sábado, agosto 29, 2009

EULER: PREMIO ESPEJO 2009





Euler Granda Espinoza nace en Riobamba hace 74 años. Desde muy joven se presentó en un estilo poético al que no renunciaría jamás. La anti poesía fue su brillo frente a la poesía convencional. Con ella logró decir lo que él era, lo que pensaba, lo que sentía. Nunca se dejó llevar por el canon, ni por el sentir “colectivo” de los otros poetas de su generación, ni de las venideras. Su nombre es además sinónimo de generosidad. Lo que escribió en su poesía lo ha venido cumpliendo en la vida. En su ya cerrado consultorio de médico general y siquiatra, al sur de la ciudad, daba atención a toda la gente que lo necesite, y en muchos casos no cobraba la consulta. Allí lo visitábamos sus amigos, los que estamos con él siempre, los que lo admiramos de verdad.
Su voz siempre estuvo diciendo, siempre fue un rebelde frente al poder. Su poesía social es muy conocida, pero lo mejor de su obra está, curiosamente, en sus poemas existencialistas y en su obra erótica. Su libro “De cómo tus piernas venían con nosotros”, Premio Nacional de Poesía, es una verdadera joya. La originalidad de su poesía radica en haber usado el “lugar común” como un remanente poético indiscutible. Siguiendo los preceptos de los anti poetas, Granda consigue el milagro de volver bello lo feo, de crear en lo reciclado del lenguaje la nueva propuesta.
Siempre crítico y amargo, siempre condenado al dolor del poeta solo, que no está conforme, simplemente porque la conformidad sería, indudablemente, la mediocridad.
Sus libros “los días amargos”, “Bla bla bla”, “Un perro tocando la lira”, “Que trata de unos gatos”, entre otros, son fundamentales para muchos jóvenes escritores que lo leen como escritor de culto. Su palabra es sagrada, porque es comunicación absoluta con el lector eficaz e inmediato.
Granda es un maestro a la hora de organizar el lenguaje. Gran hombre, gran amigo. Enorme poeta. Extraño, único, verdadero.
Qué bien dado el premio al maestro Granda. El humor negro que lo caracteriza y esa sensibilidad feroz de gato montes, se lo merecen.

viernes, agosto 28, 2009

La nostalgia de los bíblicos de Xavier Oquendo






Maritza Cino Alvear.


La poesía puede expresar muchas cosas en un breve compás. El poeta reinventa esos mundos que le persiguen como una melodía reincidente. Compases que acuden, transformando la interioridad del creador, quien ya involucrado en su quehacer explora signos para nombrar sus fantasmas, sus esperanzas y pulsaciones, cada vez más, vertiginosos e incontenibles.

Macerando y reescribiendo se va forjando el oficio del poeta.

César Pavese, escritor italiano del siglo XX, refiriéndose a este tema aseveraba: que toda especie de lengua literaria es como un cuerpo cristalizado y muerto, en el cual solamente a golpes de trasposiciones y de injertos del uso hablado, técnico y dialectal, se puede nuevamente hacer correr la sangre y vivir la vida…La poesía busca a menudo revirginizarse, recurriendo a lo simbólico, a los recuerdos de la infancia, y aun a los mitos. Ella siente en estas formas espirituales una alta tensión imaginativa que la tienta, y se ilusiona con que baste un acto de voluntad para derivar esa tensión hacia su campo. La poesía copia las formas del mito y del símbolo, esperando que en ellas vuelva a palpitar mágicamente el corazón, pero olvida que sabe inventar, y que el mito vive, en cambio, de fe. (El oficio del poeta de Cesare Pavese).

Esto fuimos en la felicidad, poemario de de Xavier Oquendo, publicado en el 2008 por la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, en la colección palabra al Día, e ilustrado por Eddie Crespo, encarna un discurso lírico integrado de mitos, símbolos y recuerdos, de injertos reconstruidos para reordenarse en la fe que todo poeta lleva consigo, al asistir con su ejercicio y su pasión a la ceremonia de la palabra.

Texto dividido en dos apartados o cuadernos, El primero, El diario de los Bíblicos y el segundo, Nostalgia del día bueno.


Los Bíblicos, es un diario que vierte mares y caminos recorridos desde siglos, donde el paralelismo contiene infinitas posibilidades y lecturas, recuperando voces intemporales a través de metáforas con referentes religiosos y proféticos, que se desplazan con agilidad; complementándose una a otra para ser versificadas con un acento místico y plural:

Cuando juntos estuvimos/ y nos convocó la llama suave/ de los ojos de la noche,/ ahí, junto al silencio/ de la brasa, nos cobijamos/ bajo el sol de su candela. Entonces nos miramos/ y en silencio nos dijimos/ los otros a los unos:
Somos, seremos, Los bíblicos.

Esta afirmación del hablante lírico, en el primer poema que abre el libro, titulado Los bíblicos, nos ubica como lectores ante un discurso que marca el nacimiento de los tiempos y de la humanidad en una atmósfera de calidez junto fuego / parafraseando al autor, para anunciar la vida y luchar como una tribu de judíos errados contra el olvido.

Esta imagen también se confirma en el poema La tierra prometida:

De esta ciudad del Ande,/ con olor a sahumerio y eucalipto, surgimos los bíblicos. Cerca del fuego,/ al lado de la boca del caimán/ donde las estaciones son postales…Estamos lejos del pueblo antiguo/ donde siguen llorando los pastores…Distante quedó el mar que estaba muerto./ El arca nos dejó por estos lados/ donde no hace frío ni calor, solo nacen orquídeas en la selva. Atrás habitan los tatarabuelos del mundo./ Los bíblicos de acá, estamos sacudiendo las dalmáticas/ para salir a reconocernos.

A través de estos versos, el poeta como en una epifanía, revela la alusión al tiempo bíblico y al actual, la travesía por diversas etapas de la humanidad con sus tonos y personajes, así como los mantos que caen, para enfrentarnos al vacío y reencontrarnos en la tierra conocida.


