domingo, abril 29, 2007

REQUIEM POR MARIO

Hace unos días el poeta y académico de la lengua, Mario Cobo Barona, murió de un infarto cardiaco, dejándonos un poco huérfanos a todos los que lo queríamos y admiramos. Escribí este artículo en su homenaje. No es más que un reconocimiento de amor por su persona.

Alto. Espigado. Con garbo al caminar. De cara dulce y amigable. Así lo veníamos los que lo queríamos. Que éramos muchos. He llegado a pensar que somos todos los que queríamos a Don Mario Cobo Barona. Y ya no hay muchos a quien querer así.

Hace unos meses presentó mi libro Salvados del naufragio, junto con Iván Oñate. Sus impecables discursos: sonoros, canoros, seguros, siempre impactan. Luego lo entrevisté en una bella página que alguna vez publicaré en un sendo libro de entrevistas a escritores ecuatorianos e hispanoamericanos. Más tarde quedamos en preparar juntos la antología poética de nuestra provincia en el siglo XX. Él era el idóneo para hacerlo. Él tenía el temple y el coraje del Dios Apolo. Además de la pasión que emanaba por las calles marmoteadas de sus poemas, de sus sonetos, de sus romances, de su prosa pulida por un cincel de diamante.

Mario era pasión y trabajo. Con Mario no se jugaba. A él no le metían gato por liebre ni en la poesía, ni en la vida. Pero era tan amable, tan cortés, tan Barón de antigua casa palaciega, que era imposible encontrarle defecto a viva voz. Habría que excavar en su vida para encontrarle algo disímil, y en eso no nos metemos sus amigos, porque consideramos que Mario se fue sin que sea tiempo para irse, para dejarnos a todos los ambateños huérfanos a destiempo, como si no tuviéramos problemas, dificultades y, sobretodo, porque estamos carentes de amigos y Mario era impecable para la amistad. Su fraternidad estaba impermeabilizada. Había allí un tremendo respecto y una vocación genuina.

Académico. Prosista a lo Cervantes. Metrista a lo Garcilazo, sonetista a lo Petrarca y amigo a lo discípulo. Así, como el buen Jesús de Nazareth, abrió sus brazos a sus contertulios jóvenes. Así me abrió su corazón partido en una cañón de maravillas. Es el poeta de Ambato por excelencia, la voz firme de un corazón plegado al sol.

Mario te queremos todos. Porque gracias a ti la poesía de Ambato siempre rondó la esperanza. Siempre es temprano para tu partida. Pero, eso sí, te prometemos, aquí nos quedamos los que te queremos y te seguimos para cantarle al mundo y decirle a la Patria que tú eras el poeta de los mármoles y el amigo de todos. Gracias por haber existido. Ahora tus libros te harán vivir en el paraíso. Amigo.

miércoles, abril 18, 2007

UN AÑO EN EL BLOG

Amigos queridos, un año en el blog, he disfrutado, he sufrido, sigo sin conocerlo bien, sin explorar sus bondades. Pero las más grandes bondades han sido mis lectores, mis amigos. A ustedes mi agradecimiento. Los quiiero mucho. Deseo siempre que seamos uno en este espacio. Gracias a todos.

sábado, abril 14, 2007

DE LA POESÍA Y SU PORQUÉ

Yo no sé para qué sirve la poesía.
Ahora la poesía no sirve, más que nunca, para nada.
Ahora la nada es un poema.
La poesía es una nada.
Ahora no conmueve nada.
Ahora conmueve el hecho de que la poesía le conmueva a alguien.
Ahora quien se conmueve con la poesía es un ser conmovedor.
Ahora la poesía no es conmovedora, sino el que se conmueve con la poesía.

A Homero le sirvió para escribir las epopeyas. Y para rescribirse, y revivirse, y saber que existió un griego que reinventó la guerra y la aventura en los versos. Y que existe aún y que está sumergido en un mito, aunque haya gente que afirme que Homero no existe. Y que la poesía de sus monumentos mitológicos son solo referentes poéticos. Es decir que, en el caso de Homero y de los mitos griegos, la poesía servía para crear al hombre que la escribe.

En el caso de Cervantes sirvió para socializar un idioma. Y amparar a un idioma. Y estructurar un idioma. E idiomatizar a un pueblo. Y entregar las palabras, y labrar los significantes, Y apropiar los significados, y descubrir los silogismos, y ampliar los continentes verbales, y ponerles rumbo a lo que el pueblo habló. Es decir que a Cervantes le sirvió la poesía para inventar un idioma.

Y a Salomón, para amar en las palabras. Y para sentir placer en el jugo ductil de sus versos bíblicos. Y para enorgullecerse en los conceptos del amor puro, del sexo, de la vida. Y para explicar el significado de la vida, del amor puro, del sexo, de los ventarrones de vida. Y para ser un poco más felices. Y para enamorar. Y para entregar y entregarse. Y para recibir y recibirse.
Es decir que a Salomón le sirvió la poesía para amar y para vivir y para morir.

Y para Vallejo, fue medicina para el destierro, cuando la poesía más triste del mundo puede ser la más potente de la eternidad.

Y para Rimbaud, la poesía, fue el muro. Y en ese mismo momento es cuando él rompió el muro.

Y para Baudelaire, la poesía, fue el demonio. Y con ella mismo luchó con el demonio de carne y de palabras.

Y para Neruda fue el mar. Y fue Matilde. Y entonces fue cuando todas las mujeres del mundo en la poesía de Pablo se llaman Matilde y son del mar.

Y para Girondo fue el juego. Y entonces la poesía le hizo el niño más inteligente del mundo.

Y para Cardenal es el cosmos. Y entonces su habito fue libre e infinito. Y sus palabras son todo el universo.

Y para Rilke fue la personalidad de cosmopolita. El mismo verbo de sus cartas. La poesía lo desterró hasta donde solo se puede hablar y vivir y contemplar y comer de la poesía. Y solo eso. Y solo la poesía.

Y para Federico fue la vida y fue la muerte.

Y para Miguel fue la muerte y fue la vida de su hijo.

Y para los otros, para todos los otros a quienes amamos, a quienes leemos, a quienes sentimos y de quienes ha salido la poesía de la gigante isla planeta en el que vivimos, es la inmortalidad. El saber que están vivos los poetas, en sus libros, que tienen en sus letras el camino. Que con ellos hay paz. Y hay guerra. Pero con ellos hay más paz que guerra.

Y aún así no sé para que sirve la poesía.

¿Para amarla?

DAVID LEDESMA: 46 AÑOS DE SU CORBATA AMARILLA

A propósito de la aparición de su obra
completa
Tal vez la historia le salto el fuego eterno a David Ledesma. Porque David debe ser inmortal casi por una obligación del cosmos o de los ángeles. Acaba de cumplir 46 años de su muerte. Se murió un jueves santo -30 de Marzo de 1961-, como profetizó Vallejo que se debe morir la poesía, y resucitarse en las letras. Y David se fue como un ángel. Según las fotografías, tenía una boca extremadamente dibujada. Parecía una cereza. De voz varonil, dicen, pero muy frágil -figurita de seda-. De padre machista y madre complasciente, David se descarrió, y le tocó sufrir a palo alzado la hecatombe: "Me gritaba mi padre diariamente:/ -Estudia la aritmética,/ aprende la aritmética!.../ Si no sabes la tabla de sumar,/ no irás al cine el domingo,/ ni al carrusel, ni al foot-ball.../ Hay que saber que dos y dos son cuatro/ para poder vivir.// Me rogaba mi madre, entristecida:/ -Aprende la aritmética,/ estudia la aritmética:/ si no sabes restar ni dividir/ no tendrás un futuro,/ ni dinero, ni casa, ni amigos, ni coche...// Y no aprendí las tablas de aritmética./ Ni he logrado el futuro, ni el coche, ni el amigo;/ pero he tomado todos los dones de la vida,/ gozándolos intensa y plenamente". Publicó, parca pero magistralmente, ínfimos folletines de poesía, que se han convertido en la vertiente obligatoria de cualquier poeta del país y de América -la lengua y la verdad se postran ante Ledesma-. "Cristal" (1953); "Club 7" (junto con Ileana Espinel -su amiga y novia eterna-, Sergio Román Armendariz, etc.); "Gris" (1958); "Los días sucios" (1960); y obras póstumas como "Cuadernos de Orfeo" y "antología general" (1962). Este David -casi extraído de la mano santa de Miguel Angel o de la Biblia-, llegó a verse frente a frente con el verso desnudo y el amor a graneles de cósmica luz, enfrentándose a la figura masculina de su embeleso, de donde surge la poética más firme del país: "...Su cabellera/ estaba coagulada en duros bucles/ que bien podían ser la miel del bronce./ Eran sus ojos de un color absorto/ que fluctuaba entre el verde y el marrón.// Vino lleno de luz. Era su alma/ apacible como un río de versos...". Este David desprotegido, anunciado entre una manifestación de horribles cánones, en un país y un mundo desprovisto del ungüento sensible. Se ahorcó con una corbata amarilla, que fue un obsequio de quien lo amó. Se fue marchando al infinito: "He muerto en mí para resucitarme./ Un nuevo ser me viste./ Ya no puedo decir que soy un hombre/ ni que vivo en tal parte,/ ni que amo,/ ni que soy./.../ Y ardo/ nada más./ Tocado estoy de Gracia y de Misterio". No se ha podido conservar el lomo intacto de este bronce incólume, que es la voz de David Ledesma, en la poesía. Exigimos que alguna editorial publique la obra completa de David, del pobre David que lo colgaron en la nube de los desposeídos, pero, sobretodo, en la de los poetas, que tienen el jueves santo de Vallejo, como para no morir jamás, ahorcados en el olvido.

MANUEL ZABALA RUIZ: UN GRAN POETA DESCONOCIDO


Manuel Zabala Ruíz es un poeta inmenso al que, injustamente, se lo ha olvidado.
De parte y parte viene la culpa de este involuntario olvido. El, por su parte, sumergido en la cátedra, no ha podido promocionar su obra a cabalidad. Sus lectores, que son muchos, han optado por recolectar su obra en copias "xérox", para disfrutar de su palabra. Las editoriales han estado un tanto despreocupadas de su obra. Obra inmensa, que quedará para otras generaciones, testimoniando la gran poesía de la Patria.
En una conversación que tuve hace ya algunos meses, con Franklin Cárdenas, un hombre de empeño y letras, coterráneo de Manuel Zabala, y Presidente subrrogante de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, me hizo precisar uno de mis mayores sueños, el que se pueda publicar la obra completa de Zabala Ruíz. Hice, entonces contacto con el poeta, después con los editores, y ahora ya, gracias a este empeño, tenemos el libro hecho, a nuestro gusto, para satisfacción de los nuevos lectores.
Gracias, ahora, a "LIBRESA", a la Casa de la Cultura Matriz "Benjamín Carrión" (Con la bella edición de poesía junta No. 5), y a la Casa de la cultura Ecuatoriana Núcleo de Chimborazo, hemos podido cumplir el sueño de reunir la pequeña obra completa de Zabala Ruíz para todos sus lectores adictos, y para todos aquellos que tienen placer ante la lectura de la maravillosa poesía.

El Contexto generacional del poeta

Si la generación de los años treinta dio la gran narrativa de la Patria, pienso que los años sesenta fue una época donde se dio una gran poesía. Una madura poesía, nuestra de verdad, vista con puntos netamente nacionales y universales a la vez. Voces que se despuntaban en nuevos caminos, nuevas connotaciones poéticas, giros lingüísticos, novedades fonéticas, discursos poéticos de largo aliento.
Tobar, Samaniego, Granizo Ribadeneira, Barrera Valverde, Jaramillo, Villacís Meythaler, Espinel, Ledesma, Iza, Granda, Pesántez Rodas, Astudillo, Preciado, Arízaga, Arias, Luna, Pasos, Vinueza, Manzano, son poetas importantes de la citada generación. Todos ellos, alguna vez pasaron por alguno de los grupos literarios de esta época. Pero ya son islas poéticas porque ya son un estilo, una definición palpable del idioma, un discurso hecho, una sensibilidad lingüística propia. Autores de una poética madura y audaz. Lúcida y procaz. Digna de las mejores líricas de América.
A está generación -diríamos en la primera etapa de esta generación- es nuestro poeta Manuel Zabala Ruiz
Acogido en el grupo "Caminos" -que fue fundado en el año 1955, por un grupo de poetas del Carchi que eran liderados por Wilson Burbano-, Zabala Ruíz era el mayor del grupo, -y también el mayor poeta.
Si bien es cierto que Zabala Ruiz vivió inmiscuido en el florecimiento de esta generación, su trabajo siempre se dio en solitario. Su trabajo fue y es una isla en la literatura del Ecuador. Hay desconocimiento de su obra, porque Zabala Ruíz no ha pretendido difundir su trabajo en forma de comercio. Zabala ha preferido ese silencio digno de la humildad bíblica. De esa humildad de los poetas legítimos, que se descubren cuando tiene que ser. Como es la auténtica poesía.

