sábado, noviembre 28, 2009

Hurgando por la página intangible del Himno Nacional




“Marchemos, hijos de la patria, Que ha llegado el día de la gloria/ El sangriento estandarte de la tiranía/ Está ya levantado contra nosotros” (...). Así dice, la traducción de los primeros cuatro versos de La Marsellesa, el famoso himno de Francia, que fue compuesto a fines del siglo XVIII, cuando la Francia decidió adelantarse a los otros reinos y pasar a ser República. Pero su canto se prohibió en varias ocasiones. En la época del Imperio y, más tarde, en la Restauración de la República, quien osaba cantar la Marsellesa era sospechoso de amar a la Patria. Quien pretendía cantarlo, quien le daba duro a sus versos, con la voz, era un insidioso. La Francia tuvo que sufrir a su himno, someterlo al dolor de la negación. Y es que solo lo que se niega existe. Lo que se afirma sin conocer, nunca será conocido. Hay que dudar de uno mismo, de lo que se canta, de lo que se come, de lo que se vive, y luego sí, como diría el buen Descartes, que, a propósito, era francés: existe, existo, existimos.

Hago esta reflexión con el propósito de pensar en nuestro Himno Nacional y en su contexto, en su forma, en su interpretación. El himno de un país debería ser su radiografía, su pasado con proyección al futuro, o su misma piel.

Cuando la genial Edith Piaf, la gran cantante francesa, interpretó La Marsellesa como si se tratara de una canción popular, toda Francia se encendió en fiesta. El himno había vuelto a nacer en los labios de la pequeña gorrión. El himno se alzaba como una muralla y los franceses se sentían más franceses que nunca, mientras las notas se desgajaban desde esa voz acorazonada.

Empecé contándoles la experiencia de Francia y su himno, no solo porque es maravilloso, también porque fue una canción prohibida, por la que murieron muchas personas en nombre de la igualdad, la libertad y la fraternidad. Por ella, por su canto, por su fuerza, cayeron reinos, estalló la guerra, los fascistas quisieron hacer “arder a Paris”. En 1945 volvió a ser interpretada por Piaf. La melodía llegó triunfante y encendió la paz.

Lo hago también porque siempre, en nuestro país, se ha dicho aquella frase entre hilarante y patriotera que “nuestro Himno Nacional es el segundo más bello del mundo después de La Marsellesa”. Pues bien, primero les pregunto: ¿Alguno de ustedes asistió al concurso de señor Himno? ¿Lo vieron por TV? ¿Salió la noticia en la prensa de que un grupo de expertos hímnicos se reunió en Praga, en Bruselas, en Roma, en Nueva York, en París para escoger el mejor himno, y luego salió el veredicto escrito con letra de oro: el primer lugar es para Francia y el segundo es para Ecuador? ¿Cuál habrá sido el tercero?
Debo decirles que todos los países de América Latina consideran que su Himno Nacional es el mejor del mundo después de La Marsellesa. Pregúntele a un mexicano, a un colombiano, a un peruano, inclusive a un español, que, aunque su himno no tiene letra, el canturreo, el tarareo, supuestamente tiene la misma distinción que tiene el nuestro. O será que acaso nosotros ganamos en algún año remoto y el concurso se sigue dando secretamente y se entrega cada año a alguna nación, dejando el invicto eterno para Francia.

Siempre he creído que lo que se embellece por la fuerza pierde su belleza porque pierde su fuerza.

El Himno Nacional del Ecuador no necesita de concursos. Realmente es un Himno hermoso. Para muestra veamos quiénes son sus autores:
Antonio Neumane nace en Córcega, Francia. Sus padres son alemanes. Estudia en Milán. Fue director de coros en Chile y Perú. Finalmente se aposentó en Guayaquil, en el barrio de las Peñas, en 1841, en la misma casa donde alguna vez se alojó Simón Bolívar. En 1870 Neumane toca el Himno Nacional del Ecuador en la plaza de la Independencia de Quito, siendo, él mismo, el director de orquesta. Su currículo no tiene precio. El Himno fue hecho para que otro artista escriba, sobre sus notas, la letra que le haga vibrar. Y se escogió a Juan León Mera, figura indiscutible de la literatura y de la política. Fundador y primer presidente de la Academia de la Lengua del Ecuador. Finísimo, conservadorísimo, cultísimo y ambateño -sin el ísimo-, porque se creía españolísimo hasta la corona. Amaba a España y además, al igual que una gran cantidad de gente de su época y de todas las épocas, vivió absolutamente convencido de que el mestizaje pasó por todos los ecuatorianos, menos por él y su familia.