Un poema que de manera especial despertó mi interés, es el titulado: El segundo de abordo. En este texto, el hablante asume la voz singular bajo el nombre de Moisés, y hereda de la figura familiar del abuelo las experiencias del conocimiento, listo a conquistar los misterios del mar, la ley de sus mandamientos y de la tierra prometida:

Mi nombre es Moisés./ Nací bajo el cielo del equinoccio,/ cinco mil años después de las noches amargas/ de mi abuelo, / el que abrió el mar/ y me dejó la sal de sus olvidos.
Aquí yo, su principal heredero,/ fruto de sus equivocaciones y sus tablas. He venido a conquistar/ la tierra prometida de tu vientre, / las insinuantes llanuras de tu cordillera/ en donde haré valer/ la ley de mis mandamientos. Abriré, como el abuelo,/ el mar de los misterios/ y quedarás en mí, siempre,/ como un tatuaje áspero.


Dos constantes en el discurso poético de esta primera parte son el recuerdo y el olvido, registros del diario de los bíblicos, con los que cierra insistentemente la mayoría de sus poemas, unas veces como aceptación y otras para rebelarse, en un afán de perennizar y ser más que una semblanza o recuerdo.


Nostalgia del día bueno, es el nombre del segundo cuaderno de este texto. Metáfora espiritual donde la nieve y el frío serán otro eje temático, como en el anterior fue el recuerdo y el olvido.
Nieve y frío, temperados en la voz profética, como principio y fin:

Por primera vez la nieve. / Una especie / de reproducción del mundo, Me quedé absorto/ frente a los colores/ que danzan en su luz./ Sentí un miedo tormentoso/ y unos ojos en mitad del frío… son los versos con los que se inicia este segundo cuaderno, en el poema: El Ignorante. Es nuevamente el comienzo del que desconoce y despierta temeroso ante lo inédito:


No hay sabor/ en estos nuevos sitios/ que se hielan…Mis hijos/ son esos soles/
Que el viento necesita….No sé si vuelva a ver aquel sol/ entre las ramas de las encinas… Este frío con números,/ este llanto ocultista/ estos huérfanos miedos…Los amigos que no se quedan siempre,/estas sombras de saberme solo….Son algunos de los versos de distintos poemas que connotan un acento de nostalgia, tedio , orfandad y frío.

Apreciamos esta afirmación con renovado énfasis en el poema La Soledad que se le olvidó a Machado, cito:
En estas soledades, en estas ausencias frías, en estas oscuridades burdas/ todo se contrae/ se contraría / se corta…Son soledades verdes, inviernos con flor de menta, cielos de petrificada esmeralda. En estas soledades/ me agito/ y tomo un aire/ que no alcanza a ser,/ pero acompaña.


Nostalgia del día bueno, nombre del segundo cuaderno y también de un poema, tienen el sello de la ausencia y de lo añorado, pero a la vez de la paciencia y la fe ante lo aún desconocido y misterioso, cito:

El sueño, /la nieve. Esa nube de hastío que se repite/ en los mismos rostros;/ la misma calle de la ciudad/ que alguna vez/ fue cuna del encantamiento. Sin embargo/ en algún árbol,/ por algún trecho/ en cualquier reja/ deberá anidar el día bueno: / aquel día pródigo/ que no asoma/ que no entra. En este frío/ el día al que le canto/ aún no emigra.

En este último libro de Xavier, la voz poética, recorre un antes y un después, de ahí su título Esto fuimos en la Felicidad, canto universal con rastros que enlazan e incorporan otras épocas que a veces nuestro imaginario las ha convertido en leyenda, para así devolvernos a partir del pasado el porvenir con profundas y renovadas utopías.

El oficio del poeta una vez más nos persuade con estos ejercicios espirituales, trabajados con ingenio y gran sentido humano. Acento intenso y alegórico donde reposa la esperanza, junto a la nostalgia de los bíblicos.

Xavier Oquendo, poeta ambateño radicado en Quito y autor de más de diez textos literarios. Editor, antólogo y promotor cultural, además de ser humano inquieto y perseverante en difundir la poesía ecuatoriana y convocarnos a otros espacios para así rescatar nuestro merecido lugar en la literatura contemporánea. Hoy, en el marco de esta feria de libro, nos entrega su última obra: Esto fuimos en la Felicidad, muestra de la auténtica poesía y bitácora del paso del tiempo con sus parábolas y ficciones, donde el autor en un ejercicio de profeta, se confiesa como un perpetuo condenado del beso, que deslía su paciencia, antes de llegar a la Cita con la Nieve.

