se fue a buscar algo nuevo, encontrando en las orillas del Mar Rojo a sus amantes. Lilith es también la mujer engendradora de hijos con el líquido seminal que los hombres derraman involuntariamente en las noches. Esta mujer rodeada de mitos es la Diosa fértil que representa la vida en la poesía de Fanny Rodríguez. No hay duda, y se comprueba en el poemario: la maternidad cambió la vida de Fanny Rodríguez. Y obligó a cambiar también a sus versos: “Llevaste en tu equipaje vestidos de madre”, dice.

Por último están los “Poemas de Pan”, que se entremezclan con el mito y la realidad. Usurpando las vidas pasadas para que se parezcan o se repitan siempre en el presente. Y que sigan reflejándose en el espejo cóncavo y convexo del futuro.

***

Este es un libro diferente, maduro, sobrecogedor. Un libro para explorar a la mujer. A su razón de ser. A la madre que nunca podrá reflejarse en la poesía masculina. Es decir este es un poemario que solo pudo escribirlo una mujer. Y es una mujer y un espejo. Que no siempre es lo que se ve. O, incluso, que ve lo que ya no es o lo que será en el futuro.
Ni más ni menos.

MAMÁ



Ayer festejamos el día de la madre. Es decir el día del ser humano. La perfección del mamífero consiste en la madre. Antes y después de ella, nadie podría sobrevivir. La inteligencia debe ser materna, porque la convivencia con el calor de mamá es lo que nos hace ser distintos a los otros animales. Gracias a los “opalinos rezagos de la leche materna”, como bien dice el poeta, el ser humano es un cuerpo evolucionado, sujeto a una vida mejor.
Mi mamá es ambateña de cepa, se llama María Teresa Troncoso Toro, su madre, que también fue mía, se llamó Palmira Toro Navas de Troncoso. Ellas me enseñaron a vivir. Mi infancia tiene también una tía importante: Marta Eloísa Troncoso Toro. Entre ellas hicieron la vida de nosotros: seis nietos somos: los Oquendo Troncoso y las Zaldumbide Troncoso. Nos enseñaron de todo: el amor, el valor, el trabajo, Dios, lo “bueno”, lo “malo”, lo “feo”, lo políticamente correcto, lo infructuoso, es decir formaron el corazón de nuestro niño interior, el mismo que nos guiará por siempre. Y al mismo que negaremos, también. Así es la vida.
Mi madre sigue igualita que siempre, es una mujer vanguardista de pensamiento. Una mujer contemporánea. No se quedó arrimada en las creencias del pasado, siempre fue rápida y práctica, siempre ha estado al pie de sus hijos, esperando el llamado.
En estos últimos tiempos, mamá ha tenido que afrontar y acompañar la enfermedad de papá. Y papá ha vuelto a vivir gracias a mamá. Es decir que madre no solo es eso, madre es esposa también y es compañera.
Así como yo, que tengo a mi lado a Julia Erazo Delgado, con quien vivimos hace 10 años casados, pero a quien conocí hace más de 20 y desde allí hemos permanecido juntos. Julia es mamá de Juan Javier ý José Julián Oquendo Erazo, mis hijos, dos niños de 9 y 7 años respectivamente. Ellos están haciendo y deshaciendo el mundo con el niño que son y que llevarán por siempre. Este niño formado por la perfecta mano de escultor de una mamá. Del mejor ser que desde siempre fue mirando la evolución del mundo y fue creando la belleza, el futuro y la maravilla de vivir.
Dios debería ser mujer. Y debería ser madre.