Ese fue el dúo dinámico que creó nuestro Himno.

Ahora bien, permítanme decir algo de la música. Para ello me referiré a una cita del maestro Segundo Luis Moreno que se encuentra en el libro “Ecuador: señas particulares” de mi querido Jorge Enrique Adoum, en la que hace un análisis comparativo sobre las complicaciones de nuestro símbolo musical patrio, refiriéndose a la duración de los compases:
Cito: “mientras los himnos de Gran Bretaña, que consta de catorce compases en tres tiempos, el de Alemania Occidental (de dieciséis), el de Estados Unidos de Norteamérica (de veinticuatro, en tres tiempos), el himno Nacional del Ecuador contiene ¡noventa y tres compases!, a cuatro tiempos, con sus repeticiones”.
Aquí constatamos, entonces, la dificultad para la ejecución de la música del Himno. Un Himno escrito con sonido europeo, un Himno que se sostiene en el linaje de Neumane. Nuestro Himno suena a Europa, se lo podría ejecutar en el Liceo de Barcelona, en el Teatrum de Milán, o en la ópera de Viena. No envidia a ninguna sinfonía, cada sonido es perfecto, aunque no suene ni una quena ni se le escuche al rondador, aunque el trino del Reyno de Quito se nos borre por un momento y seamos la Alemania o la Francia de Neumane… Y que conste que la culpa no es de Neumane, el maestro franco-alemán, Director del Conservatorio de Música de Quito. Él hizo un himno con mayúsculas para un país andino que no tenía esa tradición musical, sino otra, igual de respetable. Nosotros tenemos más de pájaro del páramo. Sonamos a trino húmedo de los bosques tropicales, más que a la solemnidad de las Europas; pero ahí le damos, debemos cantar para que se nos escuche como a los niños cantores de Viena. Habría que hacer énfasis en lo que implica la interpretación coral.

Sigamos leyendo a Jorge Enrique Adoum:

Cito: “Está también la dificultad de cantarlo no siendo un país de tenores (…) De ahí que, pese a la buena voluntad y al esfuerzo de quienes lo cantan, pocos llegan a la nota exigida en el compas 14 (…)”

Dicho compás recae en aquel verso que dice “y otros héroes que atónito el mundo”.

Continúa Adoum: “El maestro español Carlos González Arijita presentó en 1968 un arreglo coral (del himno) que lo volvía más humano, pero el presidente Otto Arosemena Gómez dictaminó que el Himno Nacional es intangible y el maestro innovador fue llevado a la cárcel.”

El Himno Nacional está hecho para interpretarlo en sol mayor y cantarlo en fa mayor. Sin embargo, se le rebajó un tono y ahora se lo canta en mi mayor porque según ha dicho el músico Mario Godoy: “se adapta mejor al registro de la voz humana”.

Si los franceses cantan La Marsellesa con toda la granada de su pulmón lo hacen también porque pueden hacerlo. El himno francés no tiene las complejidades del nuestro. Claro, no todos los franceses son Edith Piaf y, desde luego, nosotros tampoco somos el coro de ángeles de Nuestra Señora de París.

Alguna vez escuché a la querida y brillante soprano ecuatoriana Beatriz Parra decir, con cierta agitación en su voz, que no es lo mismo cantar en Quito que en Guayaquil. Nuestro Himno tiene tonos tan altos que en muchas ocasiones debemos parar para tomar aire. Todo esto, mientras cortamos las palabras.
-Fíjese como decimos “Dios miró ia cep to el ho lo ca a a a aausto”-. Es que, amigos, cantar el Himno a 2800 metros sobre el nivel del mar, no es, nunca será lo mismo, que cantarlo al nivel del mar con todo el oxígeno a disposición o entonarlo en las campiñas francesas donde la tierra no está a más de 600 metros sobre el océano. Nuestro Himno no es apto para cardiacos.