viernes, agosto 21, 2009

ESTO FUIMOS EN LA FELICIDAD según Liset Lantigua



Por Liset Lantigua

Es difícil abordar la poesía sin sentir que una rasga una seda antigua, intocada, por la que el viento cruza de ida y vuelta poniendo nuevos tonos, obviamente pálidos o grises, o tenues. Una quiere hablar de la poesía, tiene a la mano el método, sus apartados, hablante lírico, tono, composiciones, estructuras, recursos estilísticos, procedimiento, disposición, en fin, todo, y llegado el momento una siente que nada podría agotar las posibilidades del texto, y lo que es aún más grave, siente que no puede rozarla sino con su propia piel, con sus fluidos, y entonces una desearía ser un junco, o un copo de nieve, o una pagoda de aire salobre, cualquiera de esas cosas que conocen sus elementos informes, porque todo lo demás anda lejos. Entonces una trata de recorrer estos ambages en puntas de pies, como la niña que la noche se llevará tras la travesura, y de la que no quedará sino un poco de polvo sepia sobre el papel. Porque lo trascendente, lo perdurable, está en la obra. Y lo que debería servirme de cierre para que su autor me recordara, tengo que decirlo al comienzo pues todo cuanto pueda caber en mi estudio será exiguo. Este es un libro bello. Pocos he leído tan unánimemente logrados, tan trabajados, tan genuinos y madurados. Su autor es un poeta, lo cual no se consigue con la escritura de poesía, ni siquiera con la publicación de libros, pero él con uno de los poemas de “Esto fuimos en la felicidad” al azar, en un papel de estudiante tembloroso, escrito a mano como hace siglos, me hubiera arrancado esta afirmación, no se diga con el libro. Sin embargo Javier, habiendo escrito esto, debería tener 120 años, haber nacido en Kioto, y sobrevivido a la intemperie de lunas y lunas antes de grabar las minuciosas hojas, los frutos, las colinas, las alas incendiadas de los insectos, las rocas escarpadas bajo la primera nieve de un invierno que empieza en el sol. Pero Xavier Oquendo no es ese viejo artista, sino uno más viejo todavía, nacido en Ambato en 1972, autor de más de ocho libros, la mayoría poesía, y de “El mar se llama Julia”, novela publicada recientemente por Grupo Editorial Norma y a propósito, es bueno ver que se publican libros cuyo principal logro es el trabajo con la palabra, el estilo, ahora que lo que importa son los efectos de las historias contadas del modo más lineal y plano, pero claras y entretenidas. “El mar se llama Julia” entretiene, sin dudas, pero recrea porque es un libro inteligentemente tramado y de una prosa cuyo lirismo delata al poeta que está, felizmente, antes que todos cuantos puedan habitarlo: narradores, actores, periodistas, magos, cantantes de ópera, etc…
Y en fin, tras este paréntesis que también pudo ir al final, procedo a comentar el nuevo poemario de Xavier y por el que estamos reunidos aquí. “Esto fuimos en la felicidad” ocupa dos zonas en dos cuadernos: El diario de los bíblicos y Nostalgia del día bueno. La transición de un cuaderno a otro contiene el eterno gregarismo que da paso una individualidad que solo puede ser triste. Como toda existencia vista desde otro risco, en un distanciamiento pastoral, lo que parece ser auténtica sabiduría, praxis, metafísica, un yo lírico que es todos y siente todo y lo precisa todo, es apenas el velo que ciega, que impide la mirada y la reemplaza por el discurso. Una elaboración ulterior, ambigua, como lo es la conciencia del “todos” nutrido por una savia que dijo lo dicho y lo hecho en las parábolas justas, las que completan nuestro mito creacional y colocan la suerte y la obra en un orden aleccionador. Son los grandes temas los que ocupan el espectro de asuntos de esta obra. En el primer cuaderno la impronta del paso del tiempo labra ferrocarriles donde hubo una mano y su cuerpo al final, asimétrico. En sus trenes viajan las ánimas de ojos idénticos que idearon el éxodo, que lo anticiparon entre mirra y aceite. Pero son adolescentes y viajan el extravío de la edad, del aborto en una vejez que no les concierne, que se enrosca en su vacuidad y en su ternura. Lo que fuimos desde la perspectiva cuantiosa de la amistad es la idea entorno a la cual gira esta parte del libro. El pasado como ese éxodo contrario, infructífero, alimento de la nostalgia de lo que pudo ser y no fue: “Queríamos ser los apóstoles del mundo” (Mochileros), y con ello el desarraigo y la transitoriedad. “Somos un puñado de barbados / en el regreso hacia el hogar” (Farra)
El orden de la vida desde los arquetipos preconcebidos, inútiles, cómodos en una lógica evolutiva que no sirve para nada más: “que sólo éramos nómades del pueblo hebreo y que, antes de encontrar la tierra nuestra, debíamos hallar a la mujer (…)” Y más cercano al ser: “Los amigos dormidos, amontonados como un pozo de trinos” “Los amigos nos visitan cada fin de semana. Por ellos y por nosotros pintamos de mostaza y azul las paredes hasta cambiar de sentido el nuevo universo y ser otros, otra vez” (confesión)
El deseo de quebrantar al arquetipo se hace evidente en la necesidad de recoger los modos con que la vida se presenta: “La reina de Saba: la buscábamos en el balcón de Julieta, Es hija de Darío, en su boca actuó Greta Garbo, Tuvo amigas en Roma”. El lugar ha sido nombrado otra vez. Vuelve la esquina como el punto de encuentro, como el ojo de agua o el sitio de comunión: “Allí vivimos noches mil y una / allí asomó Aladino y su mal genio / allí éramos más grandes que el destino”. (La bohemia). En medio de este vagar por las sombras del tiempo ido, la historia retorna en ese vicio consuetudinario de hacer con la misma arcilla el recipiente, nunca tan bien pulido y amasado como lo fuera antes: “Quiso recuperar el tiempo perdido, pero ya aquel tiempo pasado fue peor” (Diagnóstico reservado). O en “Abriré, como el abuelo, / el mar de los misterios / y quedarás en mí, siempre, / como un tatuaje áspero”. Y una permanencia per se de la caducidad: “Nos quedamos los de siempre, solos, pero firmes”. Y lo paradójico es que es cierto.
En el primer cuaderno se aprecian además los contrastes de elementos bíblicos y hechos de la vida cotidiana, parábolas que juegan con la polisemia de lo ambiguo. Un afán por reunir, por reintegrar al árbol la manzana, parafraseando a Valery, por probar que en ese suceder de la supervivencia una y otra vez asomamos con los mismos dioses, y con el dios de todos sobre la nada informe y caótica: “He venido a conquistar la tierra prometida de tu vientre” (El segundo de abordo). Y con ello la lid inaugural con la que azolamos al tiempo: la resistencia: “La cómplice radio nos canta: / despiértame / cuando pase el temblor / y cuando pase el olvido, claro” (Colegio de monjas). De Judas: “Nos abandonó. Se fue sin decir nada / hasta el pozo sofocante del olvido”. (El héroe). De lo que Jonás encontró “Un mundo en el que había explotado el olvido”. (Del que se fue). Y no puede faltar lo que los jóvenes griegos usaron para el arrepentimiento: la anagnórisis, la culpa, porque no seríamos sin ella, sin el miedo que pende del gajo cercano a la casa, a la pupila, a la inocencia que nos guarda en la soledad de las noches: “Los amigos no hicieron caso omiso / de la ley de mis palabras. / He decidido sacrificarlos”. (Cédula) Y en ese escenario que se va completando por grietas y adoquines aflora la ciudad, su vulgar modernidad, su hastío: Jonás encontró “Una ciudad autista con metro y otra, paranoica, con / tranvía” (Del que se fue) La ciudad de las múltiples puertas que dan a una tierra que es la misma, su cerrazón: “El frío de esta ciudad cerrada / nos abre la puerta” (Farra). Y la ciudad de la aplicada nostalgia: “En este lado de la ciudad / donde el sol es poco menos que un minuto, / estuvo el café de nuestra edad”. (La Bohemia). Entre el pasado y los huesos de ahora queda la música. Cabría preguntarse: ¿Qué sería de la ciudad sin su música, del tiempo sin su música de rieles y balaustres, sin sus hojuelas de arroz y su tintineo? “Somos el perfume de la canción que nos suena” (Campos de pentagrama) O “En medio de nosotros habita la música y un cierto olor a café negro” (Años). Y el amor, sumido en el fracaso de su urdimbre, pone la trampa: “Ya no hay a quien cazar en esta noche” (Cacería). El fracaso con sus paredes de alabastro: “construimos una casa enorme que nos cayó encima” (Las monedas). Y todo lo humanamente sabido y sentido es arrojado al mismo derrumbe-naufragio: “Un día se fue (la madre del dinero) y nos dejó unos cigarrillos para las penas” (Las monedas). Javier hilvana en los versos de este cuaderno las señas y signos de los suyos, al pie de la estación, viendo los mismos rostros, las mismas venas en una pulsión de no vida: “pero el automóvil no fue suficiente. Había que encontrar ese aire que nos mueva los cabellos engominados. Ese halo de niebla que nos pase por la frente y nos haga saber que no éramos tan guapos, que no éramos dechado de virtudes”. (Chicos cocodrilo) Más evidente aún en Mochileros: “Y los cangrejos, que tenían una marcha tan parecida a nuestra dolorosa vida de amanecer”. Sin embargo eso era la felicidad. El discurso mantiene un yo lírico plural, desde lo melancólico.
NOSTALGIA DEL DÍA BUENO es un cuaderno prolijamente armado, en el que abunda el deslumbramiento como si la nada anterior marcara la cadencia de asombro en asombro: “Por primera vez la nieve” (El ignorante). El frío llega con su conciencia presagiosa del dolor ante el descubrimiento de un mundo que comenzó en el sueño. La contemplación de quién abre los ojos por primera vez, lejos de la mirada gregaria del primer cuaderno de este libro. En esta parte se instala la individualidad del yo lírico como para quedarse, y hay en ese retorno al yo único, solitario, individuo, una pluralidad que le devuelve la voz y la vista a quien antes hiciera eco de una sabiduría impropia. En este lirismo depurado, y con casi una absoluta economía de palabras, está lo mejor de cuánto se dice en este libro. De Residencia de estudiantes quiero leer unos versos que dan cuenta de ello: “Esos poetas / esas semillas / y esos ventarrones / que se ven desde la /Residencia de estudiantes /donde un día los hijos de los poetas / pensamos en nuestros hijos”. En estos versos nos acercamos por primera vez a la trascendencia en correspondencia con la vida misma, la transferencia de lo anhelado a la realidad consumada. Vuelve la soledad que proporciona un aire, como otra presencia machadiana, “en estas soledades me agito, y tomo un aire que no alcanza a ser, pero acompaña”. Lo que tiene de japonés este libro está esta parte, y es mucho: “Todo el hombre que llevo / se halla enlatado en esta mañana gris / que no convence a la piel”. En (túnel de invierno) hay un acercamiento a lo pedestre de una cotidianidad que podría ser bella, pero no se puede vivir la sublimidad de lo bello en la boca de un túnel “que me come íntegro en un sueño espeso”. Nostalgia del día bueno merece nombrar esta parte, un poema elaborado desde una inconsciencia dictada, maravillosa. Frío de extrañezas es un poema pleno de honestidad, en ese amor que retorna al hijo a través de las evocaciones, y las extrañezas justifican una mimesis que vuelve informe todo ante el recuerdo. Nada más que decir. Me he visto, en razón del tiempo, obligada a obviar poemas del libro, porque todos darían de qué hablar. Lo dejo en sus manos, incapaz yo de decir con tanta honestidad lo que fuimos en la felicidad, y convencida de que su autor, tendrá que decir, quizá muy pronto, lo que fuimos en la tristeza, y sonará feliz, sin dudas. Y mientras tanto, que el sol siga alumbrando sus habitaciones.