Zabala: vida, premios, cátedra, libros:


Manuel Zabala nace en Riobamba. En esa, como él la llama: "Tierra del indio duro como roca en tormento;/ tierra para vivirla como se vive un cuento.../ Sultana de los Andes y Capital de Quito..." (Epinicio: Oda a Riobamba). Hijo de Don Manuel María Zabala y Doña Sabina Ruíz Darquea. Es el penúltimo hijo de seis hermanos, de los cuales todos son mujeres. Era el año de 1928: "Yo vine al siglo veinte sin fraque ni librea,/ con el mayor disgusto, sin la menor idea,/ a pujos, manotazos, empellones brutales,/ con fichas y con números; con pelos y señales.// Sin más ni más me ataron de tal manera al piso/ que ya me fue imposible volver al paraíso...", La vena poética de Manuel comienza a ver el mundo diferente, austero, silencioso, y rico en todo tipo de metaforización, dice, por ejemplo, para ilustrar lo dicho: "A los seiscientos días de andar entre la gente/ se me ocurrió mirarla de un modo diferente...".
El poeta inicia sus primeros estudios con los Hermanos Cristianos en su ciudad natal, hasta cuarto grado de escuela que, con su familia, vienen a radicarse en Quito, en donde se incorpora a la escuela del "Cebollar", también de los Hermanos Cristianos, los mismos que, viendo la vocación del poeta ante la vida religiosa, deciden llevarlo a Cuenca, a terminar su instrucción primaria y Secundaria, guiando su camino de adolescente, para que llegue a ser un Hermano Cristiano de la comunidad, en el Seminario Menor de la "Sultana de los Andes". Dice en su poesía autobiográfica: "...Yo amarré mi cometa junto al Cristo de roca/ porque se hizo gorrión y estaba medio loca;/ porque al volar en medio de la tarde cereza,/ se relamía el alma como santa Teresa.
La escuela y el colegio es un tiempo primordial para un poeta, y para Zabala es, aún más, casi definitivo: "...Luego vino la escuela, siniestra, siempre en vela./ (Yo quisiera callarme para siempre la escuela,/ las notas reprobadas, el zarpaso del gato/ y esas ganas terribles de comer cada rato)...".
Regresa a Quito, dejando la vocación de Hermano Cristiano, y se gradúa de bachiller en el Colegio "Montufar" en 1948. Comienza su carrera Universitaria en Quito, donde estudia Castellano y Literatura en la Universidad Central del Ecuador, hasta licenciarse.
Desde allí hasta siempre, Manuel, el maestro, el profesor, ha dejado gratísimos recuerdos en todos los casi diez mil alumnos que han cruzado por las aulas donde él enseñó el lenguaje de los poetas.
Su inicio como catedrático se dio en el Colegio "San Pedro Pascual", mientras hacía su práctica docente en el colegio "Manuel María Sánchez. Ha impartido su conocimiento en colegios como el "Theodoro W. Andersón, el "Benalcázar, así como en la Facultad de Filosofía, Escuela de Castellano y literatura de la Universidad Central, por treinta y dos años. Actualmente sigue impartiendo cátedra en el colegio "Liceo Policial".
Publica su primer libro "La risa encadenada" en 1962, que sale como una separata de la revista del Colegio "Benalcázar". En éste se publican trabajos ya maduros, conocidos por todos los intelectuales y poetas de la época. Más tarde se publica "Teoría de lo simple" en 1970, por la Casa de la Cultura Matriz; y por último la Casa de la Cultura lo publica en la Colección Básica de autores Ecuatorianos, No. 78, el libro antológico "Rumbo al otoño" (1986), que contiene el libro inédito "Variaciones del Estío".
Ha sido un poeta que ha obtenido algunos premios. Sus poemas "Biografía Humilde", "Dibujo de la mañana" y "Teoría inédita del espejo" han sido trabajos premiados en los concursos de la Universidad Central, cuando él fue estudiante de la misma. Sus premios mayores los ha obtenido en Guayaquil. El muy conocido premio de Diario "El Universo", "Ismaél Pérez Pazmiño", lo ha tenido en su terna ganadora en algunas ocasiones. En 1961 gana el segundo lugar con el poema "Laberinto", texto éste que se lo considera de una vanguardia, una frescura, una ironía y una calidad insuperable. Otro segundo premio, en el mismo concurso, se lo concede en 1964, con los "Sonetos de redondel", un conjunto de doce piezas, donde se plantea en forma consonántica todo el trajín de la "torería". En 1966 el mismo premio le concede una mención especial a su poema "Inmersión"; hasta que en 1992 gana el Primer Premio Nacional con el poema "Los cuadernos del salmista", un conjunto de octavas reales sobre el tema religioso.
Su obra es corta, pequeña, casi mínima. Un poeta que ha trabajado el poema como un libro, como un trajín real. Hay que admirar su empeño y dedicación en la poesía formal, el ritmo y la intención poética nueva, refrescante, única.
Manuel Zabala ha sido incluido en varias antologías nacionales e internacionales. Una de ellas es la compilada y realizada por Jorge Enrique Adoum: "La poesía del siglo XX", donde junto con 58 poetas de la Patria, plantean el discurso poético del Ecuador. Está en los índices de los hermanos Barriga, la Poesía Ecuatoriana de Hernán Rodríguez Castelo, las obras antológicas de Rodrigo Pesántez Rodas, entre otras muchas, que reflejan su calidad.

Su pequeña obra completa

Manuel Zabala es el único poeta de este país que ha concebido a sus poemas como antológicos. Escritos con esa maestría digna de los mejores sonetistas de la España de Oro (Góngora y Quevedo); con esa tristeza endurecida del París frío de Vallejo; con ese ímpetu localista, irónico, universal (Lope de Vega); con la ternura formal de un poeta que sufre (Hernández); con la universalización de su discurso a través de la obtención poética de una voz colectiva (Octavio Paz). Es decir es el poeta que hace que cada texto poético suyo, funcione como un libro, como una novela, como un cuento.
Todos sus poemas son individualizaciones poéticas. Y no solo lingüísticas, sino temáticas. Es decir, Manuel Zabala, no se repite nunca en el tema general. Razón por lo cual sigue siendo uno de los más extraños casos de la poética nacional.
Su obra completa contiene ochenta y un poemas, de los cuales 48 son sonetos. Todos han pasado por la esgrima del poeta. Esa autocrítica envidiable del poeta que lima la palabra, hasta alcanzar el hallazgo y, como el poeta llama a la sensibilización del lector, logra con sus poemas. El lo hace diariamente, con esfuerzo, con gran calidad. Son casi 70 años de vida del poeta y solo 81 poemas, dicen mucho.
Cada poema de Zabala tiene un ritmo interno y externo (cuida las pausas, las sesuras, la consonancia y asonancia lingüística, el encabalgamiento, la puntuación que ayuda al ritmo).

Yo diría que Manuel Zabala no tiene poema malo, pero diría más, Zabala no tiene verso malo. Todos están allí por algo, esperando el desgarramiento del lector abigarrado en la sensibilidad más alta.
La soltura de su imaginación, la descripción perfecta, la sutil modulación de su voz más alta,cuando la situación que narra está en el punto más elevado que la constante de su estilo.
Zabala es recatado, límpido, buscador del vocablo perfecto y no del sinónimo forzado. A la palabra le individualiza, le hace única, insuperable. Hay una revalorización de la palabra, en esta poesía. Se la vuelve a sentir en la significación original, en el génesis morfológica de la misma.

Algo digno de anotar -tal vez lo más importante en esta poesía- es la dosis de humor que en ella existe. Un humor a veces patético, a veces negro, muchas veces repleto de reflexión y de ironía. Poeta que maneja un humor digno y alto, en donde no se da solamente la gracia, sino la filosofía de esa gracia. De esa risa escondida (acuérdese que su primer libro se llamó "La risa encadenada). Lo más impactante, dentro de su estilística es, probablemente, el dominio de las cosas, sus prosopopeyas encendidas, el hilo medular de sus historias, donde todo tiene un condimiento adjetival, una figura que contrasta, un nuevo rumbo. Nada es lugar común, todo es nuevo y hasta sofisticado, todo entra en el lector como una imaginería grandilocuente y de sorprendente lirismo.

Manuel Zabala Ruíz es el poeta que ha sido fiel a su estilo y ha sabido manejar la retórica, el verso clásico y la rima, de una manera nueva, novedosa y magistral.
Poeta del asombro, de los grandilocuentes impactos. Poeta de la alegría, no hay tristeza, en su poesía, no hay desasosiego, ni ira, ni penumbra en su poesía. Su poesía tiene de magia, de "pequeñas cosas", de grandes emociones, de situaciones concretas que pueden ser narradas, pero que el poeta los representa con una originalísima forma de ver el mundo.
Es un poeta que a fines del siglo XX, sigue utilizando la rima, el verso métrico. Y esto puede chocar a los poetas de la vanguardia, que creen que la forma (o la no forma) es lo básico dentro del fondo. Pero después de leer a Manuel Zabala, creo que uno se queda perplejo ante la maravilla de su discurso, su ritmo interno y externo, su magia en el lenguaje -un domador de la lengua de calidad indiscutible (es que también uno debe saber a qué poeta se lee. En Zabala la rima es altísima, manejada con una maestría única e insuperable. No todo el que escribe con rima es poeta -ni tampoco todos los que escriben en verso libre-. Hay que diferenciar lo rimoso, lo verboso, lo repleto, lo manido, la verborrea, lo inicuo, lo absurdo
Zabala es un poeta totalmente sumergido en una realidad concreta, que es la poesía. La poesía como estado de ánimo, como realidad nacional, como situación del hombre.
Poeta de una originalidad extraña, única, sorprendente.
La otra parte es la "sensibilidad" del poeta.
Y una parte más -y muy importante- es, lo que Zabala llamaría, "el desgarramiento sentimental" del lector, del invitado a las páginas de este libro, al que, yo lo sé, porque a mí me pasó, no se lo va a olvidar nunca.

LA LUNA VIOLETA DE VIOLETA LUNA

Violeta Luna parece ser un verso. Es el nombre de una mujer, pero más bien parece un verso escrito por la mujer que lleva este nombre.
Una mujer nombrada así tiene que estar condenada a la escritura. Este libro, en el que se encuentra la mayor parte de su obra poética, lo confirma.
Esta mujer con el nombre de un verso es una de las voces más firmes, grandes y verdaderas de la lírica del Ecuador.

Pero Violeta no dice ser una violeta, sino, más bien:

Un ciego laberinto de ternuras,
un lánguido gorrión que se acobarda
del sol y la mostaza.
/.../
Soy solo el verbo ser ya conjugado
en todos los pasados.

Un halo de humildad franciscana rodea a esta voz vibrante, extraída de las más secretas fibras de un intelecto moderno y trashumante. El dominio del lenguaje, en esta mujer, se deja ver, precisamente, en la simplicidad. Aquella simplicidad que Borges gritaba desde su Arte poética, en la que, como un eco templado de Heráclito, solo quiere mirar el río, y quiere ver todas las aguas que cambian. Nada más. Con ello ya se ha hecho el milagro de la poesía. Esto es la complejidad de lo simple. Y para llegar a ello uno debe exigirse paciencia y humildad.
Pero además, la poesía no ha perdonado nunca la osadía de la vanidad. Violeta tiene el rasgo verdadero de la honestidad en su palabra, además de la sugestividad para trabajar una lírica hermosa y duradera. Y el tiempo la ha afirmado en el puesto en el que comenzó y permaneció. Allí, donde las palabras son las guardianas del Parnaso.