La polémica sobre el Himno ha dado pie a grandes enfrentamientos, por ejemplo, el hecho de que los versos del Himno Nacional de Mera, cuartetos de 10 sílabas métricas perfectas, no se adapten a la música, de modo que suena más el ritmo musical que el sonido de la palabra. Por ejemplo, “que atónito”, expresión formada por un pronombre relativo y una palabra esdrújula que no rima con facilidad, a “algunos” les suena como “que a todito”, o ese “vio en tu torno a millares surgir”, no sé porqué “algunos” insisten en cantarlo como “vio en su torno a millares surgir”.

Para finalizar quisiera hacer unas últimas consideraciones. Cantamos solo la segunda estrofa, sin tomar en cuenta que cuando uno empieza algo no desde el principio, sino desde lo que nos conviene, algo falla. Al suprimir la primera estrofa del Himno y cantar desde la segunda, no sabemos por qué motivo derramaron su sangre esos héroes que el mundo “atónito” vio y contra quién combatieron, por qué causa, cuál fue su hazaña.

Lo que más me seduce del poema patrio de Mera es como le trata a la Patria: le tutea, le habla de “tú”, “te impuso la ibérica audacia…. Qué pesaba fatal sobre ti… de vengarte del monstruo sangriento… oh Patria, tu libre existencia/ es la noble y magnífica herencia/ que nos dio el heroísmo feliz:… te aclamaron por siempre señora/ y vertieron su sangre por ti… vio en tu torno a millares surgir”. Eso es lo que más me gusta, que el poeta vea a su Patria como una verdadera madre, pareciera que Juan León Mera le estuviese diciendo a la Patria -si hubiese nacido en estos tiempos- algo así como: “Ma… te quiero… Gracias, Ma, por darme de comer, gracias porque todos los días puedo ver el Pichincha desde aquí. Y perdóname por negarte, por despreciar tu música, tu llapingacho, tu paisaje. Sabes que yo siempre vuelvo a ti, Ma, soy el hijo pródigo que regresa a la orilla de tu pecho, “tu pecho reboza… más que el sol”.

Siempre recuerdo una hermosa película argentina-española de Adolfo Aristarain. En ella aparece Federico Luppi interpretando a un padre viejo de nacionalidad y acento argentino y que habla con su hijo, al que ha invitado a vivir unos días con él, en Madrid. El joven llamado Martín extraña mucho su país y le dice a su padre que quiere volver, pero su padre no quiere que se vaya. Entonces él le dice: “Hijo, la Patria no es el territorio, el Estado, las ciudades, la geografía… La Patria es el barrio, son tus amigos, tus recuerdos de la niñez, tu idioma, tus travesuras. La Patria la haces tú, tú no extrañas Argentina, extrañas la Patria que alcanzabas a ver desde tu ventana, los alambres de luz en donde se aposentaban las palomas…”.
Y es verdad, la Patria debería ser más cercana. A pesar de tener un Himno perfecto y nuestros pechos “en férvido grito”, como dice otro himno, no avanzamos a demostrar todo el amor. Nuestro Himno es bello, aunque me gustaría que sea más sencillo, más decidor, más contemporáneo, menos doliente. Así, como una canción hermosa de Silvio Rodríguez que se llama “Madre” y que dice:

Madre, en tu día,
no dejamos de mandarte nuestro amor.
Madre, en tu día,
con las vidas construimos tu canción.

Madre, que tu nostalgia se vuelva el odio más feroz.
Madre, necesitamos de tu arroz.
Madre, ya no estés triste, la primavera volverá,
madre, con la palabra “libertad”.
Madre, los que no estemos para cantarte esta canción,
madre, recuerda que fue por tu amor.

Lo bello de esta canción es que la madre a la que se refiere el cantautor no es su madre biológica, sino su país. El país que le da de comer, el país que le da de vivir.

Ni más ni menos.