jueves, agosto 20, 2009

UN POETIZAR HABI(LI)TADO DE VOCES SIN CONSIGNA



UN POETIZAR HABI(LI)TADO DE VOCES SIN CONSIGNA
Fernando Nieto Cadena

me fue dado ser yo
y me estoy convirtiendo en serpiente
Marialuz Albuja


Después de todo el tiempo no pasa en vano. Lo digo porque cada vez más con mayor frecuencia las noticias que recibo de eso que de alguna manera sigue siendo mi solar nativo, recuérdese aquello que uno sólo es de donde yacen sus muertos, y mis muertos más entrañables reposan en Guayaquil y no por pura coincidencia. Decía, digo, de vez en cuando las noticias que recibo son gratificantes para quien mira desde los costillares de un golfo con vientos frescos del sueste lo que pasa allá, abajito de Colombia y arribita del Perú. Noticias que me hablan de poesía, a ratos de narrativa. Y entre esas noticias el pedido de escribir algo que suene audazmente a prólogo que es un poco jugar a cómplice-encubridor y lo que resulte de esta extraña petición que sólo la amistad y la confianza puede provocar.
Normalmente no acostumbro descarrilarme en malabares con pedigrí cabalístico, por lo que no insistiré en la presunta magia del presunto número mágico siete porque ya el cursi aquel se encargará de decir siete son los pecados siete las virtudes siete las vidas de un gato y cuanto siete pueda saltar de su madriguera metafísica (en el buen y peor sentido del dichoso vocablo). Ni modo. Siete son los poetas que habitan y nos comparten su poetizar en este libro.
Por lo pronto hay una coincidencia de los siete respecto a quien esto firma y perpetra: no nos conocemos personalmente en persona, lo cual para ellos debe ser tranquilizador y hasta satisfactorio. He leído antes, de una mínima minoría de los siete, textos sueltos en alguna antología, revista, blog o algo semejante. Estoy en desventaja porque a lo peor ellos me conocen más a mí que yo a ellos. Por lo menos pueden haberme leído, dicho esto sin falsa modestia ni vanidad almidonada, yo -en cambio- empiezo a leerlos más allá del hallazgo de un nuevo nombre. Empiezo a leerlos, es decir, a desentrañar los enigmas de siete discursos poéticos que sin aparente justificación se unen para no permitirnos seguir siendo los mismos de antes de conocerlos. Ya se ha dicho con apócrifo aforismo, por sus obras los conoceréis. Por mi parte los estoy conociendo. Y como no me pusieron límite de páginas ahora se aguantan.