Nacida en Guayaquil en 1943, su niñez y adolescencia vivió en los fríos parajes del mágico San Gabriel en la provincia del Carchi. Fue y es parte de una vibrante generación de poetas nacionales que hicieron el nuevo discurso, que fabricaron la nueva voz: Ileana Espinel, Euler Granda, Ana María Iza, Carlos Eduardo Jaramillo, Manuel Zabala Ruiz, Fernando Cazón Vera, Rodrigo Pesantez Rodas, Carlos Manuel Arízaga, Ulises Estrella, Raúl Arias, son, entre otros nombres, los poetas indispensables de los años 60. Ellos eran el frente del verso en esta Patria de poetas medulares.
Violeta llegó con el verso diferente, como llegaron todos los nombrados, para romper el canon, para quitar las espinas del campo, y salir a caminar por las praderas de un discurso renovador. Y así se dio.

Muy joven, de 21 años, Violeta publicó un libro con otros autores, en el que se daba a conocer. Con esos poemas ganó un premio universitario. Luego, nuestra Luna Violeta, publica, a año seguido, en 1965, un segundo libro, y el primero individual, con un sugestivo y poético nombre: El ventanal del agua, volumen que, la autora, ha decidido no incluirlo en esta muestra.

Con el sol me cubro es el título que abre este volumen de Poesía junta y fue publicado, por primera vez, en 1967. Es la puerta que confirma su caminar. De este libro, la autora ha seleccionado cinco poemas. El primero de ellos es ya un cachetazo hacia la libertad renovadora. Aquella de las que alguna vez hicieron uso las Juanas de México y de Uruguay, así como la Storni, que, aún ahora, desde el mar, se la sigue escuchando llamar a las nodrizas que pueblan sus versos.

Nuestra Violeta ecuatoriana se abre en sus pétalos crujientes de buena savia:

Adentro de esta piel soy un navío,
navío solitario
en donde quiso el mar amontonarse.

Tenía 23 años cuando esta mujer sensible se comparó con el mar. A partir de allí, la voz poética de estos sonoros y cadenciosos versos, se comparará con casi todo: con toda la materia, con toda la energía, con todas las fuerzas, con todos los elementos que conforman al mundo y nos conforman: Quisiera de repente/ fingir que soy cordero,/ que soy pescado tierno o dulce pájaro,/ que soy una laguna,/ un canto atravesado por la brisa. Pero ello no implica ni vanidad ni capricho ni simple metáfora en su autora. Es la clave que perdura en el camino de esta poeta hasta sus últimos trabajos. Es la columna vertebral de su discurso. La voz poética quiso ser todo y de todo, y además tocar el universo y tocarlo en las palabras, como la eterna lira horaciana que se sigue escuchando, cada cuando en cuando, en algunos poetas verdaderos de voz elástica que siguen alimentándose de los cantos de gorrión de las mañanas.

Algo que también es digno de admiración en esta poesía, es la forma de enfrentar las palabras. Violeta Luna (como muy pocos poetas) abastece a su poesía, sin regañadientes, con la pureza de nuestro idioma. No ha recurrido en ningún momento de su sendero poético a neologismos noveleros o a onomatopeyas imprecisas. Es una poesía impecablemente castellana. No ha dislocado al lenguaje ni ha trastrocado su original postura.

LAS MUTACIONES DE UNA VOZ POÉTICA

La poesía de Violeta Luna se transforma en otras cosas. Su estilo personalísimo ha tocado el punto de la metáfora hasta volverlo uso común. Estamos frente a una poética de las cosas, de las formas y de los sentidos. En esta poesía la voz poética deja de ser y pasa a ser otra forma, otros hechos, otras figuras: Y para ser feliz no basta mucho,/ sería necesario para serlo/ haber nacido perro, gato o potra,/ poder andar en cuatro y comer hierba...

Ser otro u otra, como escribió el monstruo de Rimbaud cuando se dio cuenta que su yo, no era el yo preciso. Él era otra forma de vida, en sí mismo. Así, la poesía de Violeta Luna se vuelve una encrucijada. Un crucigrama entre el cuerpo y el alma:

Fui luz siendo tiniebla,
campana siendo golpe,
durazno siendo espina.
/.../
Un día sin ser yo fui todo aquello.
Ahora soy yo misma y en tu vida
no puedo ser ni el agua ni el pescado.


LA MELOPEA DE LA LUNA VIOLETA

Otra clave que se deja ver y sobretodo oír en esta poesía, es la musicalización y el ritmo. No es una rima consonántica ni cerrada en forzadas intenciones léxicas; resulta más bien, el personal canto de una voz que sabe que la música se aposentó hace siglos en la piel tersa de la poesía: “Empiezo a ver tus llagas/ tus llagas de madera abierta a golpes”. La utilización de sugerentes figuras de repetición, como el retruécano, que juega con la música y la significación: “Que cante por el fin de tanta guerra,/ que llore por la guerra de los fines”. Anáforas, conversiones, conduplicaciones y otras figuras lógicas de repetición, se dejan notar a lo largo de su obra poética, como una constante de ritmo. Del inolvidable ritmo de esta poeta, que es mucho significado y el doble de música que se contiene en un canto diáfano y melifluo, que forma la melopea de esta inolvidable poeta musical.

HABLAR SOBRE EL DURO OFICIO QUE CONDENA

La poesía pura es riesgo y es alerta

El humilde oficio del poema. El solitario mundo del poeta y ese desagradecido mundo que el poeta tiene a su alrededor, es otra preocupación de nuestra Violeta. Este oficio de la escritura se vuelve oficio inútil, pero intenso, con el que se debe luchar contra las fauces monstruosas de lo light y lo manido, con el toro cachudo del lugar común, con el aire que es sabido y consabido, con la vida que nos lanza hacia lo cotidiano y sórdidamente real.
Ella sabe que el oficio del poeta es un paso de Quijote sin su Sancho.
En el poema Un disparate noble, se deja ver su preocupación: La poesía, amigos,/ es un trabajo duro,/ más duro que sembrar albaricoques,/ más duro que clavar una bisagra,/ más duro que hacer suelas,/ más duro que hacer panes./ Por eso si escribo garabatos/ y en esos garabatos hay verdades,/ no crean que deliro/ ni que bebí ginebra./ La poesía, amigos,/ es la mejor tarea...

Pienso que su Arte poética está reflejada en esta estrofa tan connotativa como inusual, que dice:

Si me dieran a escoger
entre un árbol de guayabas
y una palabra dulce,
tal vez me quedaría
con las guayabas verdes.

Solo nuestro interior real es lo original, lo demás es una vil copia, una repetición suprema. Así parece decirnos la poeta, y nos lo dice desde ese camino tan doloroso que tiene ella, de rasgar su más interna vestidura hasta hallar las llagas y las cicatrices de su oculto discurso en donde vive la poesía legitima: cuando encuentro el lápiz/ en vez de las ideas brotan cuervos,/ retomo el pensamiento/ y en vez de las palabras salen grillos. Esa es la verdad, nuestra verdad individual, aquella que se aleja del conocimiento universal y que alberga, en potencia, a la poesía única e indefinible, así el poeta se siente desnudo y tiritando:

Hay que parir verdades,verdades transparentes,
verdades como espejos,
verdades como el agua.
Y cuando consigamos
que todas las palabras encandilen
y pueda hablar la sangre en cada sílaba
entonces creeré que hay poesía.

UN BUCOLISMO RENOVADO Y RENOVADOR

En el poemario Con el sol me cubro, Violeta Luna quiere reafirmar su condición de no ciudadana, de mujer indocumentada sumergida en el ambiente andino en donde su voz persigue las figuras del páramo y la campiña, siempre florecida y recta en sus imágenes. Lo dice literalmente Conozco más que nadie este paisaje. Y se nota que no es amenaza su sentencia, porque la poeta se reafirma en su condición de buscadora del tesoro de la tierra, del campo, cuando se reafirma en su condición diciendo que Yo solo puedo hablar de mi paisaje/ de mi esperanza tonta.

El antiurbanismo, en esta poesía, se intensifica en Memoria del Humo, tal vez, su más ambicioso y el más bello y memorable trabajo de su empresa poética. En él se identifica claramente este eje transversal de su palabra. Una voz madura que se come el paisaje en dentelladas de luz y de misterio y que juega con el lector a encontrar espacios en ese halo de vida que es el recuerdo de las atmósferas primeras, en donde fue niña, y fue terriblemente feliz. Felicidad que ya no vuelve a ver más que en las hojas, en las flores, en la fragancia y en los aromas de aquellos tiempos que han quedado en el almanaque de la niñez dibujada en un paisaje enorme, infinito, al que se regresa solamente cuando el frío del amor demanda con sus garras.

El trigo me recibe como hermano,
la hierba como hermana,
y el polvo de la tarde con más polvo.

LA AÑORANZA QUE SE LLAMA NIÑEZ

Los pueblos de la infancia son eternos

Esta poesía busca y se refugia en el pasado, en donde ya no se mueve nada más que los recuerdos que salen a invadir el corazón de la poeta como un rocío matutino que embellece el paisaje del páramo. La voz poética que habita estos versos quiere encontrar en el pasado las respuestas totales de la vida presente y del incierto y no esclarecido futuro, en donde no hay una niña que juega en la campiña (Llegar a la niñez de chocolate,/ al tronco donde escriben las abejas); una niña que mira en las cosas el hogar feliz, donde era más suave vivir ( Ayer todo era bueno./ La vida era barata como el agua./ No había atentados a la luna/ ni ruines negociados con la tierra./ Ayer era distinto…”); donde no había más requisito para entrar al mundo y ser feliz (Rebusco el sol de entonces,/ mi mundo de cartón, de cera y agua/ en donde Superman me confortaba/ y un cuervo me llevaba hacia Mandrake…).
El poema El tiempo pasado, es un texto donde se puede notar, explícitamente, toda esa carga reafirmante de creer más en el mundo que se quedó en nuestra infancia, en nuestro mundo escolar, en nuestros aromas y texturas más puras, en nuestro corazón adolescente que aún huele a uva y pomarrosa:

Las flores se deshojan y renacen,
los días levan anclas y regresan,
pero ya nunca más
la hora del ardor adolescente.

Hay en estos versos salteados de páramo y monte una constante: el amor hacia el pasado, a todo lo que ayer fue y ya no será, porque los momentos se han movido como en un tablero de ajedrez, y solo nos enseñan los distintos jaque mates que el tiempo se ha encargado de hacer a los habitantes de un mundo telúrico y turbulento. Es evidente entonces que esta poesía se halle repleta de signos, imágenes y metáforas costumbristas. La patria para Violeta es su cuaderno limpio de la vida, y su infancia es la Patria. Su país es un leiv motiv que se deja ver de cuando en cuando en varías estrofas y versos de su transparente palabra:

Si antaño fue camino de los Shyris,
país de la vainilla y la canela,
ahora mi patria es solamente
una huella del sol junto al océano.

DOS GRANDES MOMENTOS DE AMOR EN SU CAMINO

Ese árbol fue el amor
y su raíz torcida me hizo trizas

El amor le duele a Violeta. Su mejor poesía está amparada en el amor doloroso, en ese dulce y diáfano amor que se vuelve punzada tenaz en el cuerpo y en el alma; así, como los versos dolientes de Alexandre o las delicias tormentosas de la Pizarnik. En Violeta se aposenta ese fulgor descollante de la soledad bárbara de Olga Orozco y la reflexión sobre el amor paciente que no llega, que no se deja ver desde una ventana por donde Emily Dickenson miró pasar por las veredas el dolor de sentirse mujer y no sentirse amada; y no ser el mundo, aunque el mundo se le caiga encima.
Violeta y el amor tienen una guerra constante. Y el amor es una constante guerra en esta poesía en donde uno vibra, mientras la voz poética se diluye en taleguitas de amor: Ahora es el amor un punto negro/ debajo de un renglón escrito en blanco.

Su mejor poesía, la más intensa e impecable, está escrita bajo este continente subyugante del amor que duele, de la cicatriz que sangra:

Las uvas son más uvas en la rama,
el pan es más seguro en la mazorca,
los ojos miran más en cada sombra
y el amor es más amor en lo imposible.

Sus poemas líricos dan fe de un vuelo poético de impresionante calidad. La voz individual femenina (porque su voz es más femenina que cualquier feminista trasnochada) nos entrega en tristes escenas cinéticas que acompañan a la voz, piezas líricas que son de las mejores sinestesias gustativas y olfativas escritas por alguien de la generación de su autora: Verás que amar es fácil,/ es algo semejante/ a masticar sandías en la tarde.
En esta poesía de amor hay, inclusive, parajes de sutilísimo erotismo, como en el bello poema Raya de luz de su libro Memoria del humo.