Quito, 26 de Noviembre del 2009

LA LEY DE CULTURA ES UN CICLOPE




Imaginemos que soy un gestor cultural y deseo pedir apoyo, auspicio, ayuda, financiamiento al Sistema Nacional de Cultura, que aún no existe, pero que está a las postrimerías de su nacimiento. Tengo un proyecto entre manos y me acerco al sitio en cuestión, donde la burocracia funcionará con su espesor de siempre y su ignorancia común.
Llego y me encuentro con alguna persona a la que no le simpatizo, con quien no tengo química. Entonces ésta decide ponerme las trabas necesarias para que mi proyecto no salga. El documento va de departamento en departamento, no sé qué pasa, no logro comunicarme con nadie. Quisiera hablar con el Ministro, pero nunca está, es difícil encontrarlo. Quiero hablar con alguien que me haga saber que el trámite está caminando. A la final me canso, me desobligo, y decido acudir a otra institución cultural autónoma, pero ya las autonomías se acabaron. Entonces me quedo con el proyecto aislado de participación, todo porque una ficha del gran ajedrez del nuevo sistema Nacional de Cultura impidió mi paso, entonces como no hay nada más que hacer, ya que acabaron con mi aliento, me desobligo y me voy.
Esto puede pasar si las autonomías desaparecen. Si la Casa de la Cultura, por ejemplo, deja de ser gestora de su propia historia. No estoy de acuerdo en absoluto en esta ley que aglutina al aparato de cultura a un solo lado. Eso significaría unidiversidad, absolutismo cultural.
El Ministerio de cultura debería ser una suerte de ministerio de finanzas de la Cultura, nada más. Ya hemos sido testigos de la inexperiencia de dicha institución. Mucho dinero y poca eficiencia. Desorganización espantosa. Con tantos trabajadores en el ministerio y no hay nadie que informe, que ayude, que guie.
Estoy decepcionado. La experiencia de la Casa de la Cultura es otra cosa, son 65 años de haber trabajado, de haber labrado una tradición, una historia. Con grandes falencias, pero con mayor eficiencia. No permitamos que la Casa se convierta en un instituto ramplón, manejado por un cíclope de visión corta y única.
Apoyo incondicionalmente a este gobierno, pero no estoy de acuerdo con el Sistema de Cultura que se propone en la Ley.

martes, noviembre 17, 2009

EL GOBIERNO Y LA LUZ

A partir de los cortes de luz que estamos sufriendo en el Ecuador por la sequia, debido a que la lluvia no se hecho presente en estos tiempos de invierno soleado, los ecuatorianos hemos tenido que ser testigos de una campaña mediática en contra del gobierno. He escuchado, entre otras, las siguientes perlas dignas de la ignorancia y la mala intención:
1. “Correa es el culpable de que nos quedemos sin luz. No podemos vivir con este gobierno que no hace nada porque llueva. ¿Por qué no pensó en el nivel de agua de la represa cuando comenzó a mandar?, ¿cómo no se dio cuenta de que no llovería, si era más que obvio que el invierno no iba a llegar al país?, porque ahora ya no llega nada desde que este presidente comunista nos quita hasta la luz; los países comunistas son grises, sombríos, nada luminosos, en cambio, los capitalistas son llenos de foquitos de colores.”
2. “Correa no solo nos va a matar con sus cortes de luz, sino que también nos va a envenenar, debido a que las carnes que se descongelan en el corte, y entonces cuando preparemos esas carnes venenosas moriremos intoxicados por culpa de Correa.”
3. “El gobierno va a traer energía desde el Perú y va a pedirle a los países amigos que le presten energía. ¡Qué iras! ¡Por qué más bien no les piden a los que Correa considera enemigos! ¿Por qué tiene que ser Venezuela, Irán, Rusia… los amigos! ¡Tiene que ser igual que siempre… pedir ayuda a los gringos! ¡Ayúdennos a que vuelva la luz!”
4. “Sudamérica entera sufre de sequía. En Brasil y Paraguay sucedió algo parecido… Correa ha culpado a los otros gobiernos, pero ellos no tienen la culpa. Correa es el que adrede nos da oscuridad. ¡Esto es Edad Media, es retroceso! ¡Auxilio!”
Me quedo corto aún con lo expuesto. Lo cierto es que el Ecuador ha dependido del agua siempre y la sequía y el cambio climático nos agarró desprevenidos. Para ello, este gobierno está trabajando en un macroproyecto a largo plazo, por el momento hay que ahorrar luz e incomodarse. No nos queda más.