Primero unas consideraciones algo generales. La poesía del siglo 20 abandona las certezas poéticas que dominaron hasta el siglo 19. El discurso se admiraba como producto de una ‘inspiración’, de un rapto de furor divino. Por entonces perduraba (bueno, aún perdura) la noción judeocristiana de la inspiración divina, de ahí el remanente de ver como sacerdocio el quehacer poético. Ese discurso añejo dio paso al discurso conjetural de las vanguardias literarias que niega las certezas que ofrecen asumir la poesía como producto de una inspiración divina para convertirla en llano testimonio de subjetividad que descree de las verdades absolutas y relativiza el ser y no ser de las apariencias con que se viste de múltiples realidades el mundo exterior.
En este sitio debería hacer un resumen del quehacer de los y las poetas en las últimas décadas en Ecuador, justo ahora que se cumplen mis primeros treinta años de haberme yo mismo sacado tarjeta roja del país. Si veinte años no es nada, treinta son una nada y media. En estos años la lírica ecuatoriana ha hecho un guiño como homenaje al himno nacional donde habla de a millares surgir (o algo así, perdón por el olvido). Tengo la sospecha que en Ecuador en los últimos treinta años han aparecido poetas 'a millares surgir'. No caeré en la maligna tentación de repetir el viejo chiste mexicano de sentenciar que en estados como Chiapas o Tabasco todos son poetas mientras no demuestren lo contrario. Si remarco la sospecha es porque lo que más me sorprende es que no se trata de una simple explosión demográfica cuantitativa, sino que se trata también de un estallido cualitativo. No hay pues tal resumen porque ustedes (cualquier lector más o menos asiduo a los estertores-bramidos-ensalmos de la lírica ecuatoriana) conocen mejor que yo y tienen un mejor informe personal de la situación.
Regreso a lo de la explosión demográfica cualitativa de la ¿nueva, joven? lírica ecuatoriana. Para que se acalambre el patrioterismo. No todos ni todas en el estallido de nuevas voces poéticas son excelentes ni están condenadas -las voces- a trascender o perpetuarse para la bobalicona admiración idólatra de muy futuras pero bien futuras generaciones. Hay sí una buena cantidad de voces que destacan, proponen, sugieren, que su paso por este oficio de incertidumbres pesarosas que es la escritura no será en balde y a más de uno se le recordará con envidiosa veneración. No es muy deseable hablar del futuro, debemos permitirle que se convierta en presente para ver si las apuestas fueron o no acertadas o convenientes.

Dicho todo esto entro al baile del que espero salir indemne, menos 'pior' a lo acostumbrado en este canibalesco carnaval de vanidades bien y mal administradas que es la ¿vida? literaria en su poco edificante guerra de egos sin reposo.
Antes una breve numeralia para holgazanear mientras las neuronas vuelven a su sitio. De los siete, cuatro son mujeres. De los siete, cuatro son de Quito, el resto de Ambato, Esmeraldas y Guayaquil. Todos pasaron por alguna universidad y/o por algún taller literario. Más de uno transita por la narrativa, las artes plásticas o el cine. Muy pocos cruzan los eriales del ensayo, de la crítica literaria aunque si ejerzan o hayan ejercido la docencia sobre todo a nivel universitario. Ahora sí, a lo que vinimos.

Presumo ya que no hay aviso en contra que cada uno de las y los poetas son responsables de los textos presentados. Esto podría significar que así se ven, se asumen y quieren mostrarse. Esto lo digo porque hay una 'poética' que precede a los poemas, poética que poco me dice para descifrar el por qué de la selección hecha por cada quien. Por lo demás el recurso del ars lírico siendo como es una añosa convención se queda llanamente en eso, en una llana convención que no trasciende más allá ni más acá de cualquier otro texto. Por lo menos yo sigo preguntándome y para cada uno de este club de siete poetas ¿qué es la poesía? Creo o mejor, pienso que esto es uno de los pequeños pero no leves deslices de LA VOZ HABITADA. Quiero, necesito suponer que no se debe a una improvisación por premura de tiempo; pienso que pudo ser una decisión del grupo sin grupo que buscó mostrar algo distinto pero se enredó en la añeja convención de lo previsible. Pienso que pudo ser incluso una manera de no caer en la otra convención, la de explicar el por qué de esta muestra porque podía a sonar a justificación y ya se sabe que a confesión de culpa ganancia de mal pensados o de envidiosos que es casi lo mismo. Además y ademenos, ahí están los textos que como ya sabemos o debiéramos saberlo, en los poemas al mismo tiempo que desarrollamos un tema subyacente transita lo que pensamos sobre lo que suponemos es la escritura.
Por fortuna el conjunto de los textos de cada uno, incluida la presunta poética ya leída como un poema más, alcanza un nivel mucho más que satisfactorio sin que por eso podamos lanzarnos al estallido de cohetones y descorchamientos de botellitas de jerez a la salud de nadie. Se ha dicho hasta la aburrición que los textos se defienden solos. Pienso que esta vez salieron bien librados porque buscándole como le busqué los qué y cómo para descarrilarlos hacia las cunetas de la inanidad pudieron más ellos, los textos, que mi intransigente vocación de lector siempre a la defensiva para que no me den gato por liebre. Como bien se ve no puedo escapar a la convención de los lugares comunes.

A partir de que toda escritura se reduce al trillado sendero de preguntarnos quiénes somos y por qué somos, encuentro una coincidencia mayor entre los textos de las poetas que entre los poetas. El sector femenino cuando merodea las esquinas de lo amatorio casi siempre lo hace como evocación después de. El aire de nostalgia, de soledad con que se evoca al amado me induce a sospechar que esa soledad más que un artificio lírico es una actitud ante la vida, una manera de decirse y decirnos cada una que sí, el amor es necesario pero más necesaria es mi soledad donde puedo ser y estar a plenitud para pensarte-recordarte-desearte. La consabida estrategia del desamor de los amantes que nunca sabemos lo que tenemos hasta que lo malgastamos. Esto desde la atalaya de la mujer que para dignificarse en su soledad asume una visión que en cierta forma juega a ser irónica para escamotear/se el dolor del bien perdido.
Marialuz Albuja, por ejemplo, lo dice de esta manera:
Alguna vez
quizás al comienzo de otra guerra
o en el descanso de las gradas que recorres cada día
sin notar que el pasamanos ya no aguanta
me habrás, por fin,
definitivamente
olvidado.
Ana Cecilia Blum por su parte confidencia:
Si pudieras
quedarte para siempre,
si no te marcharas
al siguiente día

Julia Erazo expresa el hallazgo de la caducidad del encuentro amatorio como lucha de sexos:
no estás
sabanas africanas
la aurora el ocaso
una leona
tras una cálida presa
aspiro tu aliento
guardo la flor del baobab
a pesar de las sombras
la caza se consuma
Por su parte Carmen Perdomo, el olvido lo envuelve como ausencia:
Invento tu piel,
como el fuego que nace en mis pupilas.
Hoguera,
labios pálidos,
voces olvidadas.
La muerte me diluye en tu cuerpo.
Lo amatorio no es lo único que las conduce a pergeñar sus soliloquios dialogados. Cada una plantea de cierta manera atisbos de cierta poética (conjunto de técnicas, repertorios temáticos, puntos de vista) femenina (si existe algo que pueda denominarse así, de poética femenina, digo), para expresar -en los términos de un viejo ortegagassetismo- su ser y su circunstancia como sólo una mujer puede experimentar el mundo, la vida pues, con palabras nacidas a veces como desgarramiento y a ratos como realización testimonial de su ser y estar en tiempos como estos que nos ha tocado en suerte vivir.