Con la palabra amor
se llega al paraíso
y por la misma puerta
se puede conocer el desencanto

La otra cara de esta moneda de amor se halla en el poema Los tiempos jubilosos de su poemario Las puertas de la hierba con una serie de poemas del amor gozoso. En nuevo territorio (Seattle) y con un nuevo formato, la poeta se lanza a pescar nuevas impresiones.
Curiosamente nacen, en esta etapa, poemas alegres y vitales: Y estoy alegre/ porque al final vencimos al invierno. Ha encontrado un rumbo distinto para afrontarlo en su discurso. Hoy vienes a mi alma/ para vivir allí/ como en tu propia casa dice esta voz distinta que se ha contentado y que ya no busca tanto las imágenes brillantes, sino, más bien, un límpido discurso de amor: Y aunque la piel se gaste/ yo quiero retenerte. Las escenas de amor de este poema brillan por directas: Qué pasa con nosotros/ que no podemos irnos de nosotros, llegando, inclusive, a la diáfana intención erótica en donde el paisaje y el lenguaje se desnudan en una poesía pura:

Con esta luna nuestra
se vuelve cada noche una cascada.
Con ella se iluminan mis renglones,
mis rosas de madera,
mis pájaros de nylon.

Llega inclusive a entregarnos escenas sugerentes de un amor total, concebido con la altura del lenguaje y no con fotografías detestables de erotismo barato:

Si como ayer de nuevo
me amaras al asalto
como esos locos ángeles prohibidos,
me condenara viva al fuego tuyo.

Sin embargo, el amor de Los tiempos jubilosos se consuma en el desarraigo. En el poema se deja notar que ese amor crece en otro espacio (Seattle), en donde ya no está el sabor de la patria amada, de la patria conocida, de la patria sentida desde niña: Son millas de paisajes,/ de cielos y arcoiris/ lo que separa mi alma de mi suelo...; Yo busco en estas calles/ las huellas escondidas de mi gente,/ esa perfecta línea de mi tierra...


VIOLETA Y LAS IMÁGENES SORPRENDENTES

Tal vez, la clave principal de su poesía esté en sus imágenes. Pocas veces, en una obra poética escrita en nuestro país, he hallado verdaderas joyas de imágenes sorprendentes. Su poesía está poblada de luminosas frases poéticas, en donde las cosas dejan de ser las cosas y pasan a materializarse en la lengua hasta grados de absoluta sublimidad estética.
No puedo dejar de mostrar una suerte de antología de dichas joyas que, en sí mismas, son poemas completos, universos sinestésicos. Imágenes de absoluto surrealismo con insectos que nos traen al recuerdo a aquel Carrera Andrade que miraba al mundo desde la ventana natural y se reafirmaba en el planeta jugando a los dados con nuevas imágenes y haciendo con la naturaleza lo imposible, lo perfecto.

Tal vez
debajo del somié que compartimos
se harían el amor las telarañas

***
Que canten en la tarde las hormigas
o exploten los tejados

***
Y siguen las arañas
tejiéndole pantuflas al silencio

Estas otras, en las que las flores, las frutas y los seres naturales juegan un papel transportador del discurso como lámparas de antigua mansión señorial:

Mirar en las ortigas
la blanca menstruación de la mañana

***
... tiemblo cuando el viento
ansioso hace el amor con las campanas.

***
pasaban los caballos
con las monturas húmedas de cielo.

***
y el capulí más alto
bebía el vino blanco de la luna


Y las imágenes en donde la voz poética se hace y se deshace, vibra en figuras abstractas que dejan ver las sensaciones de las cosas, esos no-seres, esas figuras internas que van demostrando los ánimos, las emociones, las pasiones:

***
Y creo que mi piel y nuestra piel
por todo lo gozado
no tiene otro final que el de la brasa.

***
Mi pelo parecía
un caballo de miel en la mañana

***
Es como si en la noche
la huella de los cuerpos estuviera
pegada a las paredes,
/.../
... toda esa humedad
que sale desde el tigre del olvido

EL SONIDO DEL MUNDO Y SU PREOCUPACIÓN SOCIAL

En su poesía se deja ver, también, una preocupación hacia la problemática del mundo. Sus textos son toda una suma de palabras humildes que rozan el pesimismo hasta convertirse en un canto enorme de tristeza. La tristeza y el desasosiego que traducen el mundo como un animal mítico que arremete. Y así, también, arremete ella contra el amor, contra los seres injustos, contra los corazones rotos, contra la sustancia de la vida. Y Violeta parece dejarse caer en un poema, como en un sofá en donde se hacen potaje los sueños tristes. La tristeza, como a Vallejo, la vuelve fuerte a ella y a su poesía inmortal:

No hay puerta para mí en ninguna parte,
son todas tan absurdas,
tan húmedas de lluvias estancadas,
tan llenas de hendiduras,
de rayas y de nombres oxidados,
de lodo y cicatrices.

LA POESÍA DE LA SENTENCIA

La poeta medita, sentencia y sella el círculo. Su discurso señala y enseña. Como que Violeta Luna busca en los dos lados de las verdades y luego, haciendo una síntesis de lo dicho, se reafirma en versos sentenciosos que resultan ser los pilares de su poética.

Hay algo que lo aplasta y lo remuerde,
hay algo que lo exprime hasta que sangra.
Al hombre es el amor quien lo destruye.

***
A veces una idea
se queda en cabeza y nos destruye

LA PARADOJA DE SU UNIVERSO AL REVÉS

La afición de Violeta por la utilización de la paradoja es notable. Nostálgicas y desenfadadas se presentan sendas contradicciones entre sus versos. Estas paradojas están condenadas a ser sentidas como palabra dura, pues se trata de irónicas reflexiones que en muchos casos llegan a convertirse en una suerte de humor negro, de chanza irónica que revitaliza al texto poético y despierta interés del lector, a través de un golpe eficaz que remueve la conciencia, como si se tratara de un terremoto en medio de una tranquila campiña:

***
Y han de quedar los cerdos
durmiendo en pergaminos y laureles

***
Qué pena haber estado
buscando un tiburón donde no hay agua



SU ENVIDIABLE CARRERA EN UN RESUMEN

La carrera poética de Violeta Luna es una de las más parejas y consistentes de la literatura. No ha habido un profundo desmayo ni un decaimiento en sus labores poéticas. Posiblemente el aire (1970), Ayer me llamaba primavera (1973) y La sortija de la lluvia son cuadernos repletos de poemas de amor doliente, decorados con ese bucolismo de pastor posmoderno. A lo largo de estos poemarios el ritmo interno de la poeta se va condensando hasta que se fija en un verdadero canto. Corazón acróbata (1984), un poemario triste pero firme dentro de la vanguardia generacional, y cuidado como joya de orfebre sesudo. Memoria del humo (1987) es, sin duda, su libro capital, donde el amor, la niñez y los recuerdos se encuentran. Todos los temas de Violeta se fusionan en este pequeño libro que, estoy seguro, pasará a ser un clásico de la poesía del Ecuador.
Las puertas de la hierba ((1994), el poemario ganador del Premio municipal “Jorge Carrera Andrade”, contiene poemas que se deberían a la Memoria del humo, además de un grupo de textos en donde la poeta describe varios lugares que ama y que recuerda a través de metáforas encendidas, como las que siempre nos ha tenido acostumbrados. En este poemario se halla el poema Los días jubilosos del cual ya se ha hablado.

SUS ÚLTIMAS PRODUCCIONES: EL CAMBIO DE FORMA Y EL REGRESO

Su último libro publicado individualmente Una sola vez la vida contiene una poesía directa, limpia de imágenes. Tanto la forma como el ritmo han cambiado en este nuevo hito de su carrera poética. La extensión de sus poemas se ha acortado (como ya notamos en su poema Los tiempos jubilosos). Ahora el poema es una composición dual de dos micro textos: el uno es una suerte de epígrafe que sirve de indicador, el otro, vendría a ser el discurso propiamente dicho. Los epígrafes escritos por la misma poeta son códigos que se transparentan cuando uno lee la segunda parte de cada uno de los segmentos que conforman el poema completo. Se trata de un discurso renovado en la forma y que aporta a la literatura ecuatoriana desde nuevos balcones.

Sin embargo, en su último cuaderno La oculta candela, el texto inédito de este libro, la volvemos a hallar, como en el principio: triste, cadenciosa, rítmica, formal y llena de imágenes. En este libro no encuentro un hilo conductor, sino un título que aglutina su última poesía en la que brilla el silencio de una voz tendida al sol que nos ha entregado uno de los más serios discursos poéticos de su generación.

***

Si me dieran a escoger entre unas guayabas verdes o amarillas, fragantes y vistosas y el universo entero, yo me quedo con Violeta Luna, con la brasa y el brillo de su poesía bucólica, triste y bella, yo me quedo con la fragancia delicada de su palabra que es, sin dudarlo, una las más bellas voces líricas de nuestro país.

Ni más ni menos.

* Texto introductorio del libro "Poesía junta" No. 7 de Violeta Luna, Quito, 2007.

jueves, abril 12, 2007

EL LIBRO CIRCULAR DE ALFONSO JARAMILLO

Estos micro cuentos de Alfonso Jaramillo son dignos de leerse. Tuve la suerte de presentar su libro. Aquí está el texto que leí aquela noche.

Alfonso Jaramillo Remache, nacido en Quito en agosto de
1972. Magíster en Derecho Comparado (Universidad de Bonn – Alemania), y
Licenciado en Ciencias Públicas y Sociales ( Universidad Central del Ecuador).
Colaborador de la Revista Quetzal en Alemania, ha publicado bajo el sello de
HJ-ediciones: Reloj de Arena (poesía); Día Murciélago (cuento); y, Libro
Sin Tiempo (cuento).