ARTIEDA Y LAS EMOCIONES


A Fernando Artieda lo conocí hace años en un recital de poesía en Quito. Cuando salía al escenario con su voz de huracán dejaba sin respiración a los escuchas. Nunca hablé nada con él. La última vez que lo vi, ya en una silla de ruedas y casi sin poder hablar, yo y él y todos los que estábamos por allí, teníamos el “corazón en la boca”. Un hermoso homenaje que preparó la Casa de la Cultura Matriz, junto con la presentación de su obra completa en la Colección “Poesía Viva”, más un emblemático acto de amor nos puso el alma de mistela.
Todos lloramos un poco, porque todos vimos llorar a Fernando de emoción: sus hijos estaban allí, leyéndolo como si fueran sus parlantes, mientras que Artieda lloraba porque se había quedado sin voz, luego de que hace ya muchos años, su voz ocupaba todos los auditorios y nos hacía llorar ante su desmedido talento de recitador, pero las emociones habían cambiado. Ahora salían las lágrimas porque su voz había dejado de tronar, era como si le tocara entregar la posta a sus herederos. Ahora Lenin Artieda (además, un excelente periodista) leía los poemas de su padre, tratando de alcanzar esas notas hermosas que el viejo Fernando alcanzaba cuando le cantaba al Guayaquil cantinero y rockolero, cuando salía la voz corto punzante de Jota Jota en su poema monumental sobre la muerte y el velorio del héroe de la canción popular de nuestro país.
Artieda será grande porque fue original, Nunca quiso escribir como los “exquisitos”, nunca se hizo el estrecho (solo, tal vez, cuando protagonizó esos malos tiempos para la política, con Abdalá Bucaram, a quien también hizo hablar a través de su vozarrón inteligente), nunca se negó a sí mismo, cambiando su estilo o desdibujándose en el sensacionalismo de lo críptico. Es decir, nunca fue “políticamente correcto” ni en la vida ni en la muerte. Hoy lo perdimos, pero siento que ya lo perdimos antes, cuando su enfermedad lo atrapó en las fauces de su silencio. Silenciar a Artieda siempre será difícil, porque su poesía quedará fresca allí, para ser entendida por las grandes masas. Además su poesía ha sido musicalizada y ahora suena a ritmo de trópico. Si Jota Jota viviría él también cantaría al Ronco Artieda.

LOS LIBROS Y LA NOCHE


La semana pasada estuvo repleta de lecturas de poesía, concursos y homenajes a propósito que el mundo festejó el “día del libro”, el 23 de abril recordando la coincidencia de los fallecimientos de Shakespeare y Cervantes, además de la del cronista peruano Garcilazo de la Vega. Extraña y mítica fecha en la que los dos idiomas se juntan para darse la mano. La figura del libro y la rosa también se repite en estos días de emoción, donde el libro triunfa y, sobre él, la palabra.
Francia celebra “La fiesta de la poesía”, la Alianza Francesa festejó a lo grande con sendos programas donde el público se acercó a las lecturas de poemas, y los escritores pudieron compartir su trabajo en diferentes sitios, quitándole la formalidad consabida a aquellos actos poéticos y literarios y volviéndolos más cercanos a la gente común.
En Guayaquil, el día 23 hicimos una hermosa lectura un grupo de 10 poetas nacionales, organizado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana Núcleo del Guayas. El encuentro al que acudimos para celebrarle al libro su cumpleaños, se llama “el Voz a vos”. El título hace referencia al formato que se usa para presentar a los “vates”. Una pareja pasa al escenario y alterna su lectura. En esta ocasión, inclusive, se pudo conversar con el contertulio, de una manera más fresca y espontánea.
Simón Zavala Guzmán, Piedad Romoleroux, Catalinas Sojos, Iván Oñate, Julia Erazo, María Leonor Baquerizo, Augusto Rodríguez, Manuel Zabala Ruiz, Rosa Amelia Alvarado y quien escribe la presente columna fuimos los invitados.
Bella noche de poesía en el puerto, recordando el poema de los Dones de Borges, que comienza diciendo, justamente el sentimiento que todos teníamos en ese momentos: Nadie rebaje a lágrima o reproche/ esta declaración de la maestría/ de Dios, que con magnífica ironía/ me dio a la vez los libros y la noche.
Leímos los versos y nos sentimos más cómplices, más pendencieros del amor a las palabras y a los libros que ya han poblado con sus hojas el mundo entero y que nos hacen felices, porque gracias a ellos el poder de la palabra se contiene en el tiempo, y en el espacio y permanece con su sabor original.