Los poetas se expresan más allá o más acá de los desasosiegos del amor. Lo más cercano es la atmósfera doméstica para nostalgizar a los hijos como en el caso de Xavier Oquendo. Carlos Garzón en cambio entrecruza una suerte de religiosidad pagana que no se resuelve a imprecar ni a venerar. Carlos Vallejo se desenvuelve mejor porque no se refrena con esa especie de minimalismo involuntario o inconsciente -no sé- que parece permear a muchos o por lo menos a la mayoría de los poetas de las ¿nuevas? ¿novísimas? generaciones líricas no sólo ecuatorianas llegadas después de los ochenta. Minimalismo que en este libro no es monopolio masculino ya que las poetas también se deslizan por los acotados espacios de la brevedad.

Desde siempre una de las preocupaciones de los poetas ha sido la de configurar un discurso para dialogar si no consigo mismo, con ese otro que nos habita y condiciona a ser lo que aspiramos y no lo que presuntamente somos porque así lo prefieren y permiten quienes se disfrazan con los valores seculares de la humanidad y se esconden tras los artificios de la manipulación de verdades y realidades que el poder –cualquiera que sea- dispone como irremediables.
Los poetas desde la muy arcaica y tediosa antigüedad hemos optado por el fuego prometeico de la palabra para desnudarla y poseerla en toda su plenitud expresiva. Por eso, insatisfechos de todo y nada, es decir, de nosotros mismos, buscamos ese alter ego que nos libere de nuestras prevaricaciones ante la vida, que nos justifique ante nosotros mismos para seguir respirando sobre este planeta donde cada vez más deambulamos como suicidas sin vocación.
Por esta búsqueda de un alter ego entre existencial y literario vislumbro que los tres poetas de este volumen se internan en la vorágine de sus obsesiones para sentirse inmersos de vida en los descensos a sus cotidianos infiernos.
Carlos Garzón Noboa mantiene en su discurso un ritmo que lo lleva y trae de aquellas sombras donde la muerte es una conseja exorcizada a una preocupación de respuesta más o menos panteísta para descifrar los oráculos del devenir, sin remilgos ni autoconmiseraciones:
Mejor habría sido sepultar a los ídolos,
que soñar cómo nuestras tiernas hijas
fornicaban con la edénica serpiente;
pero, confiados, seguíamos esperando,
dormidos al pie de las Escrituras,
la respuesta del Oráculo.
Xavier Oquendo Troncoso discurre por una domesticidad donde los hijos parecen ser el interrogante frente a un futuro donde él de alguna manera seguirá siendo un Prometeo encandilado por la vida:
En el fondo de los vientos
habitan los ángeles
que parecen otros vientos
que se juntan con los vientos normales
y entonces forman los colores de las brisas
que los hijos ven,
y nosotros creemos que es el viento.
Pero son los ángeles caídos
que quieren jugar a ser viento.
Carlos Vallejo se interna en los eriales de la exploración intimista a través de juegos narrativos que saltan en zigzag sin premeditación ni coherencia aparentes como muestra del caos interno que busca restablecer el orden primigenio, no en vano esa es la función de todo poeta, ordenar el acoso de ese caos que son y somos los humanos:
Habrá que abrir las ventanas del mundo
para que el deseo cante otra vez a sus muertos,
habrá que volver a empezar, antes de los labios,
hasta alcanzar la señal primera, el motor
del verbo, esas novísimas aguas, y profanar
el lecho donde tiembla un cuerpo: centro de la tormenta.

Uno de los temas recurrentes ha sido y es la exploración de los laberínticos andamiajes de la infancia, ese tiempo –dijo Jorge Guillén- cuando nada era más serio que jugar en serio. Indagación que usualmente se convierte en el eje de la obra total del escritor que requiere indagar esos territorios para saberse vivo, más allá de la constatación burocratizada de la existencia. Si lo anterior es cierto, los siete poetas aquí presentes desmienten un poco, mucho o todo lo que se ha venido diciendo cuando hemos tropezado con la infancia y hemos intentado volver a ella como al edén del que fuimos expulsados. Digo que desmienten esa conseja del rescate/recuperación de la infancia porque en sus textos las referencias a la niñez son marginales o en abstracto. Debo confesar que es posible que estos siete poetas en otro momento, en otro libro, en otra circunstancia ya hayan despachado esta vaina de la infancia. En este volumen no hay inmersión en la presunta 'edad feliz' ni testimonio de esa imborrable polimorfa perversión de la niñez donde rozamos las cavernas de la felicidad.
En todos la nota viene marcada por el yo de un presente no siempre pletórico, a ratos placentero. Por ahí discurren estos ríos que no son pretéritos pero que si van a la mar de una poesía en búsqueda de sus definitivas provisionales palabras enraizadas con la vida.