El maestro Julio Cortázar solía decir que la vida siempre jugó con él una fantástica aventura que él no pudo dominar ni controlar, sino que aparecía de manera gratuita, en lo que veía, en lo que sentía.
La vida es una fantasía según los ojos de quien la perciba.
Cortázar vivía la misma vida de cualquier argentino: comía, dormía, jugaba con sus gatos, escribía, crecía; en fin, nada fantástico; sin embargo, no sé por qué motivos de la sensibilidad, todo lo que él vivía (que no es, necesariamente, lo que él escribía) era una fantasía suprema.
En Cortázar se daba lo fantástico desde la cotidianidad. No eran recuerdos ni mágicos sucesos, ni hechos sorprendentes; era la vida diaria, la vida urbana de Buenos Aires, de Paris o de Bruselas. Que no es la vida diaria de Macondo o de Comala, por ejemplo, donde, allí sí, se produce un realismo mágico, extraído de una realidad que no vive un ser común de ciudad en esta época, o con esta tecnología; el ser anti anodino que camina por las calles nuestras, que tienen problemas de tráfico y smog. Que crece en la ciudad y para ella.
Esa fantasía real y cortazariana se me hace que sufren los personajes del libro que presentamos esta noche.
Pero no es solo esta fantástica fantasía (en este caso vale la redundancia aplicada); es también esa otra realidad doble, ese otro camino que no vivimos pero que parece existir al otro lado del espejo; así, como lo vio Lewis Caroll en Alicia y su país de maravillas. Y como lo inmortalizó Jorge Luís Borges, que además amaba tanto a Caroll.
Y, a propósito, Borges es uno de los escritores mimados de Alfonso Jaramillo. Recuerdo, a mi amigo Alfonso, hace muchos años, acercándose a las bibliotecas donde se hallaban los sabios volúmenes interminables del ciego maestro bonarense, y comenzar a espulgarlos, sabiendo que son libros que no acaban nunca.
Llevaba consigo y lo revisaba insistentemente y con emoción contenida a “El libro de arena” del ciego universal. El asombro del futuro escritor, por ese lado misterioso ya se daba a conocer, cuando Alfonso reconocía en Borges el ver y el no ver, la mancha del tigre de Bengala, el globo y el espejo, lo que no tiene fin, y sin embargo se podía ver íntegramente, el laberinto, la tomadura de pelo del tiempo, como aquel libro interminable y misterioso, o como él mismo Borges de joven y el otro, de viejo, encontrándose en alguna parte de la historia y del tiempo sin tiempo.
Cortázar y Borges, dos enormes maestros, parecen enfrentarse en estos cuentos de Alfonso Jaramillo. No, no es que sea influencia directa. Es seguimiento, encantamiento y coincidencia. Con estos ingredientes se podría hacer otro cuento del mismo Alfonso.
Los personajes de Jaramillo desconciertan, porque viven bajo una cara, que tiene una contracara. Es decir, viven dos mundos, dos dimensiones. Este es, sin duda alguna, el recurso obsesivo, el tema recurrente, el leiv motiv de los cuentos de Alfonso. Ese ir y venir, ese cruzar y volver, ese vaivén desconcertante que hace vivir dos caras, dos discursos fantásticos y provocadores, que entran de lleno en el misterio.
El uno siempre será el real; el otro, el inasible.
No es nuevo, pero en nuestra literatura si lo es, que la mente humana sea el personaje de Jaramillo para ilustrar la frustración de lo vivido en otras formas no concientes.
No quiero decir que este libro sea uno de cuentos de misterio y, peor aún, de terror, aunque hay un halo que perturba en los extraños gestos y movimientos de los personajes de Jaramillo. No son seres a lo Edgar Allan Poe, más bien se acercan a los macabros personajes creados por Hitchcock o por Quiroga. Solo que éstos, los de Alfonso, son tan hechos en Ecuador, tan nuestros, tan latinos, que producen más miedo, porque están más cerca de nosotros, se los huele cerca cuando uno camina por las calles, cuando uno sube a un bus, cuando uno se enfrenta a la parafernalia de la burocracia con algún burócrata corbatero, o cuando uno se mira en el espejo, y entonces comienza a pensar en el otro lado, en la otra cara, en el laberinto perfecto: la mente humana.
Imaginemos, pues, un hombre que solo puede mirar el mundo en rojo y azul, es decir, es más pariente de los toros, que ven en blanco y negro, que de los demás seres humanos.
O pensemos en un hombre que, enamoradamente, decide embarazar a su novia, dentro de un cartón de costura, en el que se zambullen como lombrices gelatinosas.
Usted acaso se ha puesto a pensar en un poeta que tiene que vivir varias veces la misma historia, teniendo plena conciencia de ello, y haciéndolo repetidas veces, por una obligación, por una ley de inercia, así como si fuera uno de los movimientos de la tierra.
Por favor, deténgase a analizar a un hombre que decide contar los granos de arena que ocupan su mano, debido a que, si lo logra, sabrá el número de estrellas que están a su alrededor.
Si comenzó a pensar en este tipo de personas, por favor, no se desgaste, lo hizo en vano, porque Alfonso Jaramillo, ha reunido en este libro a personajes como los descritos: únicos, irrepetibles (nadie va a atreverse a repetir en literatura personajes de ese tamaño imaginativo).
Aquí es cuando uno piensa que el escritor es una suerte de dios creador, porque crea a otros seres que, sin ser de barro o arcilla, viven mucho más –muchísimo más- que los de carne y hueso: los personajes de cuento.
Fíjense en estos otros ejemplos de personajes entre patéticos y misteriosos.
· Un hombre que observa a otros hombres, dentro de una oficina, y que a su vez es observado (es un circulo cerrado. Una especie de “Big Brother” empresarial).
· Mujeres que ven la vida al revés. Pero de verdad, es decir que las funciones coherentes de la naturaleza se vuelven incoherentes. Se desconectan de la realidad y van al otro lado de lo obvio. Imagínese a muñecos que piden de regalo niños para jugar con ellos.
· Hombres que sueñan en realidades que enseguida se vuelven sueños. Es decir que lo real, se vuelve inmaterial con una rapidez temible y asfixiante.
· Un hombre que vive en la realidad del espejo, es decir fuera de la realidad, pero sin embargo, esa realidad se refleja en lo vivido en la materia y no dentro del reflejo del espejo (esto no es un trabalenguas, es una síntesis de un cuento de Alfonso Jaramillo, con el fin de que nos demos cuenta de ese choque entre realidades).
· Un hombre que lee un libro en el que se está dando lo que el está viviendo en ese momento, es decir un hombre leyendo y sintiendo lo que siente el hombre en el presente material, que ya ha sido escrito. Imagínese que a usted en este momento alguien le entregue un papel en donde esté escrito que a usted le van a entregar un papel.
· Una mujer que vive una doble vida: la de la realidad material y una vida estática (la de una fotografía). Y lo más terrible es que la fotografía tiene mucha más vida que la mujer original.
¡Por favor! Lean este libro, trae tantas sorpresas, que uno queda compungido y asombrado.
Es el libro de la dualidad. Todos los cuentos del pequeño volumen tienen esta característica reiterativa de la doble función de vivir, el doble camino a seguir. La conciencia y la subconciencia (no la inconciencia). El perderse en el tiempo como problema filosófico, el no hallarse frente a la telaraña de la vida, del tiempo, de los ciclos cósmicos, de los misterios del hombre, más allá del amor, de la muerte y de la vida.
Acerquémonos más a los textos de Alfonso.
De los 26 relatos, todos cortos y contundentes, en ninguno hay un sola historia. Siempre se encuentran dos historias paralelas, que aparentemente son la misma, pero se bifurcan.
Son cuentos de finales fulminantes y diplomáticos, abiertos para ser cerrados luego de una socarrona bofetada irónica.
Alfonso tiene un corrosivo humor negro en su literatura. Un humor sagaz, con el que acostumbra a cerrar sus cuentos. Así, como el viento con las puertas débiles: un ¡plaf! Incontenible.
Seis de los veinte y seis cuentos tienen menos de diez líneas. Es decir, Jaramillo, le apunta a la síntesis. Y en muchos casos triunfa esa complicada micro historia que, a la manera de un soneto, nos dice todo.
El bello y terrible “Ratón ratón” es un ejemplo de nítida sencillez y síntesis. Un perfecto círculo vital. Además de un círculo urbano y hasta repulsivo, pero real y perfecto.

De estos pequeños cuentos, hay algunos que terminan siendo prosas poéticas como “Bajo el peso de tus labios”, que se pierde en la narración para llegar a la poesía.
Por cierto, en este libro hay buenos y encantadores vuelos poéticos que se confunden y mezclan con la narración coloquial y sencilla de la prosa de Alfonso Jaramillo. Fíjense en estas frases que a cualquier poeta le gustaría llegar:
· “Apenas nos posamos sobre los sillones, estiró la sábana lisa de su mirada”
· “Cada alarido se convertía en un animal distinto y agresivo, hambriento y desesperado”.
No hay duda. Son cuentos coloquiales, como los que se escriben hoy en día, pero con presencias fantásticas y no simples seres ahítos de modernidad y de desamparo, porque no todos estos cuentos son tristes, sino ambivalentes, híbridos, suenan lentos para las sensaciones.
Creo que este libro es el paso de mi amigo Alfonso para llegar a alcanzar un discurso absoluto y distinto, que es lo que todos los creadores queremos tener.
Es un gusto haber leído este “Libro sin tiempo” porque mientras uno lo está leyendo siempre aparece alguna sorpresa que nos deja asombrados, alumbrados, anonadados; así, como cuando uno mira largamente el cauce de un río, y de repente, como un aparecimiento, como un fantasma, como una sospecha, asoma sobre él una ramita seca, en la que una golondrina se posa a tomar agua, mientras se baña con el infinito.
Ni más ni menos.

miércoles, abril 11, 2007

El Libro de Franklín

Me gusta mucho el libro A cambio de monedas o palabras, de Franklin Ordóñez Luna, porque va directo como una flecha de oro a la carne de San Sebastián. Cada palabra es un latigazo hermoso, relámpagos de semen y de sangre, luz del que está en el precipicio del deseo en cada instante de su vida.
El tiempo parece detenido en la esquina del Tiempo, esperando un nuevo cuerpo para amarlo, para amarse en él. A pesar de que cita a muchos escritores que le precedieron en el canto al cuerpo al hombre, su poesía me parece más democrática, es decir, más participativa, porque su yo se disuelve en la carne del otro en la velocidad de un beso robado; robado al Tiempo, robado a la muerte, robado al discurso oblicuo sobre la homosexualidad.
Así, los poemas de Ordóñez, poseen la economía de lenguaje que nos merecemos (la Eternidad en un momento): una palabra imaginativa, fresca, real.
Todo el libro invita a ser leído mientras se hace el amor, entre un beso, un mordisco y la boca llena de esa carne que no sólo enamora sino que nos dice que en la intensidad de la vida, del presente, está nuestra verdad.

Dionisio Cañas.
Nueva York, EEUU.

* La fotografía es la gráfica del libro en la portada. El libro está publicado bajo el sello editorial EL ANGEL EDITOR, colección EL ANGEL TERRIBLE No. 8

Franklin Ordóñez Luna, (Loja, 1973) Licenciado en Ciencias Sociales Políticas y Económicas y en Lengua y Literatura (especializado en Filología Española por la Agencia Española de Cooperación Internacional).
En el 2001 publicó su primer libro de poesía: Mapa de Sal, (Colección Triformidad, Universidad de Cuenca) En el 2004 su segundo libro A la sombra del Corsario (Colección La honda de David, Universidad de Cuenca, Casa de la Cultura Núcleo del Azuay, Alianza Francesa)
Trabajos poéticos suyos han sido publicados en revistas de España, México y Argentina.
Desde hace ocho años reside en Cuenca donde se desenvuelve en la docencia y el periodismo.

Los poemas de este mínimo poemario explosionan de un botón de rosa a una gigantesca flor remojada en el rocío de una verdad inconmensurable: el deseo.
El amor es solo un ventarroncito en medio de estos textos, de este huracán de piel, de estos sonidos transtextuales que nos remiten a otros poetas que ya han estado vibrando en la verdad de una pasión de amor controlada solo con el sonido de las palabras, con la precisión y el silencio de los fonemas más enaltecedoras, que vuelven a estos poemas mínimos un pozo de verdades. Y de misterios, también.
Franklín Ordóñez consigue en este, su tercer poemario, desnudar a la pasión de la carne y devorar, A cambio de monedas y palabras, es un libro que contiene todos los remanentes de la actual poesía: síntesis, música y silencio.
Es, ya, y sin dudarlo, una de las voces más extraordinarias de los novísimos poetas del Ecuador.



Al amparo del amor, libre e indefenso, muestro mis huesos.

***

No está en la piel,
son los árboles que crecen en los huesos,
las águilas,
mi voz que sangra tu olor y tus palabras.

***

Es un castigo, dice la Yourcenar.
Tú eres mi verdugo.


Manuel

Vale la pena haber nacido / sólo por oír pasar el viento, dice Pessoa;
yo prefiero las cadenas de tus labios,
tus manos como garras,
tu esperma por mi sangre.


Juan Diego

Refugiado en otros cuerpos levanto mi soledad.
Ya no te espero. Mi lengua ya no te busca.

lunes, abril 09, 2007

TEMPORADA DE OLMOS Y EROTISMO

Recuerdo, con tanta claridad, a la poetisa Victoria Tobar (Ambato, 1943), cuando, en alguna tarde, hablábamos de erotismo, y de sus manos goteaban poemas. Decía, pues, la citada, a propósito de la gran "corriente erótica" que se ha dado en el Ecuador, en lo que se refiere a la literatura, en las mujeres especialmente: "Para mí lo más erótico que he escuchado, se escribió hace mucho tiempo y está en la Biblia, en boca de Jesucristo, que dice: "Tomad y comed todos de él, que este es mi cuerpo... Tomad y bebed todos de él que esta es mi sangre...". El comentario me resultó, además de irónico y verdadero, muy oportuno frente a la falencia imperdonable de creer que la poesía erótica fue inventada por poetas ecuatorianas jóvenes.

El erotismo poético no es novedad. Salomón, uno de los más grandes poetas, escribe en "El Cantar de los Cantares", de la Biblia: "Me he desnudado de mi ropa; cómo me he de vestir? He lavado mis pies; cómo los he de ensuciar? Mi amado metió su mano por la ventanilla, y mi corazón se conmovió dentro de mí. Yo me levanté para abrir a mi amado, y mis manos gotearon mirra, y mis dedos mirra, que corría sobre la manecilla del cerrojo. Abrí yo a mi amado; pero mi amado se había ido, había ya pasado; y tras su hablar salió mi alma...".

El Ecuador ha tenido poetas -y poemas- que se han inscrito realmente en el erotismo que sugiere, que explora el lenguaje, sin inscribirse en el dibujo de cuerpos y carne, que tanto mal ha hecho a las mal llamadas "mujeres del Eros" que no han descubierto el "agua tibia".

