jueves, marzo 04, 2010

CUENCA Y SU ÚLTIMA GRAN VOZ




La actualísima poesía cuencana vive en las manos de dos mujeres: Sara Vanegas y Catalina Sojos. Dos voces depuradas por el tiempo y las aguas, por los libros, por la experiencia, por el sol que hace amarillear el maíz de lo certero, de lo verdadero.
Cuenca siempre ha sido una ciudad que guarda la fama de sus poetas: allí, en el eco de sus ríos se puede también escuchar a los grandes vates de la patria: César Andrade y Cordero, César Dávila, Efraín Jara, Jacinto Cordero, Alfonso Moreno, Rubén Astudillo. Nombre claves de la poesía de nuestra “Atenas”.
Con la voz femenina el círculo se completa. Acabo de recibir un nuevo libro de Catalina Sojos. Se llama “Escrito en Abril” y es una selección de su poesía, desde sus principios. En 1990 publica su primer libro “Fuegos”, poemario maduro, nada intermitente en los caminos de la nueva poesía de finales de los ochentas. Su obra impresiona a nivel nacional. Catalina llega a la poesía, como los vientos del oriente a los Himalayas. Choca su verso contra la tradición. Ella, nada aspaventosa, le hace un quite al erotismo de moda y sale y triunfa porque su voz es auténtica, como la ciudad en donde nace y vive.
A este libro le seguirán “Tréboles marcados” y “Fetiches”, y más tarde “Cantos de piedra y agua / Láminas de la memoria” y luego su magnífico “El Rincón del tambor”. En este nuevo libro, en donde ella decide ser su propia antóloga, hay un poema inédito realmente importante “Mural”, en donde describe y desescribe la ciudad en donde ella vive. Ella es Ulises y ella mismo es Ítaca. La voz poética de Catalina Sojos es, probablemente una de las voces más universales de Cuenca, porque en ella está impresa la ciudad, está identificado su origen. Y ni de qué decir de su voz poética, de su fino discurso proveniente de la más intransigente inteligencia y la más recalcitrante ternura. Con voces así se hace la patria del lenguaje. Con voces que no se han dejado conquistar por los cánones postizos y urgentes que inventan algunos poetastros inseguros que creen que imitando la “exquisitez” se puede llegar al Parnaso de la poesía. Solo la originalidad nos conduce a la verdad. Nada más. Y Catalina lo sabe, para suerte nuestra y de la buena salud de nuestra poesía.

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