Finalmente, el epígrafe. No se crea que lo puse por esa manía convulsiva y compulsiva de poner un epígrafe que demuestre lo ilustrado letrado que soy. De por sí el epigrafismo se sustenta en los grandes nombres de los poetas que reconocemos y admiramos y/o envidiamos. Lo digo con conocimiento de causa, usé y uso como epígrafes grandilocuentes versos o frases rayanas en solemnidad avasalladora para demostrar que estoy al día y soy exquisito como el epigrafiado de turno. El epígrafe puesto esta vez tiene una sola motivación.
Si de mostrar poéticas se trataba aquí está, pienso, el ser, la razón de ser y el por qué ser de este libro, poesía expresada a través de siete poetas que buscan su identidad, su voz, ese inasible yo que todos perseguimos como poetas. Como todo personaje kafkiano, la imagen del escritor no es más que una alegoría del bicho aquel, parecen despertar los siete poetas de esta VOZ HABITADA en medio proceso de convertirse en la mítica serpiente, símbolo de inteligencia, sabiduría y sensibilidad, lejos del aberrante simbolismo cristiano que lo único que hace es evidenciar su frustración misógina. Pienso y creo que por aquí anda, debe andar, la oscura y clandestina vocación de este sector de poetas ecuatorianos más o menos emblemático de un ¿nuevo? poetizar, aferrados a la palabra como puerto de atraque y tabla de salvación al mismo tiempo. Si de paso la sabia serpiente es también la seductora serpiente bíblica que nos conduce al descubrimiento y hartazgo del placer de los cuerpos, bienvenida sea.

Villahermosa, Tabasco, México, 14 de Abril del 2008.

El Encuentro de Almas








LLEGA EN SEPTIEMBRE
EL ENCUENTRO DE ALMAS

Con el fin de fomentar la lectura en el país y la integración de autores, lectores y editoriales llega el primer ENCUENTRO DE ALMAS un evento que desde el 1 hasta el 5 de septiembre reunirá en Guayaquil a los autores más destacados de las letras nacionales
La primera Agencia Cultural-Literaria del País –ElConjuro- prepara un evento literario pionero en el área cultural ecuatoriana que pretende romper esquemas e integrar al escritor, editor, librero y lector durante varias actividades que se llevarán a cabo en cinco jornadas del 1 al 5 de septiembre en la ciudad de Guayaquil.

Programa*:

Martes 1 de septiembre:
Conversatorio Pérez Torres-Carolina Andrade: J. E. A: señas particulares
MUSEO PRESLEY NORTON, 17:30
Presentación de cuentario “Delirio Temporal” Alexandra San Jiménez
TEATRO CENTRO DE ARTE, 19:00
Homenaje a Sonia Manzano: Daniel Calero - Maritza Cino
ALIANZA FRANCESA, 19:15
Recital poético: Ana María Iza, Xavier Oquendo, Maritza Cino, Simón Zavala Guzmán

Miércoles 2 de septiembre:
MUSEO PRESLEY NORTON, 17:30
Noche de vino y Adoum: Xavier Oquendo, Sonia Manzano, Maritza Cino, César Eduardo Galarza, Rosa Amelia Alvarado, Elizabeth Quila
CASA DE LA CULTURA, 19:00

Jueves 3 de septiembre:
Conferencia sobre la trascendencia y permanencia del Súper Yo en la obra literaria y su impacto de Sonia Manzano y Jorge Enrique Adoum
MUSEO PRESLEY NORTON, 17:30
Conversatorio Jorge Martillo – Billy Navarrete sobre lenguaje literario y audiovisual
CASA DE LA CULTURA, 19:00
Presentación libros de Jorge Enrique Adoum: Cecilia Ansaldo, Luís Carlos Mussó y Xavier Oquendo
ALIANZA FRANCESA, 19:30

Viernes 4 de septiembre:
Conferencia René Jurado, Ramiro Arias, Xavier Oquendo y César Eduardo Galarza: industria editorial y la agencia literaria
MUSEO PRESLEY NORTON, 17:30
Presentación novela de Huilo Ruales: Que risa, todos lloraban
CASA DE LA CULTURA, 19:00

Sábado 5 de septiembre:
Vermouth Narrativa Ecuatoriana 1
Mariela Manrique, Martha Chávez, Miguel Antonio Chávez, Solange Rodríguez
ALIANZA FRANCESA, 10:00
Vermouth Narrativa Ecuatoriana 2
Jorge Dávila, Huilo Ruales, Elsy Santillán Flor, Juan Andrade Heymann y Rocío Madriñán
ALIANZA FRANCESA, 11:00
Tarde Poética: Luís Carlos Musso, Ángel Emilio Hidalgo, Juan Secaira, Carmen Inés Perdomo
CASA DE LA CULTURA, 18:00
Presentación poemario “La encarnada” Nelly Córdova
CASA DE LA CULTURA, 19:00
Concierto de Almas: Daniel Calero, Wladimir Zambrano, H. Napolitano, Carolina Pepper, G. Mosquera
CASA DE LA CULTURA, 20:00

*En algunos casos la presencia de invitados de fuera de Guayaquil está sujeta a confirmación.

Algunas pistas para encontrar la felicidad


Por Juan Pablo Castro

Donde el amor esté,
estará ese pájaro adherido a un árbol.

Javier Oquendo Troncoso
Estos fuimos en la felicidad


Si alguien me preguntase cómo definiría a Javier Oquendo Troncoso. Tendría que responderle, casi sin dudarlo, que me parece un pájaro. Y su poesía, por eso mismo, el vuelo fulminante de un ave retozada.
Aunque la metáfora resulte demasiado animalesca, no encuentro otra manera, desde mi particular mirada de pedestre lector de poesía, de acercarme a los textos del poeta Oquendo Troncoso.
Hay una mirada aérea que se desplaza por el territorio de las emociones, un aleteo persistente, casi obsesivo, en el caso particular de Eso fuimos en la felicidad, el libro que presentamos esta noche, que nos remonta al pasado. Es un vuelo nostálgico, sentido, hacia la maravillosa telaraña de la memoria donde yacen algunos cadáveres que todavía soplan algo de vida, como muertos vivientes del cine de Hollywood.
El novelista recrea ese universo memorioso a través de las herramientas de la ficción. El poeta, parecería que está viviendo ese pasado, pero distanciado en el ejercicio propio de la creación. Esta, que suena a paradoja, o a retórica, creo que da algunas pistas para poder entrar en las páginas de la poesía de Oquendo. Al menos son mis pistas, o, si ustedes quieren, las huellas que me invento para poder seguir la textualidad.

La primera pista tiene que ver precisamente con esa necesidad de regresar. Este vuelo hacia el pasado justifica, o pretende justificar precisamente lo que somos. Eso fuimos para ser lo que ahora somos, parece decir el poeta:

Decidimos tener novias. Ir a cazar entre las fieras la que más cercana se halle de nuestro barrio. La que logre aposentarse en nuestras ansias.
Pero la libertad del viento y unos tragos nos atrapan. Atrás quedan las muchachas vestidas de amarillo. El deseo se opaca.
Somos los feos que buscamos la flor en la orilla del charco.