Aurora Estrada y Ayala (Guayaquil, 1901-1967), se dice, es una de las precursoras de este lenguaje, que más que erótico, es desnudo e impecable: "Es como un joven de la selva fragante/.../ en su carne morena se adivina pujante/ de fuerza y de alegría un mágico venero// Por entre los andrajos su recio pecho miro:/ tiene labios hambrientos y brazos musculosos...". Una gran influencia descriptiva de la gran Alfonsina Storni (Suiza-Argentina, 1892-1938), tuvo esta gran poeta para destapujar su canto lírico y desembocar en un dibujo de hombre antilírico y erótico. La Storni que tuvo -y tiene- su gran influencia en la poesía femenina de todos los tiempos, como lo tuvo Neruda en la época de los cuarenta y cincuenta, en el lenguaje y sensibilidad masculina (que, por cierto, se sigue discutiendo si el lenguaje es sexual). Alfonsina dice, por ejemplo: "...Tú, la mano perversa que me hieres,/ si aquello es tu placer, poco te basta;/ mi pecho es blanco, es dócil y es humilde:/ suelta un poco de sangre... luego, nada".

A partir de la década de los cuarenta, el tema del amor comenzó a tomar "cuerpo" -aunque en Ecuador, siempre es tarde-. Jorge Carrera Andrade (Quito, 1903-1978), y más tarde Enrique Noboa Arízaga (Cañar, 1922) con el "Ámbito del amor eterno" (1948), trabajaron un laborioso erotismo, digno de reconocimiento (el primero con tintes vanguardistas -algo tiene de poeta maldito: Valery, Baudelaire, Verlaine, Rimbaud-; mientras que el segundo más clásico -sonetos de perfección consonántica y en ocasiones con tinte romántico y modernista).

Jorge Enrique Adoum (Ambato, 1923), con el reciente "El Amor desenterrado" (1993) se inscribe en un erotismo de canto hondísimo y extraordinaria labor lingüística y reflexiva, escribiendo en versos largos -casi griegos- líneas de una firmeza en el tiempo, que pareciera que el poema hubiese sido descubierto junto con los esqueletos de la península de Santa Elena: "Los amantes de Sumpa": "Y quisiera escucharle de cuerpo entero esas palabras/ que en la gramática de la anatomía se dicen desnudos y acostados,/ volviendo cotidiano lo imposible, desarreglando reglas/ a fin de que los dos puedan morir uno dentro de otro,/ haciendo angosta la cópula para que la tumba ocupe poco espacio,/ y no como morimos los demás, los todos que morimos solos/ como si nos acostáramos largamente a masturbarnos".

La generación de los sesenta irrumpe con la contemporaneidad, y sus escritos dejan de tener el polvo de la suculencia y el eufemismo. Hablan de un erotismo al que podríamos calificarlo "social". Un erotismo más libre y "pagano". (Rubén Astudillo y Astudillo, Cuenca, 1938, es una excepción, y se inscribe en el erotismo de este tiempo citado, con uno de los libros más bellos de nuestro país "Las elegías de la carne" (1971): "Tendida te recuerdo, como un charco de ron/ sobre la hierba, y todo el aire/ como una bocanada/ de chesterfield besándote. Donde/ estarás, ahora, Maligna/ entre/ que/ muros, guardas tus/ tragos lilas. Entre/ tanto/ camino, cual el que todavía/ conduce hasta la muerte/ dorada/ de/ tus piernas"). Sergio Román Armendariz (Guayaquil, 1934) con "Arte de amar" (1960); Euler Granda (Riobamba, 1935), con "De cómo tus piernas venían con nosotros" (1987), Simón Zavala (Guayaquil, 1943), con "Lascivos" (1991), que con estos libros quisieron adentrar su obra por pasajes -y paisajes- más profanadores -sin llegar a una innovación verdaderamente concreta-. El verdadero erotismo, en lo referente a la poesía, está en el lenguaje y no en el dibujo que el lenguaje proyecte. Iván Carvajal (San Gabriel, 1948) (con los poemarios "Los Amantes de Sumpa" -1984- y "En los labios la celada" -1996-), es uno de los poetas más prolíficos e interesantes de las últimas generaciones, que descubre su lenguaje y sensibilidad en pasajes seria y realmente eróticos: "...Y el sexo masculino/ báculo de la ceremonia/ árbol que se enfila hacia el abismo/ gavilán que desciende vertical/ sobre su presa/ asciende el humo/ desde el fogón del sacrificio/ alcatraz que se precipita...". Argentina Chiriboga (Esmeraldas, 1940), poeta y novelista, publica en 1992, "La contraportada del deseo", un libro con mucho de interesante en el tema, ya que la poeta retoma la magia y misticidad del pueblo negro, y los recrea en la poesía, creando atmósferas variables y gran ritmo: "En puntillas llego/ a la hamaca de los sueños/ donde Changó/ te diluye en deseos./ En este territorio/ de quietud/ registro/ tu enmarañada selva/ abierta para el tacto...".

En la nueva generación de escritoras -especialmente-, el lenguaje erótico, ha venido a ser un recurrente (desde niveles lingüísticos hasta niveles editoriales -se han publicado, en los últimos años muchos libros de poetas mujeres con este tipo de lenguaje, y algunos de dudosa calidad-). Será ésta una forma de liberación, como han dicho algunos? Acaso las mujeres han encontrado una nueva característica de femineidad?

Hay más nombres de poetas jóvenes, los cuales, en la segunda parte de este comentario, adentraré mi análisis, para ver que aporte nuevo nos traen la nueva generación poética: Margarita Laso, María Fernanda Espinosa, María Aveiga, Silvia del Castillo ("Mariposa"), Maritza Cino Alvear, Catalina Sojos, Carmen Váscones, Aleyda Quevedo, entre otras, que han intentado entregar, en sus libros, la desnudez de un lenguaje que sangra en el verbo (aunque no siempre puedan desnudar la palabra, y creo que solo así se pensaría en un erotismo lingüístico, con implicaciones corporales). Es decir que el tacto y el sentir corporal entre en el lector, como una nueva sinestesia, que se pueda sentir, que se pueda adivinar la textura y la clave de un amor, para bien de los demás y de la poesía, es lo que hay que buscar.

jueves, abril 05, 2007

UNA EXCELENTE ENTREVISTA

Hace ya algunos meses el poeta Carlos Vallejo me hizo una entrevista muy interesante. Quiero compartirla con ustedes, tanto por sus valiosas preguntas como por mi desnudez y mi acogimiento muy valiente en ellas. Ahí les va.


- Si tomamos en cuenta que la poesía es una constante búsqueda, ¿qué elementos la constituyen, y cuáles, estéticamente hablando, habría que rechazar?

Creo en una poesía auténtica, que sea lo que uno es, y que no espere ser parte de un hecho de moda o de una corriente alejada de lo que uno piensa o siente. O que el trabajo poético se encuentre alejado de su idioma, de su cultura, de lo que ha visto, de lo que ha sentido, de lo ha vivido. Uno debe ser en la poesía. El estilo es el hombre y esto es lo que uno debe tratar de formar en su trabajo intelectual. Hay que caminar sin mirar las “vitrinas” que nos proponen los libros de autores consagrados. Nuestra poética está en nosotros mismos, pero es difícil llegar a ella. Esa exploración es la verdadera búsqueda. El resto es trabajo con la palabra y con el oficio. Por este motivo es que rechazo las formas que no se justifican por si solas: lo críptico como un hecho aislado y gratuito; la palabra difícil, la ambientación difícil del poema, como si “hablar” en difícil, sería el requisito para ser más “intelectual”. Rechazo esas lecturas “espesas” y “exquisitas” que tratan de impresionar con ideas y autores afrancesados, o de cualquier otro idioma, a los que citan y extraen epígrafes para hacernos creer ingenuamente que los “plus ultra” de la erudición. Toda pose en la poesía es rechazable. Si uno posa, por favor, ¡hágalo fuera del poema!

¿Qué papel han cumplido las varias antologías de poetas jóvenes que has legado al mundo de las letras, principalmente del Ecuador?

Toda antología es un aglutinador y un disgregador. Por lo tanto es una “bomba de tiempo”. En ninguna antología pueden figurar todos los que son, ni ser todos los que están. El gusto de otros infiere, y de eso se trata una antología. Por espacio, por criterios, por gusto, o porque simplemente, si figuran todos, entonces eso ya no es antología sino índice de autores.
Mi antología “Ciudad en verso” o la edición lojana “Antología de nuevos poetas ecuatorianos” fueron polémicas primero porque decidí darles una oportunidad a los jóvenes para que sean leídos en bloque generacional. Creo en las generaciones y me gusta mucho la propuesta de Rodríguez Castelo y su división cronológica, la encuentro pedagógica e interesante para el estudio de la poesía y de la literatura en general.
Antologías de los “novísimos” existen en toda América Latina y Europa. Creo que la mía es seria, porque además fue mi tesis doctoral. Lo que he notado a partir de su concepción es que los “novísimos” son las fichas que más se mueven en el ajedrez de la poesía: se mueven, porque algunos dejan de escribir, otros se dedican a la prosa, y sobretodo, otros muchos, aparecen luego de la antología. Toda antología será incompleta, por eso aparecen muchas.
Lo que no es digno de perdonar en los antólogos es la falta de rigor y de verdadero gusto. Hay gente que hace creer que trabaja antologías cuando en realidad está haciendo una recopilación. Hay que saber que mismo es una antología. Y las mías fueron hechas desde esta concepción. Ese es mi principal aporte.

¿Qué consideraciones tienes acerca del pensamiento actual de la poesía ecuatoriana?

No creo que haya un pensamiento actual. Lo que puede haber son varios pensamientos. Y todos ellos válidos, mientras sean honestos. Siento, entonces, que a nuestra poesía le falta autenticidad. Dejarse de copiar moldes, formas. Dejar de ver el canon impuesto, dejar de sentir con el corazón de los otros.
Sin embargo, estoy conciente de ciertos rasgos nuevos: la brevedad, el regreso a los clásicos (un neoclasicismo posmoderno), el erotismo, el oficio del escribiente y poema sobre el poema; y en cuanto a la forma: la sencillez de un estilo claro y citadino, una sobriedad en la economía de las palabras, un sustento individual de las cosas y los hechos, son, para mí, las características de estilo en la nueva poesía. Los cánones se sostienen todavía. Los mismos de hace muchos años, y eso es raro. No fuimos una generación de ruptura total, sino de acomodo. Por lo demás, creo que hay una docena de nombres importantes en las generaciones más jóvenes.

La poesía entraña una serie de conflictos, en lo personal y también en su plano de arte que convive en una sociedad como la nuestra. En esos planos, ¿cuáles momentos han sido los más difíciles en lo que a ti respecta?

Son cuestiones del oficio en un país pequeño y en una época en donde hay muchos escritores, grupos o corrientes. Creo que las sensibilidades de los poetas se resquebrajan con facilidad. La generación de los 90, fue difícil, lo confieso, pero fue hermosa. Fui amigo de todos, o de casi todos los poetas jóvenes de los 90. Nacimos con las mismas inquietudes, bajo el mismo canon poético, con las mismas expectativas, pero resulta que cuando uno publica y el otro no, o cuando uno recibe un elogio por parte de un crítico, y el otro no, o cuando uno se gana un premio y el otro no, entonces se producen rupturas que a veces son insalvables. ¿Será que el egoísmo es nuestra esencia?
Ahora me causa risa, la inmadurez de una juventud que vivía pendiente del otro, del trabajo, del oficio del otro. Por ejemplo, me han escrito pasquines anónimos, han hablado mal sobre mí en todos los espacios público que han podido, han tomado sendas páginas de periódicos para, en lugar de hablar de su trabajo, ser yo su tema. Esto, a la larga, no ha hecho más que halagarme. Al fin y al cabo, creo en aquella deliciosa máxima que dice: “Los enemigos trabajan para uno”. Me volví muy popular gracias al egoísmo de los otros. En esa época esto sí me dolía. A la larga creo que todo ello fue positivo: nos reafirmamos en nuestra convicciones estéticas y peleamos por un bello motivo: la literatura. Y hasta he llegado a creer que todo esto ha sido un sinónimo de trabajo, de camino: Sancho, los perros ladran. Señal que cabalgamos.

Atendiendo al hecho de que esta publicación intenta aportar en la formación de nuevos lectores, ¿podrías mencionar a uno o hasta 5 autores que consideres imprescindibles dentro las letras nacionales?