LA LIBERTAD Y LA SENSURA


Mucho se habla en este tiempo de la censura y la libertad en la comunicación y en la vida en general. Es como si en estos momentos y en este gobierno se haya atentado a todo: y antes, en los tiempos pasados donde para mucha gente “vivíamos mejor” éramos un país libre como una selva de pájaros donde el límite solo es el infinito. Ahora que supuestamente somos una “jaula” en donde nos cortarán la lengua es bueno reflexionar sobre el tema. Una parte de la población se siente censurada por los nuevos planes del gobierno. Antes otros nos sentíamos censurados. O peor aún, otros no tenían ni censura porque su voz no existía. Es decir que la censura es un lugar común, algo omnipresente, nunca habrá libertad, porque la libertad no existe.
Hace unas semanas un periódico que es parte de la campaña de “más respeto” (su símbolo es una “manito” que “la gente comprometida” la adhiere a los parabrisas traseros de los autos para indicar que están en contra del gobierno), me pidió un comentario sobre ello. Titulé a mi reflexión “La libertad del solitario”:
Solo en el poema está mi libertad verdadera. En lo demás siempre hay una imposición social. Solo en la soledad se puede llegar a ser libre. Todo lo demás, desde el trabajo del sobreviviente hasta la risa, son manifestaciones de más de uno. Ese es el precio de la libertad y de la creación. El acto de la escritura es un acto de ostras. En ella, en la soledad y en la creación, se practica la verdadera felicidad. Esa que permanecerá, pero que no podrá ser duradera, porque el cuerpo y el ser exigen que la sociedad entre a formar parte de esa felicidad pasajera. No existe la felicidad completa, existen las felicidades. Estos actos de convivir con el ser de uno. De allí que “El hombre es la casa del ser” de Heidegger. Solo en esta permanencia con la soledad se puede alcanzar el ser legìtimo. Pero el mundo está hecho de palabras, y las palabras nacen de la convivencia. Y sin palabras no existiera la poesía, por lo tanto la libertad humana está condenada a ser una condena.

jueves, mayo 13, 2010

EMILIO PALACIO Y SUS “BUENAS INTENCIONES”

El caso Emilio Palacio ha hecho reflexionar al país, no solo sobre la libertad de expresión y sus ilimitadas posturas, sino también sobre las intenciones que tienen las palabras de acuerdo a “la actitud del hablante” que en este caso sería del “escribiente”. Se dice siempre que “no existen las malas palabras, sino las malas intenciones”. Me pregunto si el señor Palacio necesitaba utilizar el término “matón” para tener “malas intenciones”. ¡Pero, si todos sus artículos son intencionados!
El 4 de abril en Diario Hoy, el periodista colombiano Omar Ospina publicó un brillante artículo sobre el tema que no puedo dejar pasar por alto debido a su claridad y objetividad. El editorial hace un análisis sobre el caso Palacio y “la retahíla de insultos que, según la investigación de Mauricio Rodas Espinel de Gobierno Responsable, profirió durante 2009 el presidente de la República en sus cadenas sabatinas”.
Ospina dice: “Encontré, entre los 171 insultos del mandatario, siete injuriosos mas no denunciables pues no tienen un destinatario único sino varios. Hallé también seis improperios individuales injuriosos y quizá calumniosos, mas no identifico a los destinatarios…”.
Luego Ospina continúa con Emilio Palacio: “Palacio trata de "matón" (abusador) al señor Samán, y le endilga acusaciones que sugieren comisión de delitos: que se ha enriquecido de la noche a la mañana inexplicablemente; que forma parte de una mafia; que dispone a su antojo, con la familia del presidente, de los fondos de la CFN. Esas son acusaciones graves que implican delitos y asociación para delinquir. Debía denunciarlo con pruebas. Al no hacerlo, debe responder como prescribe el Código Penal, puesto que se pregona innecesaria cualquiera otra rendición de cuentas”.
Creo que Omar Ospina tradujo lo que yo pienso de tal manera que me quedo sin palabras frente a su artículo. Nada más que decir. Sin embargo Emilio Palacio me ha enseñado algo: que la gente debe insultar con “buenas intenciones”, todo sea en nombre de la “libertad de expresión” que para Palacio viene a ser lo mismo que libertad de intención. De la que ¡Dios me libre!