Entonces, imaginarse el pasado, vivir ese pasado en el segundo de creación para aventurarse en el poema como un ser del futuro, un pájaro del futuro que se apropia de una conciencia suficiente que le permite asumir su condición pasajera, pajarera. Y la flor, un atisbo de la esperanza, la idea hecha objeto de la belleza.

La segunda pista está dada por ese acercamiento a la cultura pop. Al cine, a la música. Así la poesía, esta poesía de Oquendo Troncoso, se convierte en un monstruo que devora la carne de los otros. Y, en ese acto se salvaje nutrición, se disemina, abre sus alas, surca por otros cielos textuales.
Dice el poema:
Y llegamos a tener un automóvil. No era una descapotable como el soñado en una noche mojada. Era un modelo en blanco y negro. Lo pintamos con su propio brillo.
Desde el retrovisor de nuestras ansias vimos el mundo. Éramos James Dean en nuestro mito: nos peinábamos con brillantina a ver si las mujeres nos amaban.

Este poema tiene un epígrafe de David Summers, el vocalista de la ya casi desaparecida banda Los hombres G, que marcarán huella en los maravillosos años ochenta.
Epígrafe y poema, entonces, resultan evidencias de una necesidad hambrienta que tiene el poeta por acercarse a otras carnes. Y, aunque en el acto de la invención se da el lujo de crear un mundo que por estos lares quiteños nunca existió –un verano eterno digno de un descapotable-, me parece de una limpia sinceridad. Tampoco James Dean marcó una impronta en nuestras particulares subjetividades, pero, por los vuelos propios de la poesía, aparece aquí como la encarnación de un sueño, quizás de una ilusión como la linterna mágica, uno de los juguetes que prefigurarán el nacimiento del cinematógrafo.
Además el guiño que hace al poeta a una banda de los ochenta, no solo parecería reflejar esa condición de nostalgia, de testimonio epocal, que aparece por la conciencia del yo poético, sino que reafirma la multiplicidad de variantes emotivas que pueblan el universo cultural de estos días.

En el poema Colegio de monjas, encontramos autos, cometas Halley, Marylins Monroe, y llegamos, ya con el corazón jadeante, a la música pop también de los ochentas. “Despiértame cuando pase el temblor, y cuando pase el olvido, claro”, termina el poema haciendo referencia a Soda Stéreo, la banda argentina que haría temblar a los jovenzuelos quiteños de los ochenta que, desgarbados y lampiños, acudíamos a sus conciertos o comprábamos los discos originales, cuando la piratería era exclusivamente un negocio de los mares.
Y, así, como un mosaico virtual se han juntado signos de la cultura universal. La poesía de Oquendo, a partir de esta búsqueda estética, se desprende, para bien de todos, de los devaneos ceremoniosos, abstractos y pretenciosos que pueblan ese consagrado deber ser del poema. Para nada, en estos versos la vida, y el mundo de la cultura, se vuelven próximos, luminosos. La hermosa diva, la narcotizada diva del cine, que muriera junto al teléfono, y el siempre temido paso del jadeante cometa, se juntan como cartas de un mismo naipe.

En este ejercicio poético, es posible encontrarnos, además, con una mezcla, tan fulminante como la que se dan entre un gin tonic y dos tragos de zhumir coco. Así, deidades absolutas, hebreos y artistas del star system se abrazan, se dan la mano y salen caminar por los versos. Jonás con Sinatra. Platón y Nerón. Dios y Greta Garbo todos juntos en una ceremonia vibrante, en un vuelo medio alucinógeno. El poeta, ya no de terruño, se lanza al mundo, habitante a fin de cuentas de estos tiempos posmodernos. Porque, si no, de qué otra manera se puede comprender la cultura en esta época que nos ha tocado vivir en suerte: precisamente como la superposición de capas, sentidos, pliegues diversos de signos que provienen de todas las culturas del mundo. De ahí que prohibir las fiestas de Hallowin, porque supuestamente son enajenaciones, es igual de torpe que impedir el agua en el carnaval. Las dos expresiones, aunque algunos ingenuos burócratas no lo crean así, son elementos de la cultura, aunque sean disfrazados o a punte de bombazos aguados.
Regresando a la poesía de Oquendo lanzo ahora la última pista, debería decir mi última pista, para entrar en este libro: Hay una evidente y golosa presencia de un yo poético colectivo.
Desde ese “Decidimos tener novias”, con que inicia el poema Cacería, hasta el “Hemos estado siempre juntos” del poema Años, es evidente una voluntad estética por hacer que la voz plural sea la que impulse el poema. Aunque la individualidad del poeta nunca desaparece, el colectivo que se encarna en lo que Oquendo Troncoso llama “los bíblicos”, parece alzarse con vuelo mayor.
Dice el poema:

Hemos estado siempre juntos. Comimos mazmelos alrededor del fuego y fuimos testigos del descubrimiento del frío y de los carbones de la noche.

Hombres del mundo reunidos en la fogata. Esta, que parece la imagen de una película de aventuras, o uno de los clásicos de Jhon Ford, resulta para mi modo de ver, una de las claves, de las pistas, para comprender la aventura estética, el vuelo creativo, que Javier Oquendo Troncoso ha emprendido en este poemario. La voz plural, el colectivo humano que se junta en un ritual nocturno, con las volutas de fuego y los rostros en la semi penumbra, resulta así la prueba flagrante de un humanismo que se resiste a su descomposición. Y “los carbones de la noche”, la proximidad al cosmos: principio originario de todos. Somos hijos de las estrellas, decía el genial científico norteamericano Carl Sagan, y esa premisa se evidencia en este entrañable verso.
De ahí que, en ese tránsito existencial, en esa presencia de la amistad que junta a los hombres, el poeta pueda concluir, sentenciase a sí mismo, en unos versos más adelante, en el escalofriante poema El yo del frío, cuando dice:
Hoy el hombre que llevo
no quiere deshacerme
ni empujarme a su vacío.

No el monstruo que pugna por salir, que refiriera Mayakobsky, ni el insecto de Kafka, o los hijos extraterrestres de Allien. No. Ese hombre que lleva dentro el poeta, es la suma de todos los hombres del mundo, y de la historia que los registra.
Así, el poeta cumple con su misión, con su sentido de ser y se alza, alas abiertas y mirada fija a cuestas, hacia otras latitudes, aquellas en las que puede finalmente alejarse del vacío.