Podría recurrir para esta pregunta al canon de la Patria: Carrera Andrade, Escudero, Palacio, Gangotena y Dávila, o al canon de los poetas vivos: Jara Idrovo y Adoum. Sin embargo, que considero que es un canon absolutamente enorme y definitorio de nuestras letras, no voy a caer en él, directamente, porque considero que se ha dejado siempre a la deriva varios nombres importantes de nuestra literatura que no han sabido fortalecerse frente a los lectores.
Siempre he hablado de nuestro canon como un “oficialismo”, que se respalda con la prensa, con un grupo de seguidores de tal o cual escritor que tiene acceso directo a los medios de difusión, y entonces los escritores jóvenes siempre repiten lo que se dice oficialmente, porque si no estás con el canon, entonces no estás en la literatura.
David Ledesma, por ejemplo es uno de los más grandes poetas ecuatorianos que el canon ha dejado a un lado. Y Antonio Preciado, otro, junto con el poeta lojano Carlos Eduardo Jaramillo y el quiteño Fernando Cazón. Y hay que darle el puesto a Ileana Espinel, Ana María Iza, Violeta Luna y Sonia Manzano, a quien el canon machista no les abre su puerta. Y hay que volver sobre los Miguel Ángel León y Zambrano de Riobamba. Y hay que enfrentarlo con los canónicos a Paco Tobar a Euler granda y a Manuel Zabala, para ver quien es quien en nuestra poesía. Mucho nos han hecho creer que los grandes poetas o narradores son “filósofos” o “únicos escritores publicados en España”, en ediciones con “filo de oro”. Además de falso, es ilógico creer que quien se gana una edición en el extranjero o un premio, se gana el corazón de los lectores. Y me he pasado del número de nombres que disponía, porque no tengo un favoritismo. El favoritismo que tengo se da cuando pienso en estos escritores relegados por los hábiles oficialistas y la prensa. Y eso es tan absurdo, como que yo les diera una lista de mis gustos.

En tu ya conocido rol de suscitador de las letras, específicamente en la poesía, ¿cuál anotarías como la experiencia con mayores resultados?

Sin duda alguna, las experiencias vividas con las Jornadas de poesía joven y con mis antologías. En estas jornadas nos conocimos todos. De verdad que estuvimos todos los que ahora forman la generación del 90. De casi el 50 por ciento de ellos, queda solo el recuerdo y unos poemas que hicieron su paso por el tiempo, y el tiempo no les perdonó. Del otro 50 por ciento está hecha la poesía de esta época. La generación que empieza a publicar en el 90 se reunió en Quito, Riobamba, Guayaquil y Otavalo, cada dos años, desde 1994 hasta el año 2000, para celebrar la fiesta de los poetas jóvenes.
Siento que ya está creciendo otra generación y que tengo, con suerte, que ceder la posta. Creo que los futuros suscitadores de la poesía en nuestro país están en Guayaquil. Ya se está viendo un movimiento interesante. Lo que pasa es que todavía no concretan una propuesta. Por ejemplo, no hay una justificación para aglutinar al nuevo grupo, a los “nuevos novísimos” (la redundancia vale).

¿Qué opinión te merecen las simpatías y antipatías que se forman en el mundillo literario ecuatoriano? ¿acaso alguna enseñanza favorable?, ¿será acaso imprescindible en nuestro medio, además de ser poeta, ser carismático y estar dotado de habilidades financieras?

La poesía está más allá del hombre. El poeta es solo una anécdota del poema. Como diría Valery “la poesía está hecha de palabras”, las buenas intenciones no se ven en el texto.
En cualquier grupo hay simpatías y antipatías, es algo que no podemos extraer de las relaciones con los escritores. Los artistas son apasionados, repletos de una sensibilidad fuera de lo común. Y cuando uno es joven se da con mayor fuerza. Siento que esto ya ha ido cambiando en algunos actores de mi generación, o tal vez, ya para estas épocas, no nos interese pelear o sacarnos a cara situaciones por envidia. Lo he dicho siempre: el ecuatoriano duerme con el enemigo: que es otro ecuatoriano. Por ello no salimos de este encierro limitante. Por ello nos quedamos enredados en estas cadenas.
Ninguna pelea es más que un texto literario. Ni siquiera las célebres imprecaciones entre Neruda y sus contemporáneos De Rocka y Huidobro. O cuando Góngora se disputaba con Quevedo el invicto de la poesía española. Pero para que se de una pelea real sobre literatura, uno tiene que saber de que lado estar y definirse. Los peores hombres son los ambiguos, los que jalan de los dos lados.

Y así, en esa confidencia que es más bien honestidad, dos polos opuestos: ¿qué libro de los que has publicado recoge tu mayor madurez poética? y ¿qué título te causa esa impresión de "quizá me apresuré en publicarlo"?

Ahora creo más que nunca que el tiempo es el juez oportuno. Hace 15 años exactamente (Noviembre de 1990) publiqué mi primera plaqueta de poemas, libro que ya no existe, porque el tiempo se encargó de borrarlo, de desaparecerlo. La Universidad de Cuenca acaba de publicar mi libro “Salvados del Naufragio”, el mismo que rescata la poesía que yo salvo. La que sigue diciendo, la que aún se resiste a la contienda real de los hombres: la lucha con el tiempo.
No me arrepiento de haber publicado ningún poemario, porque cada uno se pertenece a su tiempo, a su espacio, a su conocimiento; sin embargo, desde la publicación de “Después de la caza” (Manglar, 1998) siento más seguridad de la poesía. Ese fue mi año de partida y no ocho años antes, que fue cuando “comencé”. El libro “Salvados del naufragio” es un libro único, en él están muchos de los poemas ya publicados, pero reelaborados, he vuelto sobre ellos para reescribirlos y me ha dado un gusto ser su creador y salvador. Este libro, puede ser, irá creciendo y cambiando en el tiempo, porque la poesía no acaba nunca y el punto final al poema solo lo pone la muerte.

¿Podrías mencionar una experiencia colectiva, dentro de nuestro país o en el extranjero, que haya fortalecido efectivamente la labor poética?

No soy muy creyente de talleres ni de grupos. He tenido experiencia en los dos. Dicté talleres, pero eran de lectura. Estuve en mis inicios en un grupo literario, aunque en la realidad éramos un grupo de amigos con las mismas inquietudes pero sin una actitud poética. Tal vez por mi experiencia personal yo no pueda reconocer a los talleres y a los grupos. La labor del poeta es en soledad. Solo allí se verifican los hallazgos, en grupo los puedes socializar, pero jamás hay un trabajo real. La poesía es un misterio.

DIOSAS EN EL FUEGO, primer libro de Cuentos de Indira Córdoba Alberca

El libro 9 de la Colección El Angel Terrible es de indira Córdoba Alberca. Nace en Quito en 1975. Poeta, periodista y catedrática. Ha colaborado en diarios y revistas nacionales. Estudió Comunicación y Literatura en la PUCE y Comunicación Social en la Universidad Técnica Particular de Loja. Hizo talleres literarios con Iván Egüez y Lucrecia Maldonado. Esta compilación de relatos cortos " Diosas en el fuego" es su primera publicación.

Indira Córdoba Alberca ha sabido esperar para no malograr los frutos de un trabajo hecho a pulso y desgarramiento. Los talleres literarios a los que ha asistido le han permitido podar y pulir las piezas narrativas que conforman este pequeño volumen donde hay un finísimo trabajo milenario: saber contar para existir.
Estos cuentos fueron sazonados en el tiempo, llevan en sus páginas varios personajes femeninos que luego resultan Diosas preparadas para la hoguera. Así, como en el Olimpo, Indira se juega con el banquete de la vida, con el néctar y la ambrosia de los Dioses: su palabra.
Una voz consolidada y presta para la lucha con las historias y con el tiempo.

El libro de Indira, noveno título que aparece bajo el sello del El Ángel Terrible, es un libro digno de leerse. En él está depositado toda la complicidad de una joven literata que llegó, con humildad franciscana, hasta donde el editor que, a su vez, es muy amigo de su tallerista que, a su vez, es la persona que esta noche presentará el libro de Indira.
Es decir, este libro se lo publicó en un ámbito de absoluta casualidad. Indira estaba con Lucre, conversando y discutiendo su obra en los memorables talleres que realiza. Yo, por otro lado chateo con frecuencia con mi amiga Lucrecia y en eso, zas. Me presenta un nombre melodioso, raro, fuerte: Indira, que escribe cuentos… y que son buenos. Y si la Lucre lo dice es que son buenos. En eso Indira me manda sus cuentos con reserva, con miedo, pero sabiendo que la faena de su oficio había llegado a un final y que ya sus textos debían cruzar la barrera entre la afición y el principio de una pasión desgarradora.

Para comenzar a leerlos, sus cuentos pendían de un antecedente: se me dijo que en ellos hay algo de autobiográfico, de una vida recorrida por la memoria de su autora. Yo pienso que las palabras que uno usa y los hechos que uno cuentan es la cédula mejor que puede enseñar un nuevo escritor.

Me sorprendieron gratamente sus cuentos. Una variopinta gama de temas en donde los personajes femeninos salen a galopar, como en una obra de teatro de Pirandello. El ambiente, la atmósfera que produce el aliento de sus palabras es encantadora y envolvente.

su autora ha puesto en este tomo todo de zumo de su experiencia como mujer que vive como ente que escribe. Como diría Víctor Manuel ella es “un corazón tendido al sol”. Su libro está hecho con cariño, con paciencia, con ganas de salir a vender el pan de sus palabras a todos sus amigos hambrientos.

Conociéndola apenas hace unos días, con Indira se ha dado aquello que se suele decir de que los “escritores son una raza” y que por más lejos que vivan y que hablen otros idiomas y que se hagan en y con otras culturas, se reconocen donde estén.

Indira tiene todos los arrestos para ser la escritora que ahora se demuestra en este tomo al que todos deben acercarse para degustar la masa de pan reposado que nos ofrece.

LUCRECIA MALDONADO escribió el texto para la presentación del libro. Aquí se lo entregamos integramente:


Las diosas de Indira Córdoba andan por la calle, como cualquier mujer de Quito. Pero como las diosas del panteón greco latino también tienen historias arquetípicas, de esas que se repiten cíclicamente en la historia más profunda de la humanidad. Tal vez por eso es marzo el mes que las ve alumbrar, pues de los once relatos de este libro diez tienen como personaje principal a una mujer.
Pero ¿por qué Diosas en el fuego? Angélica, Sylvia Heidrich, María… y las otras niñas y mujeres sin nombre determinado que atraviesan relatos sacados de un mundo en donde ser mujer se ha ido volviendo una condición cada vez más difícil de cumplir, sobre todo si no se ajusta a las normas y los roles establecidos por una sociedad machista de vieja data.
Dije que las mujeres de los relatos de Indira Córdova tienen una especie de “valor arquetípico”, y me reafirmo en ello: mujeres que buscan el amor solamente para descubrir que no es lo que esperaban, mujeres que sufren rechazo y abandono desde su más tierna infancia, mujeres que se hallan en conflicto entre cumplir o no cumplir el sacrosanto rol de la maternidad, mujeres que rompen normas y esquemas pero luego no saben qué hacer con su vida, niñas enuréticas atrapadas en sus sueños, mujeres que prefieren la soledad al amor impostado, mujeres en cuyas vidas, en general, el dolor va tomando diferentes sentidos y apoyándose en diferentes circunstancias, pero que se podría traducir en pocas palabras: necesidad de ser libres; permiso para ser auténticas; angustia por romper los lazos familiares, que hechos de amor y todo muchas veces adoptan la forma de cadenas antes que de abrazos. Las diosas creadas por la imaginación de Indira Córdoba temen también: desde pequeñas temen mojarse en la cama durante una pesadilla que las puede llevar a la mutilación y a la muerte; como todas las mujeres temen al abandono y a la soledad; pero más allá de ese temor que quizá no es más que una imposición del sentido de supuesta “pertenencia” que debemos tener todos los seres humanos, las mujeres de los relatos de Indira Córdova están dispuestas a buscarse como seres auténticos y a hacer cualquier tipo de sacrificio (incluso el de su propia vida) para conseguir la liberación y la autenticidad.
A un enorme deseo de contar sus historias, y a su talento natural como narradora, Indira Córdoba une el dominio de ciertas técnicas que enriquecen sus relatos: en primer lugar, un manejo muy solvente del punto de vista narrativo, que la lleva a combinar diversas voces en sus relatos, a un uso muy efectivo de la difícil narración en segunda persona; esto no resta fuerza ni mérito a las narraciones en voces más tradicionales, como son la primera y la tercera persona, en otros relatos.
En segundo lugar, Indira tiene verdadera maestría en la utilización del tono conversacional o lenguaje coloquial. Las pocas palabras que consideramos “malas” más por convención social que por falta de efectividad o fuerza poética están perfectamente dosificadas y distribuidas en el discurso de los personajes de Diosas en el fuego. La reproducción de conversaciones de ciertos ámbitos familiares, juveniles o sociales de nuestro país nos llevan de inmediato a identificar estos sectores y a introducirnos en sus vivencias y problemas con mayor realismo.
En tercer lugar, podemos anotar que Indira conduce muy acertadamente la construcción de sus personajes, dotándoles de vida propia. Las heroínas de sus cuentos, sus diosas en el fuego, son seres con relieve, redondos, modelados, con profundidad psicológica e interesantes evoluciones a pesar de la brevedad de los textos.
Aunque es aventurado mencionar influencias, encuentro en Indira ciertos rezagos cortazarianos marcados sobre todo por una presencia onírica y cierta ruptura del orden normal de la vida cotidiana con elementos fantásticos sorprendentes y perturbadores. Los otros recursos mencionados remiten en seguida a la narrativa latinoamericana de fines del siglo XX en su conjunto.
Dice Xavier, el ángel editor, que no soy muy fácil para elogiar. Puede ser, y quizá por eso mismo refuerzo mis elogios a la narrativa de Indira Córdoba que se inaugura con este hermoso conjunto de narraciones. Estas Diosas en el fuego comprometen a su autora a seguir entregándonos relatos y textos de igual o superior calidad, en donde sus ganas de contar y sus grandes dotes de narradora ya no sean una promesa o un anuncio de lo que vendrá, sino la reafirmación de una narradora de temple y calidad.