“¿QUIEN ME PRESTA UNA ESCALERA,/


Para subir al madero/ para quitarle los clavos/ a Jesús el nazareno?”, así reza una saeta popular española que quiero recordar a propósito de estos días de la “semana santa”. Una época para aprender más.
He visto en la TV dos importantes programas sobre la crucifixión de Jesús. Y me he puesto a pensar en el propósito de estos programas totalmente científicos donde se explora el hecho de la muerte con la cruz, y cómo fue posible que esta arma romana tan genocida y brutal, pudiera pasar a la historia como el símbolo del cristianismo. Pero además, en los dos programas, estupendos, pude también detenerme a pensar sobre los otros miles y miles de crucificados que ha habido (y siguen habiendo) en la historia de la humanidad.
El castigo mortal de la crucifixión tiene, según han dicho los expertos, más de 3000 años. En la cruz se asesinaron masivamente a los desobedientes de la ley y se los dejaba colgados por razones intimidatorias, para que su cuerpo, expuesto al pueblo, sea el símbolo de lo que podría suceder si pasaba algo parecido a lo cometido por el asesinado en la cruz. Me enteré que la cruz, luego de que fue símbolo de la religión cristiana, fue también arma en países como Japón y la Alemania nazi, que crucificaba a los judíos y los mataba de asfixia. Y no hay que olvidar el terrible y espeluznante capitulo del Ku klus klan con su sentido racista y sus cruces encendidas como en las primeras épocas de los cristianos en Roma, cuando los romanos los crucificaban boca abajo o los quemaban en la cruz.
Todo esto me ha dejado golpeado. La ciencia investiga la muerte de Jesús y cómo se dio efectivamente su muerte, cómo debe haber sentido los dolores, los estragos al estar colgado en una cruz, clavado y esperando la muerte que no llega inmediatamente.
Por ello, cuando uno quiere pensar en Jesús de Nazareth y en su mensaje social; en su aporte enorme para los seres humanos, pienso, como dice Machado: ¡No puedo cantar ni quiero/ a ese Jesús del madero/ sino al que anduvo en la mar”.

UN QUIJOTE MÁS


Los verdaderos gestores culturales del Ecuador son muy pocos. Están siempre galopando el caballo enfermo del Quijote de la Mancha. En la literatura se encuentran muchos menos: la literatura es siempre más ingrata, menos “comercialmente” correcta, más amparada en el espíritu que en cualquier cosa.
Conozco un gestor cultural intenso y verdadero. Se llama Aníbal Fernando Bonilla, nació y vive en Otavalo, es actual Concejal del municipio de su ciudad. Trabaja siempre en nombre de la cultura y de las artes. Trabaja siempre con la brújula del artista. Deja a un lado el reloj. El mismo es un artista. Hace pocos meses acabó de publicar dos libros: “Contextos: artículos de opinión” y “Liturgia del ensueño” un breve e intenso libro de poemas donde figuran versos como estos: “Hablamos/ desde la moribunda memoria,/ irónicamente,/ desde el silencio/ de nuestras ideas”. De él, ha dicho el poeta colombiano Felipe García Quintero que “se constituye en una de las voces jóvenes más promisorias de la nueva poesía ecuatoriana”. Éste es ya su cuarto poemario: lúcido, diversos, minimalista, cada vez más decantado, más purista, y más vanguardista. Cada vez más decidor. Y está también su libro compilador de varios de sus artículos escritos en los más importantes periódicos de su provincia. Artículos de mucha solvencia intelectual, de mucho tesón y gran factura intelectual. Por las páginas de este tomo bellamente editado pasan: El Che y Benjamín Carrión; Leonidas Proaño y Eduardo Kingman, Salvador Allende y Guadalupe Larriva. Es una pluma comprometida la de Fernando Bonilla. Y el compromiso no es solo con el lenguaje o con su obra literaria, sino con la obra y la palabra de los demás. Generoso, logra verificar los caminos por donde pasaran los otros quijotes y los Sanchos de su patria. Bonilla siempre está trabajando por los demás, es un gestor tesonero, de enorme y verdadera humildad franciscana.
Seres así necesitamos para estos tiempos donde el común de los mortales nos agobia con su ignorante consumismo.

