sábado, octubre 31, 2009

LA SELECCIÓN Y LA PATRIA




A mí no me gusta el fútbol. Nunca me gustó, sin embargo, el gran caudal de información que nos ha inundado en los últimos años sobre nuestra selección ha llevado a interesarme en él. He sido participe, como todo el Ecuador, de las dos clasificaciones de la selección a los mundiales últimos. He vivido con cierta intensidad los partidos y me he emocionado, muchas veces hasta la lágrimas.
Los últimos sucesos vividos con la selección también me han conmovido y me ha decepcionado la hinchada, más no la selección.
De lo que he podido escuchar a los expertos, la madurez de una hinchada es un proceso de triunfos y derrotas, de grandes expectativas y enormes vicisitudes. El fútbol es como la vida, y uno no puede siempre ganar, inclusive para tener un sabor más especial en la boca.
En estos días he oído muchas cosas, por ejemplo que la selección tenía la obligación de ganar los encuentros porque era su cancha, era la historia, era la patria. Qué terrible compromiso, que fatua concepción. Jorge Enrique Adoum dice que solo el fútbol y la guerra ha logrado aglutinar al país y ha sentido en colectivo un espíritu patriótico verdadero. Pero el rato en que las cosas no salen como uno quiere y cree, entonces el mundo se nos va de las manos, se nos acaba el “patrioterismo” y nos desinflamos. Galeano afirma que el fútbol es la mejor forma de identificar la idiosincrasia de un pueblo. En una cancha de fútbol está presente siempre lo mejor y lo peor de una nación.
Qué terrible inmadurez a la hora de perder, como si los jugadores tendrían la obligación de ganar y qué en lugar de ello, hubiesen buscado las mejores estrategias para perder. Mi generación “jugaba como nunca y perdía como siempre”. Estas nuevas generaciones se han acostumbrado a ser ganadores. Y está bien, pero uno no puede esperar que las emociones se vuelvan tan cotidianas.
Gracias a la selección hemos conseguido unirnos. Eso no lo ha hecho ni el Obispo, ni la democracia, ni el regionalismo, ni nada. Solo el fútbol, que de fiesta puede tranquilamente volverse una guerra. Y hay que recordar que la guerra también une.

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