lunes, noviembre 09, 2009

BERLÍN Y EL MURO EN SEIS TIEMPOS



1. Hace un año estuve en la hermosa y extraña ciudad de Berlín, y todos los días atravesé el muro imaginario que 20 años atrás fue destruido y que supuestamente volvió a “unir” al mundo.
2. Hace 20 años, el 9 de noviembre de 1989, los berlineses del este y del oeste se juntaban otra vez. Los alemanes occidentales los recibían con luces y calefacción; los orientales dejaban a un lado el gris de su color. Eso nos decían los medios de comunicación de occidente. Los de Oriente no se manifestaban. Creíamos que la felicidad del occidente era la única posibilidad de vida.
3. Hace 30 años yo veía en la TV las series norteamericanas con las que crecí. Los súper héroes de mi época eran el hombre y la mujer biónica, ellos siempre lucharon en “la guerra fría”, siempre entraban y salían del “cordón de hierro” que separó al capitalismo del comunismo, para salvar al mundo de las garras rusas. El mundo estaba polarizado y mi niñez la viví suponiendo que pronto vendría la tercera guerra mundial y que en Berlín se originaría esta guerra, ya que los ejércitos enemigos estaban literalmente, al otro lado.
4. Hace 48 años construyeron el Muro de Berlín. El asunto suena antiguo, casi medieval, aunque no tanto: en la era Bush, hace poquito, en los EEUU, se escuchó que tenían pensado construir un muro en la frontera con México para evitar el paso constante de indocumentados. Es decir que el muro es una eficaz solución ya comprobada por los enemigos comunistas.
5. En la actualidad, los alemanes que crecieron en el occidente, en la época del muro, pueden reconocer a los que crecieron al otro lado. Hoy, luego de 20 años dicen que los del otro lado son callados, “traumados”, que hablan, comen y viven distinto. Es decir, la unificación fue en el papel y en el muro, pero la gente sigue separada.
6. Hace miles de años no habían fronteras en el mundo. Ahora para viajar a Berlín o a cualquier país del “primer mundo”, hay, prácticamente, que violar nuestra intimidad para ver si nos dan permiso. Las visas son, en la actualidad, los ladrillos que han dejado los grandes muros de la historia.

lunes, noviembre 02, 2009

MIS MUERTOS




Recordar a los muertos. Volverlos a tener en nosotros, con la piel de sus recuerdos, con la seda japonesa que imperceptible queda en los años, como una llaga, con el olor del tiempo que ha curado heridas, que ha cicatrizado el corazón de los golpes. Que se van, que van a estar mejor, pero nosotros nunca seremos los mismos, ni estaremos nunca mejor. La vida nos va golpeando y ya no podremos sonreír como lo hacíamos en nuestros juegos infantiles. Nosotros solo seremos el baúl que guarda sus recuerdos, la cajita que almacena el último rostro, en los momentos en que vivimos la vida juntos, en que nos movíamos juntos, y luego, el instante en que sufrimos juntos, amamos juntos, percibimos el mundo juntos.
Luego viene la muerte: y se nos lleva (al cielo, al purgatorio, al limbo, al infierno, o al abono de la tierra, eso no importa), igual sufrimos, igual no podemos perdonar a nadie y menos a Dios el habernos provocado tanto dolor: solo el tiempo es juez de nuestras penas, de nuestras obras, de nuestras explosiones de júbilo o tristeza. Solo el tiempo se encarga de hacernos ver a nuestros muertos como figuras en vida de nuestras ilusiones, de nuestras esperanzas. El tiempo coloca a nuestros muertos con las ropas que verdaderamente usaron, con el carácter que tuvieron, con el olor que nos regalaron. Nuestros muertos son verdaderos mástiles de nuestras vidas. El recuerdo es más que la vida misma. Uno recuerda mucho más que lo que vive, porque uno vive el diario de los días, pero los recuerdos son extensiones anchas del terreno de nuestro corazón. Nuestros muertos nos regocijan con los recuerdos. Es como la infancia, como los niños que vemos crecer, cuando somos padres o tíos, y que cada mínimo gesto provocador de sonrisa o ternura nos arranca un trozo de nuestras resistencias.
Nuestros muertos son nuestros más fuertes recuerdos, por eso mismo, los tengo tan a flor de piel que todos los míos están más vivos que muchos de los vivos con quienes convivo casi todos los días en los oficios que la vida exige.