PARA MI LIBERTAD


La semana pasada, en la brillante columna de diario El Telégrafo de los días martes, la escritora Lucrecia Maldonado publicó un bello y doliente texto sobre Miguel Hernández y Joan Manuel Serrat, a propósito del nuevo disco del maestro catalán con nuevos poemas musicalizados del emblemático poeta que este año cumple 100 años de su natalicio.
Lucre y yo amamos muchas cosas similares. Lo amamos a Serrat, por ejemplo, pero llegamos a él por distintos ojos: ella lo amo en los 70, yo lo idolatré en los 90. Ella conoció canciones que yo nunca conocía, sino en exploraciones tardías, luego de años. Yo amé muchas de las canciones que ella no ama.
Los dos grandes maestros forman un dúo poético musical inolvidable. Nadie ha podido quedarse firme luego de escuchar “Elegía” o “Las nanas de la cebolla” y “Para la libertad”.
En España se ha llamado a este año el “Hernandiano”, dedicado al hombre modelo de los hombres buenos, de los hombres luchadores de verdad. A don Miguel le fueron quitando la vida de poco a poco, con el máximo grado del dolor; con ese mismo dolor templado y distendido escribió los más bellos poemas. Ahora, en este tiempo en que se habla tanto de libertad, en que se cree que ser libre es vivir en el país del libre comercio, la libertad de verdad es la “de mercado”. Tiempo en donde el país de la estatua de la libertad asesina e interviene en toda disputa, en toda guerra, en toda cuestión. Época de una ironía perversa en la que se cree que la libertad se nos va de las manos por decretos, es bueno leer y recordar a Don Miguel Hernández: “Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,/ como un árbol carnal, generoso y cautivo,/ doy a los cirujanos”.
Cuando Serrat canta esta canción, efectivamente uno siente esta grata armonía entre el espíritu libre y el arte. “Solo el arte os hará libres”, parece decirnos una frase popular, pero yo creo que la libertad verdadera no existe. Somos condenados por nosotros mismos, y no escaparemos nunca.
Maestro Hernández, tú que viviste la condena para reconocer efectivamente la libertad, eres el poema que necesito para seguir : “Porque soy como el árbol talado, que retoño:/ porque aún tengo la vida”.