EL HUMOR EN LA POESIA ECUATORIANA ¿EXISTE...?

¿Se puede construir el humor en la poesía? ¿Hay parámetros específicos para la concepción de una poesía repleta de ironía y humor negro?
Para explicar sobre estos tópicos, primero deberíamos partir del hecho de que si hay o no, normas claras para la creación poética. La poesía no puede convertirse en un simple pasatiempo de aficionado. Es una vida rigurosa la del poeta. Esa sumisión frente a la palabra; esa devoción frente a lo estético, a lo que produce un cambio vital.
La concepción de la obra de arte con el lenguaje, es el hecho poético más difícil que existe. Esto se debe a que el escritor trabaja con algo tan cotidiano -y tremendamente complejo- que es el lenguaje. Las palabras, los verbos, el discurso original, no deviene de una ilusión gratuita. Se debe construir el mundo con las palabras. El único e interno mundo que tienen los poetas, los creadores del lenguaje.
Si no hay definición concreta de los poetas -y la poesía-, peor aún puede darse un fundamento teórico para las determinadas acciones poéticas y sus determinantes teóricos.
Alguna vez escuché decir que a la poesía ecuatoriana le falta humor y le sobra nostalgia. Esa nostalgia que posee el pasillo traguero de nuestros pueblos andinos y sensibles. Cesar Dávila Andrade, por ejemplo, es un caso poético de indiscutible calidad, que a muy grosso modo cultivó una cierta dosis de ironía y humor negro, frente a una universalidad temática y a un intelectualismo sensible.
Nuestra literatura no ha cultivado a grados enormes el humor. Esto puede ser debido a que nuestro pueblo es triste por excelencia. Y esa tristeza nos lleva al discurso de la nostalgia, al no haber encontrado la cuerda salvadora que nos lleve a la utopía, y que nos haga sacar la carcajada de la chanza.
El humor es lo que falta a los caldos, a las gallinas, a las orquestas sinfónicas. Y a la inversa, es lo que no falta a los empedradores, a los ascensores... Se le ha visto entre la batería de cocina, ha hecho su aparición en el mal gusto, tiene su residencia de invierno en la moda... ¿A dónde va? A la ilusión óptica... ¿Su debilidad? Los crepúsculos, siempre que parezcan un huevo al plato.... Así hablaba el maestro surrealista Aragón, sobre el tema que nos concierne.
El humor es el hecho artístico de mayor dificultad dentro de la palabra. Porque, como dice Aragón, este humor va a la ilusión óptica. Entonces el poeta que lo intenta, tiene que valerse de la imagen, para conquistar el Olimpo intransferible de la risa.
¿Será verdad que nuestra poesía no tiene humor? Yo creo que tenemos grandes figuras que lo han cultivado. He ahí algunos fragmentos repletos de corrosivo humor negro, dentro de la poesía contemporánea del país:

Paulina tiene un año y ya rebana
la paciencia del viejo Cuasimodo;
el gato le ama pero de otro modo:
más circunspecto y menos tarambana.

Su juguete es la abuela contra el piso;
no vuela simplemente por pereza;
habla con Dios debajo de la mesa
y cruza, cuando quiere, el paraíso...

(Manuel Zabala Ruiz)

La hoja en blanco
saca la lengua.
Desafía
como un samurai.
Invita como
el culo de una quinceañera.
Engaña
como un fantasma
con seis ventanas...

(Raúl Arias)

Cuando cursi y dramático
te dije en verso
que yo estaba ciego por tu amor,
tú con pragmatismo aclaraste
que tu cuerpo incluía
el sistema braile.

(Patricio Falconí)

Y cara a cara me encontré con ella,
como en un "vis a vis" inesperado (...)
Pero, que nos reconocimos está claro
y como dicen que el que calla otorga
pues yo no dije que esta boca es mía (...)
y ella me preguntó por mi familia,
por el sobrino crápula y el tío
que vivió de "cuentero" hasta esa noche
en que se suicidó por una arpía
y yo le pregunté, como en revancha,
por su quinto marido, el industrioso,
que hizo quebrar su fábrica de hielo
(una quiebra ficticia) con un fósforo;
y por su padre que cambió de sexo
para ejercer la profesión más vieja
y por su madre que colgó los hábitos
al cerrar el burdel. Y se hizo pía.
Y por su hermano, el incestuoso. En fin
fueron gratos recuerdos de familia.

(Fernando Cazón Vera)

Estos ejemplos, como claros textos de humor, risa, chanza.
Hay también ese humor demoledor, en donde entra la ironía negra -a veces trágica- que conlleva a sacar la más gratuita y dolorosa carcajada:

El practicismo práctico sugiere que me case
con un buen comerciante (...)

Mi madre de mi alma
está de acuerdo en esto.
Y lo mismo mi abuela,
mi tía,
mi cuñado,
mis dos lindos hermanos
y todos los amigos de mi querida gente...

De la raíz más honda del practicismo, brota:
"Ileana, un comerciante... ¡Un comerciante, Ileana!".
Pero Ileana,
la tonta,
la lírica,
la loca
se casa
-si se casa-
con un poeta pobre.

(Ileana Espinel)

A una escuela de monjas me enviaron,
como un papel en blanco dentro de un delantal.
Allí me enseñaron las primeras mentiras
y un deseo infinito de sentarme a llorar.

El abecedario era sencillo,
del tamaño de una hormiga era la a,
pero yo la hallaba difícil,
porque la monja era una letra
que no me entraba.

No encajaba en mis sueños,
me sabía a dentrífico,
más que una monja me parecía un cirio,
un gnomo,
una madrastra,
una araña,
un suplicio...

(Ana María Iza)


De todo corazón hoy me arrepiento
............................................................
de no hacer ejercicios,
de usar lentes,
corbata,
pantalones,
sabiendo que al final
solo y desnudo
me har

(Rodrigo Pesantez Rodas)

Yo
chofer de land rovers
y de coches de bebés.

Ex-violín,
media nylon
con los puntos idos
para siempre.

Yo jaque mate
de mi propia partida de ajedrez (...)

Yo
incapaz de sentarme encima de una rosa
me arrepiento en el alma
no haber aprendido corte
y confección.

(Ana María Iza)

Te beso de lejos
de lejísimos
yo sé que mides
cuarenta y ocho
bocas mías

(Victoria Tobar)

Un día
de tanto puro amor
te retuercen el cuello,
te muerden
en los puntos dolorosos,
quieren hacerte altoparlante,
te miden,
te limitan,
te ponen precios fijos
y te llenan de rótulos la vida,
y eso más
no permiten que revientes.
Así la soga
desde los pies al cuello,
desde que llegas
hasta cuando nos echan fuera,
así nos van matando
de tanto puro amor.

(Euler Granda)

ECUADOR

1. La geografía

Es un país limitado por sí mismo,
partido por una línea imaginaria
y no obstante cavada en el cemento al pie de la pirámide.
Si no, cómo podría la extranjera retratarse
perniabierta sobre mi patria como sobre un espejo,
la línea justo bajo el sexo
y al reverso: "Greetings from la mitad del mundo".
(Niños, grandes ojos rodeados
de esqueleto, y un indio que se llora
montañas de siglos tras de un burro).

(Jorge Enrique Adoum)

Dentro de humor, existe, también, la recurrencia idiomática. Jugar con las palabras, como un placer gratuito -y muy dificultoso en la poesía:

Todo pasa en esta vida:
Pasa la uva,
Pasa el vino,
También pasa la pasa.

Pasa el presente,
Pasa el futuro.
¡Quién creyera!
También
Pasa el pasado

(Rodrigo Pesántez Rodas)

Hay también ejemplos de poesía con humor sensorial, que ligados a las "mínimas cosas" -que muchas veces son las cómplices de la gran poesía-, nos produce una gracia socarrona, así esta devenga de la más mínima figuración -e intrascendente- cosmovisión universal de la poesía:

A uno de mis dedos
le gusta
pasear al filo
del precipicio de tu boca.

Y, los otros le juzgan
le critican
le observan.

Mi mano es una plaza de pueblo
llena de comentarios.

Pero mi dedo meñique es muy independiente.

(Victoria Tobar)

El humor no solo tiene algo de liberador, análogo en ello al ingenio y a la comicidad, sino también algo de sublime y elevado, características que no se encuentran en otros órdenes de adquisición del placer por la actividad intelectual, decía Freud.
Creo que todo lo que implica humanidad y pensamiento, debe recurrir constantemente al humor, sin ser anacrónico o producto de una reyerta intrascendente. El humor en la poesía es un caso inexplorado, pero no porque no existe en nuestra poesía, sino más bien porque no se lo ha estudiado, ni se le ha dado el valor ni el puesto que le corresponde.
André Bretón decía que no puede intentarse explicitar el humor para aplicarlo a fines didácticos, esta afirmación, sumando a lo muy poco que se lee en nuestro país poesía ecuatoriana, conducen a las afirmaciones de que nuestra poesía carece de humor.
Desde luego, cabe anotar, que nuestro país no tiene dignos representantes de el discurso irónico, como, en el espléndido tiempo de los surrealistas, lo tuvo Europa y en especial, Francia (Baudelaire, Rimbaud, Bretón, Dalí, Apollinaire, etc.) O los españoles universales del siglo de oro (solo Quevedo ya sería un universo de la poesía humorística). La palabra humor es intraducible. Si no lo fuera, los franceses no la emplearían. Pero si la utilizan es precisamente por la imprecisión que le adjudican y que la convierte en una palabra muy adecuada para una discusión sobre gustos y colores. Cada oración que la contiene modifica su sentido, hasta el punto de no hallarse su significado propio más que el conjunto estadístico de todas las frases que la contiene y que van a contenerla en el futuro, afirma Paúl Valery.
La imprecisión que puede haber sobre el entendimiento o la subjetividad del humor -y en toda la poesía- es cuestión de quién, cómo y cuándo se lo dice. No hay mejor gracia que los chistes contados en los velorios, ni más alta carcajada que la realidad de la magia que vivimos diariamente. Esto es parte de un discurso poético. El humor es de quien lo lleva y lo disfruta. Todo puede llevar su carga de humor y nostalgia. Lo importante es que uno -el lector, en este caso- lo lleve dentro. Todo lo dicho y expuesto, solo en ese caso, cobrará la validez que posee.
Conclusión, Ecuador es un país de poetas, que tienen de humor, ironía y nostalgia. Para darse cuenta hay que ver el mundo contradictorio que vivimos y sonreír con tristeza.
Ya lo dice Manuel Zabala Ruiz: Y desde los abismos/ el buen Dios se reía a carcajadas.