HABLEMOS DE CUBA


No. No voy a hablar de Cuba. Voy a referirme, más bien, a los que hablan de ella en un país como el nuestro. Ecuador: país de más del 60% de pobres, ciudades repletas de periferias miserables, miles de mendigos en las calles. País repleto de complejos de clases, que no ha logrado salir de sus creencias “españófilas”. Pues aquí mismo, en este hermoso Ecuador, la gente habla de Cuba. Y salen sendas perlas dignas de ser contadas:
Primera: “Cuba es pobre, terriblemente pobre. La gente se muere de hambre”.
Señores que hablan de Cuba, permítanme comparar los muertos de hambre de la isla con los que mueren en casi todos los países de América Latina. Los hombres y mujeres de nuestras patrias que aún no tienen qué comer, ni trabajo ni educación debido a las enormes desigualdades. Comparen, eruditos, como viven nuestros pobres en Guayaquil (en medio de la regeneración urbana) o en Quito, y se mueren del hambre.
Segunda: “La Habana se está cayendo, es una miseria, me da una pena ver como sufren los cubanos”. Esto lo escribió un guayaquileño en el facebook. Por favor, señor, no sea osado, no hable de Cuba si vive en Guayaquil. En su ciudad hay casi un millón y medio de pobres que viven peor de lo usted dice que viven los cubanos. Usted se ha ido en un “tour” por la isla, pues debería buscar las formas para irse de “turismo” por los barrios periféricos de su ciudad. Allí si encontrará la miseria en su máxima expresión, allí si tendrá ganas de llorar, de rasgarse las vestiduras, de zapatear con hondo fondo.
Por qué hablar de Cuba si no vivimos en Suiza o en Alemania. Porque hablar de Cuba si vivimos una realidad peor que allá.
Recién este gobierno ha regresado a ver a los pobres. Antes, la pobreza debía ser escondida, como lo fue cuando hubo en nuestra capital el “Miss Universo”, en un Centro de convenciones, vía la Mitad del Mundo, y se pidió que el camino por donde pasaban las “divas” de la belleza mundial sea limpiado de pobres, para que no desmerezcamos el honor.
Así y todo, y las gentes de mi Patria se ponen a hablar de Cuba. Por qué no se miran en el espejo y se sacan las pulgas, mejor.

EL OJO ESCUCHA


Acabo de leer el poemario “El ojo escucha” del poeta Ulises Estrella, editado por la editorial “Sarasvati” de Nueva York. El volumen se abre con un brillantísimo prólogo de Francisco Proaño Arandi, quien resume a Ulises como el hombre de la “reflexión persistente”. Así también lo he visto yo siempre, además de iconoclasta y obsesivo por la perfección. Además, es un enorme conocedor de los secretos de Quito, la ciudad a la que mima desde hace tantos años. Ulises es un sabio al que la vida le ha dado un nuevo y terrible tema: el enfrentamiento con la muerte.
Todavía recuerdo cuando el poeta tuvo que ir, sin proponérselo, a refugiarse en el mundo solitario de la enfermedad, rodeado de médicos. Sus amigos nos enteramos que había sufrido un infarto masivo. Yo pensé en lo difícil que sería vivir sin Ulises, en qué pasaría con la Cinemateca, y con su trabajo de hormiga. Ya, una vez recuperado, se dio a escribir este libro. Al leerlo me entero que Ulises estaba hablando con los ojos, porque las palabras decidieron abandonarlo. Allí estaba el poeta, escuchando el prosaísmo de los médicos, con los ojos (“Estoy al revés,/ mis ojos/ oyen lo que no soy”). Los sentidos se bifurcaron en esos momentos. Aquí llega don Antonio Machado para hacernos acuerdo que “El ojo que tú ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque él te ve”. En medio de esta presión/prisión, el poeta dispara sus versos frente a lo que ve y lo traduce en imagen y palabra, es decir transporta lo que oye con los ojos, así como dice la inmensa Sor Juana Inés: “Óyeme con los ojos”.
En este proceso delicioso y terrible de vislumbrar el poder sensorial y darle significaciones y formas distintas a los sentidos, nace el filosófico poemario de Ulises. Lo suyo es un empirismo poético: “Esa casa, pared, silla, mesa/ desaparecidas/ quieren contarme cómo soy ahora./ Para oírlas/ tengo que entrar en su tejido/ vivo y real”. Lo dice Proaño Arandi: “compleja relación entre palabra e imagen”. Gratísimo y doloroso en esos poemas personales, en donde la voz poética se enfrenta a la muerte: “Es el momento de guardar los juguetes”. Ulises puso su sello distintivo en su encuentro con la muerte y su visión centrada del pasado (lo dice el poeta: “el pasado/ es territorio natural”).